Por Irene Benito
13 Octubre 2010
Ser minero implica aceptar el riesgo de un derrumbe a cuatro cuadras de profundidad. Ser periodista supone entender que si 33 mineros permanecen nueve semanas bajo tierra, el día del rescate sólo habrá una cosa más importante que observar cómo la cápsula se sumerge por un hueco: ver cómo un rato después ella regresa a la superficie con Florencio Ávalos, el primer trabajador extraído de las entrañas de la mina San José. La redacción de LA GACETA tiene esta noche una ansiedad especial, una ilusión que también es asombro porque pocas veces ocurren proezas semejantes. Ojos (rojos con anteojos) miran las pantallas conscientes del hecho histórico. Redes sociales y canales han colocado a la cápsula de Copiapó a un palmo de distancia: lo que sucede aquí depende de lo que ocurre allí. Ser minero no es técnicamente suficiente para pasar a la posteridad, pero estos 33 han conseguido eso y que el presidente de Chile no se mueva del agujero que perforó la T-130, y que la Tierra entera esté pendiente de Atacama. Ser periodista es advertir la originalidad de la experiencia sin pestañear. Pero también contener el aliento y gozar del raro privilegio de contar un extraordinario final feliz.
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