Por Nora Jabif
21 Enero 2011
Entre septiembre y octubre, año a año, una horda de amantes de la cerveza se apropia de las calles de la ciudad alemana de Munich, cuando el calendario turístico marca la Oktoberfest. El 17 de marzo, la ciudad irlandesa de Dublin se pone literalmente verde y la cerveza (irish beer, por supuesto) corre a granel, para honrar con un toque pagano al patrono de Irlanda, San Patricio. El año pasado, Cristina de Kirchner tomó la posta y, en consonancia con cierta tendencia báquica que recorre el mundo, decretó que el vino argentino es la bebida nacional. Al margen de las cuestiones de estricto paladar, esas efemérides etílicas ya se han convertido en referentes patrimoniales de una zona determinada, en una apuesta de triple entrada: comercial, turística y cultural. En la misma línea deben incluirse entonces, la empanada tucumana, que ya se vende frisada al extranjero, o a otras provincias argentinas (en particular a Buenos Aires). Alrededor de la empanada -y los mellizos Orellana lo saben- se ha organizado un circuito marketinero que se integró primero con la ya tradicional fiesta/festival; y al que luego le añadió el condimento religioso, con su inclasificable Paseo de la Veneración, que ha cosechado la adhesión de la feligresía y las críticas de quienes analizan ese fenómeno con un criterio estrictamente estético.
Todo esto viene a cuento para resaltar que lo que en el siglo XXI puede ser adoptado como "patrimonio cultural", no necesariamente lo era un siglo atrás. ¿La empanada, patrimonio cultural?, se habrán preguntado hace unos años los expertos o interesados que analizan las cuestiones de patrimonio con los anteojos de la tradición. Y es probable que se lo sigan preguntando, con el mismo azoramiento con que recibieron en octubre del año pasado el proyecto de la legisladora Carolina Vargas Aignasse para que se declare el 18 de marzo como Día Provincial del Sandwich de milanesa. El tren, el ferrocarril
La legisladora oficialista impulsó esa efeméride porque el 18 de marzo del año pasado murió el propietario de una sandwichería clásica de Tucumán: Chacho.
Apenas conocida la noticia, la información empezó a circular, con el rótulo de "noticia insólita". ¿Acaso no es el sándwich de milanesa el ícono de la escultura del tucumano Sandro Pereira que hace unos años deslumbró a la crítica de arte porteña, y a coleccionistas privados?
En todo caso, si se analiza la legislación cultural sancionada en los últimos años en Tucumán (leyes 7535 y 7500), en el artículo 2 de ambas normas se puede leer: "se considera patrimonio cultural todos aquellos bienes materiales o intangibles de valor histórico, arquitectónico, artístico, arqueológico, paleontológico, antropológico, documental, paisajístico y científico tecnológico, que constituyen la expresión o el testimonio de la creación humana, la evolución de la naturaleza y que sean significativos y representativos de la cultura tucumana".
En la ley 7535 (2006) los únicos bienes que aparecen identificados "con nombre y apellido" son los inmuebles que la Comisión de defensa del patrimonio quiso entonces preservar de que fueran vendidos al puro valor inmobiliario. Entonces, esa comisión logró frenar el enajenamiento por parte del Estado de un lote importante de inmuebles. Sin embargo, a cinco años de distancia, con la mera protección de los "ladrillos" no alcanza: la realidad exige un "salto cualitativo" en las acciones de defensa patrimonial. En varias direcciones: 1) que el registro de bienes patrimoniales incluya los "bienes inmateriales" no sólo como meros enunciados; 2) que la Comisión Provincial de Patrimonio de Bienes Culturales, en la que hasta ahora han tallado con fuerza los profesionales de la arquitectura, se nutra también de representantes de otras disciplinas.
La conclusión es que hay bienes culturales que trascienden lo arquitectónico. Y que con ese concepto de bienes ampliado, es imposible que el Ente de Cultura (léase, el Estado) lo controle todo. Sin embargo, hay focos que el Ente sí debe controlar. Y uno de esos focos es el relativo a la seguridad en los museos.
En su edición de hoy, LA GACETA publica que las imágenes de las dos valiosas custodias que fueron sustraídas a comienzos de enero en el Museo de Arte Sacro ya están circulando en los aeropuertos y terminales de todo el mundo, enviadas por la Interpol. Tanta celeridad en la distribución de las imágenes se debe en gran parte a la eficiencia de las autoridades del Museo de Arte Sacro (que es privado), porque tenían catalogada toda su obra museológica.
En ese aspecto, la seguridad en los museos tucumanos muestra fisuras: si bien en cada edificio hay un policía y un sistema de alarmas, les faltan cámaras de vigilancia (al parecer, esa acción está en marcha) ; un sistema de fichado de todo su patrimonio, que implica tanto la tecnología para el registro de esos bienes como de personal que lo ejecute, y que lo actualice permanentemente.
