24 Octubre 2010
OTRO COSTADO DE LA DECADA DEL 70. Yofre repara, entre otros hechos brutales, en el asesinato del líder cegetista José Rucci: fue uno de desencadenantes del "golpe de timón" que daría Perón.
Investigación
El escarmiento
JUAN BAUTISTA YOFRE
(Sudamericana - Buenos Aires)
El Escarmiento, de Juan Bautista Yofre, se suma a la oferta bibliográfica que revisa otro costado de la década del 70. Los vaivenes de la política estimulan las relecturas de esos años trágicos. La de Yofre es, entonces, una nueva mirada que rastrea en las causas del derrumbe del tercer gobierno peronista.
La retirada de las Fuerzas Armadas del gobierno en marzo de 1973, y el cese del enfrentamiento entre radicales y justicialistas, abrió una nueva etapa de normalización institucional. Sin embargo, la democracia emergía condicionada por el contexto de violencia, el descontrol inflacionario y las divisiones internas en la principal fuerza opositora a la Revolución Argentina.
El petróleo adicionó un problema más a ese cuadro complejo preexistente, que pretendía ser controlado en la esfera socioeconómica mediante el Pacto Social.
Héctor Cámpora llegó a la Casa Rosada en representación de Juan Domingo Perón, pero se recostó en las organizaciones armadas que competían con la dirigencia cegetista por la orientación del proceso. La ortodoxia sindical aparecía como la herramienta de mayor confianza para el líder que regresaba de España. Yofre describe minuciosamente la convulsión que vivió el país durante la experiencia camporista, que terminó con la salida del odontólogo de la presidencia, la vuelta de Perón a la Casa Rosada y un salto cualitativo en la escalada de furia que ensangrentó la sociedad. Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) minaron despiadadamente la endeble institucionalidad y fomentaron la aparición de la sanguinaria Triple A.
El quiebre
Yofre analiza los entretelones de la caída de Cámpora y el armado del nuevo gabinete, en el que Benito Llambí desempeñó un papel clave. Simultáneamente, el conservador Vicente Solano Lima entraba en el ocaso, en el definitivo adiós a la fase camporista.
El asesinato de José Rucci y el ataque al cuartel de Azul predispusieron a Perón a dar un golpe de timón. Las formaciones especiales -eufemismo usado por el conductor exiliado en España para denominar a su ala izquierda- se negaron a disolverse, mientras asumían la praxis marxista, opción ideológica que Yofre justifica documentalmente. Para ellas, Cuba era la referencia político-militar del momento, Mario Firmenich y Roberto Quieto se alejaron de la dirección de Perón.
La frustrada intentona erpiana contra Azul determinó la ilegalidad de la organización liderada por Mario Roberto Santucho. Esas circunstancias hicieron madurar en Perón la convicción de que había que eliminar al enemigo, concepto que tras su muerte será interpretado de distinta manera por sus sucesores y por el régimen dictatorial que los desalojó del poder en marzo de 1976.
Perón fue un político, pero ante todo un encumbrado caudillo militar que reaccionó como tal. Ricardo Balbín, veterano político radical, mantuvo frecuentes diálogos con él, sin que sus consejos fueran escuchados, aun cuando ambos coincidieron en la preservación de las instituciones. Montoneros y el ERP, por el contrario, despreciaron la precaria democracia existente. Al final precipitaron la caída de esta y el país pagó un precio muy caro por ello.
La expansión erpiana por las zonas rurales de Tucumán en 1974 reveló las limitaciones operativas de la Policía Federal, según el entonces general de brigada Luciano Benjamín Menéndez.
En el Comando de la V Brigada, según Yofre, se sugería ya que las fuerzas militares debían entrar en combate, en una suerte de anticipo velado del Operativo Independencia.
El relato referido a Tucumán es inexacto en cuanto a la adscripción a la Tendencia Revolucionaria de los diputados que promovieron una investigación a la Policía por corrupción. Ellos pertenecieron al gremialismo ortodoxo y obedecieron verticalmente al partido Justicialista. El principal impulsor de la iniciativa en Diputados, el ferroviario Raúl Mauricio Lechesi, fue secuestrado en marzo de 1976, con el golpe de Estado. La política desvinculó la relación ética entre medios y fines. La democracia fue víctima de ese desencuentro.
