Hasta no hace mucho la envidia era considerada el pecado capital más avergonzante y también el menos placentero. Desear lo que otro tiene y uno carece no produce ninguna sensación agradable, sólo malestar o culpa. Pero digno de estos tiempos, el pudor cotiza en baja y a todo se le encuentra su placer. La revista "Science" recientemente publicó los resultados de un estudio del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón en el cual se estudiaron los efectos neurobiológicos de la envidia y su compañero el schadenfreude, o el placer de que a la persona que se envidia le vaya mal.
Máquinas de resonancia evaluaron la actividad cerebral. Cuando una persona se comparaba con un par, y en la medición salía perdiendo, se activan en el cerebro las zonas del dolor físico. Por el contrario, cuando se imaginaba que a alguien digno de ser envidiado le iba mal, el cerebro reaccionaba liberando dopamina: el placer de los dioses.
Los investigadores coinciden en que el dolor y el placer que puede provocar el mismo caso de envidia son proporcionales, con lo que el sexto pecado capital dejaría de no tener premio. El autor del estudio, Hidehiko Takahashi, precisó además que con solo imaginar el fracaso de la persona que uno envidia se puede sentir un placer comparable al de comer un chocolate.
Como parte de la misma investigación, psiquiatras llevaron adelante una serie de tests y entrevistas. La mitad de los participantes se identificó con la frase "Yo quiero tener lo mismo que tiene aquel". El otro 50% prefirió "Yo no quiero que aquel tenga más que yo".
Patológica
Desde la psicología, ser envidioso puede ser bueno o malo dependiendo de las consecuencias. "Cuando la envidia se vuelve patológica las consecuencias van desde el aislamiento social a la activación del potencial del envidioso para superarse. Sentimientos como la frustración y la angustia son frecuentes", explica Marcela Corazza.
Si los seres humanos evolucionamos hacia sociedades cada vez más igualitarias y democráticas, quizá se deba a la envidia. Científicos evolucionistas creen que su universalidad en el tiempo y el espacio, su naturaleza social y material y su relación con la vergüenza la han convertido en un motor de superación que tiende a menos inequidad. La envidia sana, eso es, nivela para arriba.
La otra, su hermana pequeña y malvada, mezquina y rencorosa conserva su mala prensa. Pero quizá empecemos a entenderla mejor pronto. La coach ontológica Silvia Rossi considera que la envidia es "una interpretación del otro por la cual uno puede rechazarlo, querer desprestigiarlo o intentar superarlo".
Las acciones de la comunidad, en especial la educación, promueven la competencia y, como consecuencia, la envidia. "Hay premios y castigos acordados socialmente. Si sos buen alumno, tenés un 10 y si sos malo, vas al rincón ¿Cómo no va a haber envidia así?", se pregunta la experta.
La envidia nace de sentimientos de carencia muy fuertes, según Coraza. "Se vuelve una enfermedad cuando es permanente y no permite que uno progrese. La envidia se alimenta de una autoestima muy baja, alta inseguridad y de valoraciones negativas de uno mismo", afirma. Y si no se trabajan estos problemas las consecuencias pueden ser el estancamiento personal y la soledad.