27 Febrero 2011
ILUSTRE PROFESOR. Maurice Merleau-Ponty dedicó toda su vida a la enseñanza y a la investigación filosófica.
FILOSOFíA
LO VISIBLE Y LO INVISIBLE
MAURICE MERLEAU- PONTY
(Nueva Visión - Buenos Aires)
Merleau-Ponty fue un importante filósofo francés del siglo XX (1908-1961), tributario de la filosofía de Heidegger y discípulo de Gabriel Marcel. Inscripto en ese horizonte, cuestiona la idea de una filosofía reflexiva de sujeto-objeto. En un declarado anti cartesianismo, M.P. rechaza la idea del mundo como objeto representable para una conciencia y lo transforma en una realidad originaria que hace posible para mí, todas las demás. Semejante a Marcel, en él, la filosofía se ocupa del hombre concreto, de una existencia -aquí y ahora- que pone en tela de juicio toda teoría con pretensiones de verdad absoluta. Gran investigador del tema del cuerpo y de la percepción, hizo interesantes aportes valiéndose de los estudios realizados con heridos de la guerra del 14. Asevera, somos nuestro cuerpo, y él es un arco intencional que nos relaciona con el mundo. No hay hombre sin mundo; en él estoy situado en tanto ser corpóreo; a él me abro a través de la percepción: soy en él y con él. No soy -en primer lugar- un sujeto que piensa; sino un ser encarnado intencionalmente abierto al mundo; sólo más tarde y por voluntad de conocer, puedo pensar y teorizar sobre él. Por tanto, el pensamiento abstracto se da a posteriori de aquella experiencia, íntima y fácil entre mi cuerpo y el mundo que me rodea.
El libro que tenemos entre manos -complejo y apretado- es un manuscrito que se encontró entre sus papeles; a ellos se les agrega algunas notas. La edición francesa fue cuidada por Claude Lefort. Merleau-Ponty se empeña en mostrar la filosofía como una actitud -más que como una teoría- que nace de nuestro trato con las cosas mismas. No es un léxico sofisticado sobre el mundo -sostiene- porque el lenguaje ni representa ni revela los secretos del mundo: "es, él mismo, un mundo". Lo visible que se despliega ante nosotros es común a todos, no en la representación, sino en lo vivido, pero cada uno lo vive en su experiencia única e intransferible. Lo invisible será, a su vez, no la esencia oculta tras el fenómeno, sino aquello que, estando en el fenómeno, no puede objetivarse; son las estructuras más profundas que hacen posible nuestra realidad. Jamás abarcaremos un fenómeno en su totalidad; ni físico, ni espiritual. Incluso la riqueza del lenguaje y de sus metáforas son posibles por nuestra condición perspectivista. La filosofía, por tanto, es un constante preguntar donde "el que pregunta también es puesto en tela de juicio por ese preguntar". El tema central del texto -como toda su obra- es la minuciosa y sutil descripción de un cambio de mirada: el paso de la clásica reflexión teórica, al tratamiento del mundo y de la existencia como lo inmediato. En tanto seres corpóreos, la fe perceptiva es la clave de su reflexión. Por eso, la certeza, imposible de justificar, de compartir el mundo con otros que poseen percepciones semejantes a las mías, es, paradójicamente, el fundamento de la verdad.
© LA GACETA
Cristina Bulacio
LO VISIBLE Y LO INVISIBLE
MAURICE MERLEAU- PONTY
(Nueva Visión - Buenos Aires)
Merleau-Ponty fue un importante filósofo francés del siglo XX (1908-1961), tributario de la filosofía de Heidegger y discípulo de Gabriel Marcel. Inscripto en ese horizonte, cuestiona la idea de una filosofía reflexiva de sujeto-objeto. En un declarado anti cartesianismo, M.P. rechaza la idea del mundo como objeto representable para una conciencia y lo transforma en una realidad originaria que hace posible para mí, todas las demás. Semejante a Marcel, en él, la filosofía se ocupa del hombre concreto, de una existencia -aquí y ahora- que pone en tela de juicio toda teoría con pretensiones de verdad absoluta. Gran investigador del tema del cuerpo y de la percepción, hizo interesantes aportes valiéndose de los estudios realizados con heridos de la guerra del 14. Asevera, somos nuestro cuerpo, y él es un arco intencional que nos relaciona con el mundo. No hay hombre sin mundo; en él estoy situado en tanto ser corpóreo; a él me abro a través de la percepción: soy en él y con él. No soy -en primer lugar- un sujeto que piensa; sino un ser encarnado intencionalmente abierto al mundo; sólo más tarde y por voluntad de conocer, puedo pensar y teorizar sobre él. Por tanto, el pensamiento abstracto se da a posteriori de aquella experiencia, íntima y fácil entre mi cuerpo y el mundo que me rodea.
El libro que tenemos entre manos -complejo y apretado- es un manuscrito que se encontró entre sus papeles; a ellos se les agrega algunas notas. La edición francesa fue cuidada por Claude Lefort. Merleau-Ponty se empeña en mostrar la filosofía como una actitud -más que como una teoría- que nace de nuestro trato con las cosas mismas. No es un léxico sofisticado sobre el mundo -sostiene- porque el lenguaje ni representa ni revela los secretos del mundo: "es, él mismo, un mundo". Lo visible que se despliega ante nosotros es común a todos, no en la representación, sino en lo vivido, pero cada uno lo vive en su experiencia única e intransferible. Lo invisible será, a su vez, no la esencia oculta tras el fenómeno, sino aquello que, estando en el fenómeno, no puede objetivarse; son las estructuras más profundas que hacen posible nuestra realidad. Jamás abarcaremos un fenómeno en su totalidad; ni físico, ni espiritual. Incluso la riqueza del lenguaje y de sus metáforas son posibles por nuestra condición perspectivista. La filosofía, por tanto, es un constante preguntar donde "el que pregunta también es puesto en tela de juicio por ese preguntar". El tema central del texto -como toda su obra- es la minuciosa y sutil descripción de un cambio de mirada: el paso de la clásica reflexión teórica, al tratamiento del mundo y de la existencia como lo inmediato. En tanto seres corpóreos, la fe perceptiva es la clave de su reflexión. Por eso, la certeza, imposible de justificar, de compartir el mundo con otros que poseen percepciones semejantes a las mías, es, paradójicamente, el fundamento de la verdad.
© LA GACETA
Cristina Bulacio