Por Guillermo Monti
04 Marzo 2011
Temple de acero | Western - PM13 109´
MUY BUENA
El primer western que filmaron los hermanos Coen fue "Fargo". El marco temporal es lo de menos: el dibujo de los personajes, el sentido de la historia y el entorno -la helada y desolada Minnesota- encastraban en la mitología del género. La diferencia con "Temple de acero" radica en el carácter casi celebratorio de la película. Los Coen reemplazaron la corrosiva ironía y la crudeza de "Fargo" por tópicos indisolublemente unidos a la tradición del western: la soledad -inherente al paisaje-, la redención, el heroísmo y un tono de perenne tristeza, rematada en este caso por un desenlace conmovedor.
Que lo hayan ensayado en forma de remake no deja de ser coherente. Henry Hathaway no estuvo a la altura del maestro John Ford ni de Sam Peckinpah, pero filmó su "True grit" con oficio y calidad, aunque justo es decirlo, al servicio de John Wayne. A esa altura (1969) Wayne ya era un póster ambulante, y gracias a Hathaway y a "True grit" fue un póster... con Oscar.
Vale el apunte para valorar el rollo en el que se metió Jeff Bridges cuando aceptó el papel: actuó de Rooster Cogburn y de John Wayne al mismo tiempo, y lo hizo maravillosamente. Al igual que la pequeña Hailee Steinfeld, Matt Damon y un cast que parece elegido por... Ford o Peckinpah.
La mano de los Coen -rasgos de cine de autor- son pinceladas repartidas aquí y allá. Los diálogos, veloces, punzantes, llevan su sello, en especial los contrapuntos entre Cogburn, el Texas Ranger que encarna Damon y la pequeña Mattie Ross. Hay mucho de homenaje, planos bellísimos brillantemente plasmados por la fotografía de Roger Deakins, y una banda sonora de Carter Burwell que ya merece un lugar en cada discoteca.
Y también, por supuesto, el inevitable crescendo dramático y violento que propone la novela de Charles Portis. Porque es un western, construído y contado con amor y franqueza, injustamente dejado de lado en la reciente noche del Oscar.
MUY BUENA
El primer western que filmaron los hermanos Coen fue "Fargo". El marco temporal es lo de menos: el dibujo de los personajes, el sentido de la historia y el entorno -la helada y desolada Minnesota- encastraban en la mitología del género. La diferencia con "Temple de acero" radica en el carácter casi celebratorio de la película. Los Coen reemplazaron la corrosiva ironía y la crudeza de "Fargo" por tópicos indisolublemente unidos a la tradición del western: la soledad -inherente al paisaje-, la redención, el heroísmo y un tono de perenne tristeza, rematada en este caso por un desenlace conmovedor.
Que lo hayan ensayado en forma de remake no deja de ser coherente. Henry Hathaway no estuvo a la altura del maestro John Ford ni de Sam Peckinpah, pero filmó su "True grit" con oficio y calidad, aunque justo es decirlo, al servicio de John Wayne. A esa altura (1969) Wayne ya era un póster ambulante, y gracias a Hathaway y a "True grit" fue un póster... con Oscar.
Vale el apunte para valorar el rollo en el que se metió Jeff Bridges cuando aceptó el papel: actuó de Rooster Cogburn y de John Wayne al mismo tiempo, y lo hizo maravillosamente. Al igual que la pequeña Hailee Steinfeld, Matt Damon y un cast que parece elegido por... Ford o Peckinpah.
La mano de los Coen -rasgos de cine de autor- son pinceladas repartidas aquí y allá. Los diálogos, veloces, punzantes, llevan su sello, en especial los contrapuntos entre Cogburn, el Texas Ranger que encarna Damon y la pequeña Mattie Ross. Hay mucho de homenaje, planos bellísimos brillantemente plasmados por la fotografía de Roger Deakins, y una banda sonora de Carter Burwell que ya merece un lugar en cada discoteca.
Y también, por supuesto, el inevitable crescendo dramático y violento que propone la novela de Charles Portis. Porque es un western, construído y contado con amor y franqueza, injustamente dejado de lado en la reciente noche del Oscar.