30 Enero 2011
SIEMPRE CON APURO. La agitada vida actual provoca que las personas estén corriendo de un lado para el otro. FRICK.COM
El tránsito, la forma en que manejamos nuestros vehículos, el salir a la calle, el saludo al subir o bajar del edificio donde vivimos, el comprar algo en el comercio de nuestra zona o barrio denotan invariable y significativamente nuestra concepción sobre el prójimo, señala el psiquiatra Carlos Iriarte Bosco.
"De acuerdo con cómo hemos tratado al otro se fue construyendo dentro de nosotros esta concepción antropológica de nuestros semejantes. Hace 50 años -por citar una cifra- el concepto de familia era diferente al de hoy en día. Citemos algunos ejemplos: se almorzaba y se cenaba en familia; el apuro por trabajar y/o estudiar era diferente al día de hoy; el saber qué hacer existencialmente hablando parecía más claro; la oferta laboral tenía mayores perspectivas. Hoy nuestra vida está signada por la velocidad: ya no nos alcanza con decir vivimos a cien por hora. "¿Cómo estás?", es la pregunta. "A mil" la respuesta. Y a veces nos quedamos cortos. Si vivimos a este ritmo, ¿cuál será la razón de esta excesiva velocidad? La híper exigencia de la vida cotidiana es una de las razones", analiza el médico.
Se vivía con un sueldo
Al volver otra vez 50 años atrás, recuerda que una familia vivía con un sueldo; que la esposa tenía una presencia de tiempo completo, y que se almorzaba y cenaba en plenitud. Hoy los cónyuges trabajan en más de una ocupación; no se tiene el tiempo y a veces la actitud de alimentar las relaciones básicas intrafamiliares: estas fueron depositadas en la tecnología o en personas e instituciones sustitutas (empleadas, la escuela, los amigos). "Esto -agrega el médico- configura un tejido social roto, tanto dentro de la familia como en la sociedad. Al decir de Zygmunt Bauman (sociólogo y filósofo de origen polaco), el tejido social es quebradizo como una pista de hielo y uno tiene que seguir patinando en este, pero para no hundirse hay que aumentar la velocidad. Este aumento de la velocidad tiene consecuencias, uno pierde los detalles, no saborea un café, ni la compañía de un buen amigo porque se detiene y teme hundirse".
Según señaló el profesional, la persona empieza a perder el placer genuino, el que genera endorfinas naturales. De esa manera, se apela a la razón más que a la emoción y se desbalancea el equilibrio natural entre estos dos órganos".
Seres inseguros
Iriarte Bosco sostuvo que "damos lugar a seres excesivamente racionales que han logiquizado -valga el neologismo- la vida cotidiana; seres extremadamente inseguros que ven en el prójimo no un próximo, sino un adversario y hasta a un enemigo mortal, con las consecuencias que todos conocemos y que los medios de comunicación reflejan".
"Estamos siendo educados básicamente en la resta, no en la suma; en el individualismo y no en el desarrollo de la individualidad. Nosotros existimos gracias a la presencia del otro, del prójimo. No hay ninguna posibilidad de vida humana sin el aspecto humano -valga la redundancia- de construir y reconstruir nuestras relaciones. Esta es la constante angustia que permite vivir más equilibradamente", indicó el médico.
En su análisis señaló que es lógico, pero no humano, que haya reacciones desmedidas en la vida cotidiana. "Confiamos más en la lógica de la razón que en articular nuestra razón. Y nuestro corazón es la base para manejar los impulsos de un modo más socializado; es decir, para transformar nuestros impulsos en deseos", concluyó.
"De acuerdo con cómo hemos tratado al otro se fue construyendo dentro de nosotros esta concepción antropológica de nuestros semejantes. Hace 50 años -por citar una cifra- el concepto de familia era diferente al de hoy en día. Citemos algunos ejemplos: se almorzaba y se cenaba en familia; el apuro por trabajar y/o estudiar era diferente al día de hoy; el saber qué hacer existencialmente hablando parecía más claro; la oferta laboral tenía mayores perspectivas. Hoy nuestra vida está signada por la velocidad: ya no nos alcanza con decir vivimos a cien por hora. "¿Cómo estás?", es la pregunta. "A mil" la respuesta. Y a veces nos quedamos cortos. Si vivimos a este ritmo, ¿cuál será la razón de esta excesiva velocidad? La híper exigencia de la vida cotidiana es una de las razones", analiza el médico.
Se vivía con un sueldo
Al volver otra vez 50 años atrás, recuerda que una familia vivía con un sueldo; que la esposa tenía una presencia de tiempo completo, y que se almorzaba y cenaba en plenitud. Hoy los cónyuges trabajan en más de una ocupación; no se tiene el tiempo y a veces la actitud de alimentar las relaciones básicas intrafamiliares: estas fueron depositadas en la tecnología o en personas e instituciones sustitutas (empleadas, la escuela, los amigos). "Esto -agrega el médico- configura un tejido social roto, tanto dentro de la familia como en la sociedad. Al decir de Zygmunt Bauman (sociólogo y filósofo de origen polaco), el tejido social es quebradizo como una pista de hielo y uno tiene que seguir patinando en este, pero para no hundirse hay que aumentar la velocidad. Este aumento de la velocidad tiene consecuencias, uno pierde los detalles, no saborea un café, ni la compañía de un buen amigo porque se detiene y teme hundirse".
Según señaló el profesional, la persona empieza a perder el placer genuino, el que genera endorfinas naturales. De esa manera, se apela a la razón más que a la emoción y se desbalancea el equilibrio natural entre estos dos órganos".
Seres inseguros
Iriarte Bosco sostuvo que "damos lugar a seres excesivamente racionales que han logiquizado -valga el neologismo- la vida cotidiana; seres extremadamente inseguros que ven en el prójimo no un próximo, sino un adversario y hasta a un enemigo mortal, con las consecuencias que todos conocemos y que los medios de comunicación reflejan".
"Estamos siendo educados básicamente en la resta, no en la suma; en el individualismo y no en el desarrollo de la individualidad. Nosotros existimos gracias a la presencia del otro, del prójimo. No hay ninguna posibilidad de vida humana sin el aspecto humano -valga la redundancia- de construir y reconstruir nuestras relaciones. Esta es la constante angustia que permite vivir más equilibradamente", indicó el médico.
En su análisis señaló que es lógico, pero no humano, que haya reacciones desmedidas en la vida cotidiana. "Confiamos más en la lógica de la razón que en articular nuestra razón. Y nuestro corazón es la base para manejar los impulsos de un modo más socializado; es decir, para transformar nuestros impulsos en deseos", concluyó.
NOTICIAS RELACIONADAS