10 Octubre 2010
Por Alina Diaconú
Para LA GACETA - Buenos Aires
El verdadero modo de no saber nada es
aprenderlo todo a la vez.
George Sand.
Ya a comienzos de los años 80, en una de las inolvidables conversaciones que mantuviéramos con Cioran, en su buhardilla de la calle Odéon, nos decía que deseaba fervientemente abdicar de la escritura. Para qué un libro más -se reía-. No tiene sentido. "La gente escribe demasiado -afirmaba, con un gesto de evidente malestar- Hay demasiados libros, ¿usted no cree? Yo mismo tengo demasiadas publicaciones ya".
Si el gran pensador rumano-francés viviese hoy, se agarraría la cabeza, no sólo delante de las mesas de las librerías con sus abrumadoras ofertas de títulos, autores y géneros de toda clase, sino sentado frente a una computadora, acudiendo a un buscador de Internet para hacerse de cualquier información.
Todo es excesivo, inabarcable, agotador para nosotros, hoy. Y, por lo tanto, también rápidamente descartable.
El físico catalán Alfons Cornella acuñó una palabra que, en su devastadora ironía, lo define todo: infoxicación.
La infoxicación sería, según el creador del neologismo, "todo este fenómeno de multiplicación de la cantidad de información que existe en el mundo y que se ha venido a llamar "la explosión de la información", aunque más bien tendría que llamarse "la explosión de la desinformación", indigerible y confundidora" -afirmó-.
Information overload, la llaman los norteamericanos.
David Lewis (psicólogo inglés) inventó el término Information Fatigue Síndrome (IFS) para referirse al enorme estrés y a la gran ansiedad producidos actualmente por el inagotable caudal de información de los teléfonos celulares, la TV, los libros, Internet, etc. La respuesta anímica a todo esto sería inseguridad y temor por no poder manejar tanto material, y a veces hasta una parálisis en la capacidad analítica de la persona.
Fronteras porosas
Umberto Eco se ha rebelado desde hace años contra estos excesos y criticó severamente a Internet por sus deficiencias en cuanto a los conocimientos históricos.
Eco cree que "un exceso de informaciones puede ser tan peligroso como una carencia"; que por esos excesos, Internet "contribuye a acelerar la pérdida de la perspectiva histórica, al difundir una masa de informaciones de menor importancia". El escritor se refirió varias veces al problema de los jóvenes en los Estados Unidos, país que -según él, y por esta razón- hasta podría "perder su memoria colectiva".
Es que al haber tanta información indiscriminada, lo importante y lo fútil se mezclan, se confunden, y la mente se ve inmersa en un universo de datos, donde comienza a ser arduo discernir.
Hace poco, estando en las cercanías de Cuzco, Perú, una persona muy sabia del lugar nos advertía sobre la diferencia que existe entre información y conocimiento.
La información se basa en difundir noticias de una cosa o una persona, y también en la aptitud de contestar interrogantes que aclaren datos. Cuando el aluvión es tan grande como el actual, nuestra rapidez mental se ve puesta a prueba incesantemente para separar la paja del trigo, lo sustancial de lo insustancial. Como afirmaba el filósofo Leonardo Santelices: "El exceso de datos se transforma en una infoxicación cuando no puede ser digerido. Para que toda información sea algo útil, es necesario evaluarla de acuerdo a un buen criterio, contrastarla con principios fundamentales para saber su validez". Si no -agregaba- caeremos en las grandes tenazas de la manipulación".
El conocimiento, en cambio, se refiere al entendimiento, a la averiguación por medio de la inteligencia, sobre la naturaleza, las cualidades y relaciones de las cosas, lo cual aumenta la comprensión y el saber. Hay en el conocimiento una búsqueda seria y profunda de las raíces de todo, no así en el mero registro de la información.
¿Qué quería decir Cioran -hace treinta años- cuando hablaba de que había demasiados libros en las librerías? Se refería a esa imposibilidad de la mente de abarcar con hondura tanta literatura, filosofía, especulación intelectual de todo tipo, etc. Y todavía en aquellos años los libros solían ser escritos por pensadores o escritores, no por cualquier personaje mediático que se hace redactar un libro, como sucede hoy día, dando así un auge aún mayor a la proliferación de títulos exhibidos en las vidrieras o en las mesas de novedades de las librerías. O amontonándose en los depósitos.
Hace poco leíamos la noticia del Sunday Times que decía que a partir de la próxima primavera más de 65.000 obras de ficción del siglo XIX, en poder de la Biblioteca Británica, se van a poder descargar digitalmente y sin recargo, gracias a un proyecto financiado por Microsoft. Dicha Biblioteca confía, además, en ampliar esa digitalización de libros a los comienzos del siglo XX.
Algo extraordinario, que despierta "prima facie", el entusiasmo. Pero luego, nos preguntamos: ¿quién va a leer esos 65.000 libros? ¿O cómo va a ser esa lectura, si es que ocurre? ¿O cuántos de esas 65.000 obras llegarán a ser realmente leídas?