© LA GACETA
Carlos Abrehu
El escarmiento
JUAN BAUTISTA YOFRE
(Sudamericana - Buenos Aires)
El Escarmiento, de Juan Bautista Yofre, se suma a la oferta bibliográfica que revisa otro costado de la década del 70. Los vaivenes de la política estimulan las relecturas de esos años trágicos. La de Yofre es, entonces, una nueva mirada que rastrea en las causas del derrumbe del tercer gobierno peronista.
La retirada de las Fuerzas Armadas del gobierno en marzo de 1973, y el cese del enfrentamiento entre radicales y justicialistas, abrió una nueva etapa de normalización institucional. Sin embargo, la democracia emergía condicionada por el contexto de violencia, el descontrol inflacionario y las divisiones internas en la principal fuerza opositora a la Revolución Argentina.
El petróleo adicionó un problema más a ese cuadro complejo preexistente, que pretendía ser controlado en la esfera socioeconómica mediante el Pacto Social.
Héctor Cámpora llegó a la Casa Rosada en representación de Juan Domingo Perón, pero se recostó en las organizaciones armadas que competían con la dirigencia cegetista por la orientación del proceso. La ortodoxia sindical aparecía como la herramienta de mayor confianza para el líder que regresaba de España. Yofre describe minuciosamente la convulsión que vivió el país durante la experiencia camporista, que terminó con la salida del odontólogo de la presidencia, la vuelta de Perón a la Casa Rosada y un salto cualitativo en la escalada de furia que ensangrentó la sociedad. Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) minaron despiadadamente la endeble institucionalidad y fomentaron la aparición de la sanguinaria Triple A.
El quiebre
Yofre analiza los entretelones de la caída de Cámpora y el armado del nuevo gabinete, en el que Benito Llambí desempeñó un papel clave. Simultáneamente, el conservador Vicente Solano Lima entraba en el ocaso, en el definitivo adiós a la fase camporista.
El asesinato de José Rucci y el ataque al cuartel de Azul predispusieron a Perón a dar un golpe de timón. Las formaciones especiales -eufemismo usado por el conductor exiliado en España para denominar a su ala izquierda- se negaron a disolverse, mientras asumían la praxis marxista, opción ideológica que Yofre justifica documentalmente. Para ellas, Cuba era la referencia político-militar del momento, Mario Firmenich y Roberto Quieto se alejaron de la dirección de Perón.
La frustrada intentona erpiana contra Azul determinó la ilegalidad de la organización liderada por Mario Roberto Santucho. Esas circunstancias hicieron madurar en Perón la convicción de que había que eliminar al enemigo, concepto que tras su muerte será interpretado de distinta manera por sus sucesores y por el régimen dictatorial que los desalojó del poder en marzo de 1976.
Perón fue un político, pero ante todo un encumbrado caudillo militar que reaccionó como tal. Ricardo Balbín, veterano político radical, mantuvo frecuentes diálogos con él, sin que sus consejos fueran escuchados, aun cuando ambos coincidieron en la preservación de las instituciones. Montoneros y el ERP, por el contrario, despreciaron la precaria democracia existente. Al final precipitaron la caída de esta y el país pagó un precio muy caro por ello.
La expansión erpiana por las zonas rurales de Tucumán en 1974 reveló las limitaciones operativas de la Policía Federal, según el entonces general de brigada Luciano Benjamín Menéndez.
En el Comando de la V Brigada, según Yofre, se sugería ya que las fuerzas militares debían entrar en combate, en una suerte de anticipo velado del Operativo Independencia.
El relato referido a Tucumán es inexacto en cuanto a la adscripción a la Tendencia Revolucionaria de los diputados que promovieron una investigación a la Policía por corrupción. Ellos pertenecieron al gremialismo ortodoxo y obedecieron verticalmente al partido Justicialista. El principal impulsor de la iniciativa en Diputados, el ferroviario Raúl Mauricio Lechesi, fue secuestrado en marzo de 1976, con el golpe de Estado. La política desvinculó la relación ética entre medios y fines. La democracia fue víctima de ese desencuentro.
© LA GACETA
Carlos Abrehu
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