Mensaje esperanzador

Mensaje esperanzador

Sarmiento nació en un villorrio pobre de San Juan y se convirtió en doctor, general y presidente. Le demostró a su país que hay un futuro posible no sujeto a la necesidad. Por Patricia Pasquali* - Para LA GACETA.

OBJETIVO. El 12 de octubre de 1868 Sarmiento asumió la presidencia y centró su gestión en el impulso a la educación y el desarrollo de las comunicaciones. OBJETIVO. El 12 de octubre de 1868 Sarmiento asumió la presidencia y centró su gestión en el impulso a la educación y el desarrollo de las comunicaciones.
13 Febrero 2011
El huracanado sanjuanino se nos presenta como el raro arquetipo del hombre de genio volcado a la acción, hacedor empecinado, voluntarioso hasta la omnipotencia, al que exaspera la intelectualidad pusilánime. Polifacético, complejo, muchas veces contradictorio, pero siempre frontal y sincero, pocos como él han suscitado tanta polémica. Remanidamente se lo acusó de megalómano, corifeo de la entrega, enemigo de la tradición, de España, del gaucho, del indio, del catolicismo? Sin embargo, nada ha podido impedir que la trascendencia de su figura fuese cada vez más nítidamente advertida?
Al procurar penetrar con su agudo intelecto la realidad en la que está inmerso, la interpreta escindida en la antinomia civilización y barbarie, que puede ser traducido en términos de libertad-necesidad. En ese esquema, Sarmiento apuesta su vida al triunfo del progreso, cuyo grado mide por la libertad política, y la propagación del bienestar colectivo; por eso -sublimando sus carencias, que convierte en ideales- confiesa ser su pretensión "dejar por herencia millares en mejores condiciones? para que todos puedan gozar del festín de la vida del que yo gocé sólo a hurtadillas". Considera que tres son los medios para alcanzar esa meta: reforma agraria, inmigración y educación. El primero se estrella contra los intereses de esa "aristocracia con olor a bosta", que él denuncia pero no puede vencer; el segundo logra plasmarse pero, cual aprendiz de brujo, sus efectos no deseados lo inquietan sobremanera: "estamos en plena corriente de inmigración y es la empresa del día evitar que degenere en peligro para la integridad y la soberanía nacionales". Tal preocupación motiva los interrogantes que se plantea en Conflictos y armonías de las razas en América: "¿Somos Nación? Nación sin amalgama de materiales, sin ajuste ni cimiento. ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello". De allí la importancia de la educación común como factor de asimilación de esa inmensa masa aluvial y también como instrumento de redención política: había que hacer "de toda la República una escuela" porque "un pueblo ignorante siempre elegirá a Rosas"? "He terminado una larga carrera, llegando al final sin desandar el camino, ni extraviarme. Los males quedarán en la sombra o serán amnistiados", concluye el Gran Viejo de la Patria al realizar un breve balance de su fragosa existencia. Aquel desvalido provinciano de los tiempos de Facundo, que ya parecían tan lejanos, se había abierto camino a brazo partido sin descuidar nunca su gran causa: la educación popular, para terminar saliéndose con la suya de ser presidente, doctor y general. Alguien, no sin un dejo de sorna, le pregunta: "¿Y ahora qué le falta ser, don Domingo?" Entre gruñón y sarcástico, Sarmiento responde: "Obispo y porteño". Si había logrado todo eso emergiendo de una situación marginal tan desventajosa (había nacido en un villorrio empobrecido de San Juan), ¿cómo no iba a esperar igual suerte para su país? Su propio derrotero era el aval más sólido que podía esgrimir para legitimar su optimismo, que nada tenía de ingenuidad o candidez, pues se trataba de una confianza autoimpuesta, que le hace exclamar con plena conciencia de ello: "¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! Para ese no están hechas las grandes cosas".
Tal vez este sea el mensaje permanente de Sarmiento: hay un futuro posible no sujeto a la necesidad. De nada vale la queja, ni la estéril autocompasión. Por el contrario: toda su pertinaz, luminosa y batalladora vida es una invitación al progreso, un llamado a la acción esperanzada y creadora, que en la Argentina de hoy constituye un reto difícil de aceptar, casi un desafío desmesurado -como lo fue también para el gran sanjuanino en su época-, pero irrenunciable, si es que todavía aspiramos a volver a sentir el orgullo de ser argentinos. © LA GACETA

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