13 Marzo 2011
-¿Y quién te trajo? -preguntó.
-Fer.
-¿En coche?
-Claro, en qué va a ser.
-¿Ese muchacho ya tiene registro?
-Hace rato, mamá.
Marta regresó a su asiento. Antonio dijo, simplemente:
-Podríamos decirle que lo entre, alguna vez.
-¿A Fer?
-A ése que nombra.
Marta tiró el resto de su café en la pileta sin ponerse de pie.
-¿Y quién se lo tiene que decir? ¿Yo?
-Sos la madre, después de todo.
-¿Que entre a su amigo a casa, decís?
-Para que nos conozca, al menos. Para ver cómo es.
Marta resopló, angustiada.
-Lo único que sirve es que vayas al sicólogo
-dijo, cambiando repentinamente de tema.
-No me parece mala idea saber con quién anda
Vicki.
-No te parecerá mala idea que yo me entere de
con quién anda... Y yo ya lo sé. Vas a faltar como la
última vez, ¿no?
-La otra vez no falté. El sicólogo se había ido.
-Porque llegaste tarde.
-No.
-Me lo dijo la secretaria del doctor.
Marta cruzó los brazos y se recostó sobre ellos.
-Esta vez voy a llegar a tiempo -dijo Antonio.
Marta escondió la cara entre sus manos, como refugiándose en la oscuridad.
-¿Te querés ir, no?
-¿De casa?
-Sí.
-No -contestó Antonio, con firmeza.
-Pero te vas a querer ir...
Él se levantó para volcar lo que quedaba de su café frío en la pileta.
-¿Hay otra? -preguntó Marta.
-No.
-Mentiroso.
-Te digo la verdad.
-Jurámelo.
-Ya te lo juré ayer.
-Jurámelo de nuevo.
-Te lo juro.
La mirada de Antonio estaba seca. Victoria apareció descalza y en bata.
-¿Y el champú de caléndula?
-¿Te vas a bañar ahora? -protestó Antonio-.
Son las tres.
Victoria miró la nuca de su madre. Después lo miró a él, y se arrepintió de haber vuelto a la cocina.
-Tengo olor a cigarrillo en el pelo.
-Fijate en nuestro baño, a ver si queda -dijo Marta.
Victoria salió.
Antonio llevó su mano hasta la cabeza de su esposa para acariciarla. Le dijo, en un susurro, que no se preocupara, que todo iba a pasar. Marta no levantó la cabeza, ni siquiera cuando le preguntó "¿me querés?", después de un instante de silencio.
Él no supo qué contestar.
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