24 Octubre 2010
Vuelve a respirarse un aire enrarecido en la economía global. Si bien, a caballo de la hiper-liquidez reinante, los mercados financieros en todo el mundo atraviesan una fase de euforia, en paralelo se van incubando conflictos y tensiones entre países que hacen presagiar nuevas turbulencias.
La desesperación ante la tozuda persistencia de la debilidad de sus economías lleva a las autoridades de los países centrales (especialmente de EEUU) a políticas monetarias extremadamente laxas. En consecuencia, han proliferado las presiones a favor de fuertes realineamientos de las paridades cambiarias. Varios países se sienten perjudicados por estas tendencias y, al intentar resistirse, afloran los conflictos.
Para empezar, EEUU cuestiona a China por impedir una más rápida apreciación del Yuan que permitiría la reducción de su enorme superávit externo y facilitaría la corrección de los desequilibrios globales. El gigante asiático replica que la verdadera distorsión estriba en las tasas de interes nulas que proponen los países ricos y advierten que el panorama se complicará aún más cuando Ben Bernanke -en un intento postrero para evitar caer en deflación- retome el quantitative easing (que se parece bastante a la emisión monetaria espuria). Europa, mientras tanto, vive una rara coyuntura: la economía alemana, la más influyente del continente, goza de relativa buena salud y -por su holgado superávit externo- está en condiciones de tolerar un Euro fuerte. Pero la fuerte apreciación reciente de la divisa europea agudiza los problemas de los países de la periferia (Grecia, Irlanda y Portugal).
Finalmente, a los mercados emergentes les toca ser la principal válvula de escape hacia la que se canaliza la hiperliquidez, por lo que -a partir del fuerte aumento del apetito por riesgo- la mayoría está recibiendo un intenso flujo de capitales con la consecuente presión a la apreciación de sus monedas.
Así planteado, el escenario ofrece un gran número de flancos débiles. Se teme que la recesión de los EEUU se haga crónica y reedite la experiencia japonesa de los ´90; que el Euro fuerte vuelva a empujar a los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) hacia el abismo del default; que el precio exageradamente bajo del riesgo propicie la gestación de nuevas burbujas en mercados emergentes; y finalmente, que la escalada de tensiones derive en un rebrote de proteccionismo y una eventual guerra comercial.
Semejante cantidad de frentes abiertos convierten al actual en un equilibrio eminentemente inestable para la economía global. En este contexto, es temerario extrapolar a 2011 las actuales condiciones financieras. Es probable que las tasas de interés en los países ricos sigan siendo prácticamente nulas. Dudamos en cambio que el precio del riesgo siga siendo tan bajo como ahora. Esta es una advertencia que conviene tener presente en nuestro país. En las últimas semanas, los activos financieros argentinos han capitalizado la hiperliquidez global y se embarcaron en un rally furioso. Pero no apostaríamos por la continuidad de este escenario en 2011. Por el contrario, quizás debamos prepararnos para la reversión (o, como mínimo, la moderación) del viento a favor externo que tanto nos ha empujado en los últimos años.
La desesperación ante la tozuda persistencia de la debilidad de sus economías lleva a las autoridades de los países centrales (especialmente de EEUU) a políticas monetarias extremadamente laxas. En consecuencia, han proliferado las presiones a favor de fuertes realineamientos de las paridades cambiarias. Varios países se sienten perjudicados por estas tendencias y, al intentar resistirse, afloran los conflictos.
Para empezar, EEUU cuestiona a China por impedir una más rápida apreciación del Yuan que permitiría la reducción de su enorme superávit externo y facilitaría la corrección de los desequilibrios globales. El gigante asiático replica que la verdadera distorsión estriba en las tasas de interes nulas que proponen los países ricos y advierten que el panorama se complicará aún más cuando Ben Bernanke -en un intento postrero para evitar caer en deflación- retome el quantitative easing (que se parece bastante a la emisión monetaria espuria). Europa, mientras tanto, vive una rara coyuntura: la economía alemana, la más influyente del continente, goza de relativa buena salud y -por su holgado superávit externo- está en condiciones de tolerar un Euro fuerte. Pero la fuerte apreciación reciente de la divisa europea agudiza los problemas de los países de la periferia (Grecia, Irlanda y Portugal).
Finalmente, a los mercados emergentes les toca ser la principal válvula de escape hacia la que se canaliza la hiperliquidez, por lo que -a partir del fuerte aumento del apetito por riesgo- la mayoría está recibiendo un intenso flujo de capitales con la consecuente presión a la apreciación de sus monedas.
Así planteado, el escenario ofrece un gran número de flancos débiles. Se teme que la recesión de los EEUU se haga crónica y reedite la experiencia japonesa de los ´90; que el Euro fuerte vuelva a empujar a los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) hacia el abismo del default; que el precio exageradamente bajo del riesgo propicie la gestación de nuevas burbujas en mercados emergentes; y finalmente, que la escalada de tensiones derive en un rebrote de proteccionismo y una eventual guerra comercial.
Semejante cantidad de frentes abiertos convierten al actual en un equilibrio eminentemente inestable para la economía global. En este contexto, es temerario extrapolar a 2011 las actuales condiciones financieras. Es probable que las tasas de interés en los países ricos sigan siendo prácticamente nulas. Dudamos en cambio que el precio del riesgo siga siendo tan bajo como ahora. Esta es una advertencia que conviene tener presente en nuestro país. En las últimas semanas, los activos financieros argentinos han capitalizado la hiperliquidez global y se embarcaron en un rally furioso. Pero no apostaríamos por la continuidad de este escenario en 2011. Por el contrario, quizás debamos prepararnos para la reversión (o, como mínimo, la moderación) del viento a favor externo que tanto nos ha empujado en los últimos años.