20 Marzo 2011
PARÍS.- El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se impuso finalmente para que la comunidad internacional actúe militarmente contra el líder libio Muammar Gaddafi, en una decisión que Alemania ve con malestar mientras envía más soldados a Afganistán.
Mientras los líderes de países de la Unión Europea, la Liga Árabe o Naciones Unidas se sentaban a comer en el Palacio del Elíseo en París, los aviones de combate franceses ya estaban en el aire: la operación militar contra Libia había comenzado. La comunidad internacional tiene ahora, después de Irak y Afganistán, un escenario de guerra más, con la diferencia de que esta vez está mucho más cerca. Se trata de un nuevo intento de echar a un odiado déspota, pero, escéptica, Alemania advierte que de salir mal, es grande la amenaza de un conflicto a largo plazo al que probablemente sería difícil poner fin.
Gaddafi ha superado casi de todo en sus más de cuatro décadas en el poder en Libia, incluido un ataque aéreo de EEUU en 1986 contra su residencia, en el que supuestamente murió su hija adoptiva. Los daños nunca fueron reparados y siempre se los enseña a sus visitantes como prueba de su asombrosa invulnerabilidad. Algunos diplomáticos se sorprenden de que la ONU, pese a su mala reputación de lentitud, haya podido acordar una resolución en tan corto tiempo y que de repente ya no sólo se hablara de una zona de exclusión aérea, sino de "todos los medios necesarios", que incluye una operación militar. Alemania tuvo la posibilidad de votar a favor de la intervención, pero sin enviar soldados, algo que hubiera podido parecer hipócrita. Pero también un voto en contra habría dañado las relaciones franco alemanas, así que sólo quedaba la abstención.
La participación de la canciller Angela Merkel en la cumbre de París tuvo un carácter simbólico: quería evitar sobre todo la impresión de que Alemania se escaqueaba. Además, había que acallar a los franceses que ven en la posición de Alemania una afrenta contra la cooperación franco alemana. Sarkozy salió ahora al escenario mundial como un gestor de crisis activo, un rol que podría gustarle más teniendo en cuenta que en un año habrá elecciones presidenciales. Especialmente bueno para él es que incluso la oposición en su país apoya su postura. Ahora todo depende de cómo transcurre la intervención. De tener éxito, podría constituir una advertencia a otros déspotas. Pero eso aún no está garantizado.
Mientras los líderes de países de la Unión Europea, la Liga Árabe o Naciones Unidas se sentaban a comer en el Palacio del Elíseo en París, los aviones de combate franceses ya estaban en el aire: la operación militar contra Libia había comenzado. La comunidad internacional tiene ahora, después de Irak y Afganistán, un escenario de guerra más, con la diferencia de que esta vez está mucho más cerca. Se trata de un nuevo intento de echar a un odiado déspota, pero, escéptica, Alemania advierte que de salir mal, es grande la amenaza de un conflicto a largo plazo al que probablemente sería difícil poner fin.
Gaddafi ha superado casi de todo en sus más de cuatro décadas en el poder en Libia, incluido un ataque aéreo de EEUU en 1986 contra su residencia, en el que supuestamente murió su hija adoptiva. Los daños nunca fueron reparados y siempre se los enseña a sus visitantes como prueba de su asombrosa invulnerabilidad. Algunos diplomáticos se sorprenden de que la ONU, pese a su mala reputación de lentitud, haya podido acordar una resolución en tan corto tiempo y que de repente ya no sólo se hablara de una zona de exclusión aérea, sino de "todos los medios necesarios", que incluye una operación militar. Alemania tuvo la posibilidad de votar a favor de la intervención, pero sin enviar soldados, algo que hubiera podido parecer hipócrita. Pero también un voto en contra habría dañado las relaciones franco alemanas, así que sólo quedaba la abstención.
La participación de la canciller Angela Merkel en la cumbre de París tuvo un carácter simbólico: quería evitar sobre todo la impresión de que Alemania se escaqueaba. Además, había que acallar a los franceses que ven en la posición de Alemania una afrenta contra la cooperación franco alemana. Sarkozy salió ahora al escenario mundial como un gestor de crisis activo, un rol que podría gustarle más teniendo en cuenta que en un año habrá elecciones presidenciales. Especialmente bueno para él es que incluso la oposición en su país apoya su postura. Ahora todo depende de cómo transcurre la intervención. De tener éxito, podría constituir una advertencia a otros déspotas. Pero eso aún no está garantizado.
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