Por Roberto Espinosa
23 Marzo 2011
Se extravió en el silencio un año después (1828) que su admirado “Sordo de Bonn”. Lo enterraron cerca de Beethoven, como era su voluntad. Pese a vivir ambos en la misma Viena, no se conocieron personalmente. Sólo le bastaron 31 años de vida para componer más de 900 piezas musicales (9 sinfonías, 23 sonatas para piano, oberturas, obras de cámara, óperas, misas y más de 600 lieder).
Sin embargo, transcurrió casi un siglo para que el legado de Franz Schubert (1797-1828) se conociera. Dos meses y medio antes que la sífilis y la tifoidea derrotaran su vida, el genio austríaco compuso tres conmovedoras sonatas para piano. El pianista estadounidense Ralph Votapek, amigo de los tucumanos (se presenta desde la década de 1970), aborda en este registro las dos últimas: en La mayor (D 959) y en Si bemol mayor (D 960).
Lejos de la tragedia que podría significar la cercanía de las pisadas de la parca, estos pentagramas de singular belleza sobrevuelan una paz sobrehumana, con algunos pasajes fantasmagóricos, abismales (el Andantino de la sonata Nº 22), que son sofocados por la serenidad. El Molto Moderato con que se inicia la Nº 23 parece escapado de un sueño, despojado de miserias humanas hasta llegar al Andante Sostenuto, el corazón de la sonata, donde brota una suerte de éxtasis místico. En los dos últimos números, la alegría renace; un espíritu beethoveniano se adueña del Presto final. Ralph Votapek bucea con maestría en el alma romántica de Schubert.
Su toque pulcro, profundo, decidor, en el que no hay nada librado al azar, transforma estas páginas en un canto a la vida, impregnado de humanidad y de poesía. Un CD que es una caricia a las nervaduras del alma.
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