10 Octubre 2010
MUNDO PROPIO. Pablo De Santis da una prueba más de la inclinación que tiene por las historias fantásticas.
Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué. Entre las cosas que enumera la mítica Balada para un loco de Astor Piazolla, deberíamos agregar a los anticuarios y libreros de viejo. Esa raza de comerciantes porteños que, con una extraña mezcla de desdén displicente y aires de reprimido intelectualismo, sabe tan bien camuflar las ansiedades por las ventas.
A ella pertenecen "los anticuarios" a los que alude el título de la última novela de Pablo De Santis (Premio Planeta-Casamérica, 2007, y Konex de Platino, 2004). Tres rasgos los identifican: su excesiva longevidad, su fisonomía y gestos que nos recuerdan a personas ya fallecidas, y la sed de sangre, a la que denominan "sed primordial". Además, huyen de la luz, son coleccionistas y se rodean de cosas viejas, y escapan a los cambios. Entran dentro de la categoría, también, algunos numismáticos.
En una obsoleta máquina de escribir Hermes de los años veinte (sugerente nombre del dios griego del desciframiento), Santiago Lebrón, protagonista y narrador, en nueve capítulos, relata los hechos acaecidos durante la década de los 50 -dando por sentado el trasfondo político- cuando, siendo periodista, las circunstancias lo obligan a trabajar para el Ministerio de lo Oculto. Aparece así la secreta connivencia de la prensa, el poder político y los delincuentes.
En sus involuntarias pesquisas, Lebrón conocerá el amor; su sangre quedará infectada de inmortalidad, y se convertirá en un anticuario más, mientras experimente, en carne propia, los misterios de esa casta urbana, que trata de sobrevivir y pasar inadvertida, sojuzgando su propia sed de sangre (mediante el consumo de un elixir que la reemplaza), y aniquilando a los miembros que ceden a la tentación.
Reflexiones y referencias
Si bien el transitado tema de los vampiros, en este caso, rioplatenses, no llega del todo a conmover, los hechos se van hilvanando en un ágil entramado, y no podemos dejar de reconocer la sagacidad de De Santis como narrador de novela de enigma. Se vislumbran influencias y lecturas, ya que el lugar por excelencia del protagonista es el ámbito cerrado y emblemático de las librerías y bibliotecas privadas. Lo mejor del libro son las referencias a volúmenes curiosos, como Pierino Porscopino, un antiguo texto infantil de origen germánico, con crueles pretensiones didácticas, o un Ars Amandi, de páginas cerradas, "no por la distracción de la guillotina, sino por el antiguo arte de sellar los libros".
Son bienvenidas, también, las reflexiones meta literarias sobre la ficción policíaca, que oportunamente se cuelan en voz de los personajes: "Pero al final esos objetos que parecían ser parte del azar se convierten en señales del destino. Así, siempre que leemos, vemos cómo todo se completa, nos permitimos soñar con la unidad perdida y reencontrada. Las novelas policiales simulan ser racionalistas, pero son lo único que nos queda de la mística."
© LA GACETA
María Eugenia Bestani
A ella pertenecen "los anticuarios" a los que alude el título de la última novela de Pablo De Santis (Premio Planeta-Casamérica, 2007, y Konex de Platino, 2004). Tres rasgos los identifican: su excesiva longevidad, su fisonomía y gestos que nos recuerdan a personas ya fallecidas, y la sed de sangre, a la que denominan "sed primordial". Además, huyen de la luz, son coleccionistas y se rodean de cosas viejas, y escapan a los cambios. Entran dentro de la categoría, también, algunos numismáticos.
En una obsoleta máquina de escribir Hermes de los años veinte (sugerente nombre del dios griego del desciframiento), Santiago Lebrón, protagonista y narrador, en nueve capítulos, relata los hechos acaecidos durante la década de los 50 -dando por sentado el trasfondo político- cuando, siendo periodista, las circunstancias lo obligan a trabajar para el Ministerio de lo Oculto. Aparece así la secreta connivencia de la prensa, el poder político y los delincuentes.
En sus involuntarias pesquisas, Lebrón conocerá el amor; su sangre quedará infectada de inmortalidad, y se convertirá en un anticuario más, mientras experimente, en carne propia, los misterios de esa casta urbana, que trata de sobrevivir y pasar inadvertida, sojuzgando su propia sed de sangre (mediante el consumo de un elixir que la reemplaza), y aniquilando a los miembros que ceden a la tentación.
Reflexiones y referencias
Si bien el transitado tema de los vampiros, en este caso, rioplatenses, no llega del todo a conmover, los hechos se van hilvanando en un ágil entramado, y no podemos dejar de reconocer la sagacidad de De Santis como narrador de novela de enigma. Se vislumbran influencias y lecturas, ya que el lugar por excelencia del protagonista es el ámbito cerrado y emblemático de las librerías y bibliotecas privadas. Lo mejor del libro son las referencias a volúmenes curiosos, como Pierino Porscopino, un antiguo texto infantil de origen germánico, con crueles pretensiones didácticas, o un Ars Amandi, de páginas cerradas, "no por la distracción de la guillotina, sino por el antiguo arte de sellar los libros".
Son bienvenidas, también, las reflexiones meta literarias sobre la ficción policíaca, que oportunamente se cuelan en voz de los personajes: "Pero al final esos objetos que parecían ser parte del azar se convierten en señales del destino. Así, siempre que leemos, vemos cómo todo se completa, nos permitimos soñar con la unidad perdida y reencontrada. Las novelas policiales simulan ser racionalistas, pero son lo único que nos queda de la mística."
© LA GACETA
María Eugenia Bestani
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