Ultimo, pero no menor, también se necesita que funcione el sistema de monitoreo que se ha instalado en el ex hotel Corona, y que hasta ahora no se ha mostrado eficaz.
Según Interpol, en la Argentina, el mapa del robo de bienes culturales se distribuye por región geográfica: en el Norte, los delincuentes eligen , sobre todo, los restos arqueológicos. Como se sabe, esos restos se distribuyen en "museos a cielo abierto". En esos casos, no hay mejor custodia que la de una comunidad que, enamorada de su patrimonio cultural, hará todo lo necesario para protegerlo, al margen de la indelegable vigilancia del Estado.
Todo esto viene a cuento para resaltar que lo que en el siglo XXI puede ser adoptado como "patrimonio cultural", no necesariamente lo era un siglo atrás. ¿La empanada, patrimonio cultural?, se habrán preguntado hace unos años los expertos o interesados que analizan las cuestiones de patrimonio con los anteojos de la tradición. Y es probable que se lo sigan preguntando, con el mismo azoramiento con que recibieron en octubre del año pasado el proyecto de la legisladora Carolina Vargas Aignasse para que se declare el 18 de marzo como Día Provincial del Sandwich de milanesa. El tren, el ferrocarril
La legisladora oficialista impulsó esa efeméride porque el 18 de marzo del año pasado murió el propietario de una sandwichería clásica de Tucumán: Chacho.
Apenas conocida la noticia, la información empezó a circular, con el rótulo de "noticia insólita". ¿Acaso no es el sándwich de milanesa el ícono de la escultura del tucumano Sandro Pereira que hace unos años deslumbró a la crítica de arte porteña, y a coleccionistas privados?
En todo caso, si se analiza la legislación cultural sancionada en los últimos años en Tucumán (leyes 7535 y 7500), en el artículo 2 de ambas normas se puede leer: "se considera patrimonio cultural todos aquellos bienes materiales o intangibles de valor histórico, arquitectónico, artístico, arqueológico, paleontológico, antropológico, documental, paisajístico y científico tecnológico, que constituyen la expresión o el testimonio de la creación humana, la evolución de la naturaleza y que sean significativos y representativos de la cultura tucumana".
En la ley 7535 (2006) los únicos bienes que aparecen identificados "con nombre y apellido" son los inmuebles que la Comisión de defensa del patrimonio quiso entonces preservar de que fueran vendidos al puro valor inmobiliario. Entonces, esa comisión logró frenar el enajenamiento por parte del Estado de un lote importante de inmuebles. Sin embargo, a cinco años de distancia, con la mera protección de los "ladrillos" no alcanza: la realidad exige un "salto cualitativo" en las acciones de defensa patrimonial. En varias direcciones: 1) que el registro de bienes patrimoniales incluya los "bienes inmateriales" no sólo como meros enunciados; 2) que la Comisión Provincial de Patrimonio de Bienes Culturales, en la que hasta ahora han tallado con fuerza los profesionales de la arquitectura, se nutra también de representantes de otras disciplinas.
La conclusión es que hay bienes culturales que trascienden lo arquitectónico. Y que con ese concepto de bienes ampliado, es imposible que el Ente de Cultura (léase, el Estado) lo controle todo. Sin embargo, hay focos que el Ente sí debe controlar. Y uno de esos focos es el relativo a la seguridad en los museos.
En su edición de hoy, LA GACETA publica que las imágenes de las dos valiosas custodias que fueron sustraídas a comienzos de enero en el Museo de Arte Sacro ya están circulando en los aeropuertos y terminales de todo el mundo, enviadas por la Interpol. Tanta celeridad en la distribución de las imágenes se debe en gran parte a la eficiencia de las autoridades del Museo de Arte Sacro (que es privado), porque tenían catalogada toda su obra museológica.
En ese aspecto, la seguridad en los museos tucumanos muestra fisuras: si bien en cada edificio hay un policía y un sistema de alarmas, les faltan cámaras de vigilancia (al parecer, esa acción está en marcha) ; un sistema de fichado de todo su patrimonio, que implica tanto la tecnología para el registro de esos bienes como de personal que lo ejecute, y que lo actualice permanentemente.
Ultimo, pero no menor, también se necesita que funcione el sistema de monitoreo que se ha instalado en el ex hotel Corona, y que hasta ahora no se ha mostrado eficaz.
Según Interpol, en la Argentina, el mapa del robo de bienes culturales se distribuye por región geográfica: en el Norte, los delincuentes eligen , sobre todo, los restos arqueológicos. Como se sabe, esos restos se distribuyen en "museos a cielo abierto". En esos casos, no hay mejor custodia que la de una comunidad que, enamorada de su patrimonio cultural, hará todo lo necesario para protegerlo, al margen de la indelegable vigilancia del Estado.
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