En su libro "El siglo de la abundancia: economía, sociología y política de la Era de la Infoxicación", el español José Cervera decía que en la Biblioteca de Alejandría -la mayor de toda la Antigüedad- había medio millón de libros, lo cual en terminología actual, significa 3 Terabytes de información , aproximadamente. "La Biblioteca del Congreso de los EE.UU, la más grande del mundo de la imprenta, almacena cerca de 20 millones de volúmenes, unos 136 Terabytes. Según estos cálculos sólo la parte visible de la Web superaba a principios del año 2003 los 170 Terabytes, pero el texto incluido en mensajes instantáneos superaba los 274 y el correo electrónico los 400.000 Terabytes cada año".
Las cifras son alucinantes. Volviendo a Umberto Eco, el autor de El vértigo de las listas aconsejaba no sobrecargar la memoria colectiva. "¿A quién le interesa conocer los nombres de todos los hombres que combatieron en Waterloo?" expresaba en una de sus conferencias. Y también, reflexionaba así: "Si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro de papel y no en uno electrónico".
Descartar y rescatar
El tema de esta nota nos hace recordar a Alberto Girri, poseedor de una gran biblioteca en su pequeño departamento de la calle Viamonte. Hacia el final de su vida comenzó a hacer una minuciosa tarea de selección, descartando todos aquellos libros que -sabía- jamás volvería a hojear y llegó a reducir la cantidad de volúmenes a solamente doscientos.
La infoxicación todavía no estaba entre nosotros, pero el espíritu alerta de Girri ya estaba captando un cambio que lo empujaba hacia el desapego, la ascesis y la preservación de lo esencial.
En la vida diaria, muchas veces estamos agradecidos a las grandes ventajas de la tecnología. Hay aspectos prácticos que son mágicos, realmente maravillosos y que nos facilitan enormemente tantas tareas. Pero también, no se nos escapa la sobredosis de datos, referencias y noticias que van inflando el estrés y la adrenalina, sin profundizar en nada y ampliando, por lo general, un saber de superficie, que puede ser como la droga, letal.
© LA GACETA
Alina Diaconú - Escritora argentina de origen rumano que reside en Buenos Aires. Sus libros más recientes son "Avatar" (Ediciones B) y "Ensayo General" (Fundación Internacional Jorge Luis Borges).
Para LA GACETA - Buenos Aires
El verdadero modo de no saber nada es
aprenderlo todo a la vez.
George Sand.
Ya a comienzos de los años 80, en una de las inolvidables conversaciones que mantuviéramos con Cioran, en su buhardilla de la calle Odéon, nos decía que deseaba fervientemente abdicar de la escritura. Para qué un libro más -se reía-. No tiene sentido. "La gente escribe demasiado -afirmaba, con un gesto de evidente malestar- Hay demasiados libros, ¿usted no cree? Yo mismo tengo demasiadas publicaciones ya".
Si el gran pensador rumano-francés viviese hoy, se agarraría la cabeza, no sólo delante de las mesas de las librerías con sus abrumadoras ofertas de títulos, autores y géneros de toda clase, sino sentado frente a una computadora, acudiendo a un buscador de Internet para hacerse de cualquier información.
Todo es excesivo, inabarcable, agotador para nosotros, hoy. Y, por lo tanto, también rápidamente descartable.
El físico catalán Alfons Cornella acuñó una palabra que, en su devastadora ironía, lo define todo: infoxicación.
La infoxicación sería, según el creador del neologismo, "todo este fenómeno de multiplicación de la cantidad de información que existe en el mundo y que se ha venido a llamar "la explosión de la información", aunque más bien tendría que llamarse "la explosión de la desinformación", indigerible y confundidora" -afirmó-.
Information overload, la llaman los norteamericanos.
David Lewis (psicólogo inglés) inventó el término Information Fatigue Síndrome (IFS) para referirse al enorme estrés y a la gran ansiedad producidos actualmente por el inagotable caudal de información de los teléfonos celulares, la TV, los libros, Internet, etc. La respuesta anímica a todo esto sería inseguridad y temor por no poder manejar tanto material, y a veces hasta una parálisis en la capacidad analítica de la persona.
Fronteras porosas
Umberto Eco se ha rebelado desde hace años contra estos excesos y criticó severamente a Internet por sus deficiencias en cuanto a los conocimientos históricos.
Eco cree que "un exceso de informaciones puede ser tan peligroso como una carencia"; que por esos excesos, Internet "contribuye a acelerar la pérdida de la perspectiva histórica, al difundir una masa de informaciones de menor importancia". El escritor se refirió varias veces al problema de los jóvenes en los Estados Unidos, país que -según él, y por esta razón- hasta podría "perder su memoria colectiva".
Es que al haber tanta información indiscriminada, lo importante y lo fútil se mezclan, se confunden, y la mente se ve inmersa en un universo de datos, donde comienza a ser arduo discernir.
Hace poco, estando en las cercanías de Cuzco, Perú, una persona muy sabia del lugar nos advertía sobre la diferencia que existe entre información y conocimiento.
La información se basa en difundir noticias de una cosa o una persona, y también en la aptitud de contestar interrogantes que aclaren datos. Cuando el aluvión es tan grande como el actual, nuestra rapidez mental se ve puesta a prueba incesantemente para separar la paja del trigo, lo sustancial de lo insustancial. Como afirmaba el filósofo Leonardo Santelices: "El exceso de datos se transforma en una infoxicación cuando no puede ser digerido. Para que toda información sea algo útil, es necesario evaluarla de acuerdo a un buen criterio, contrastarla con principios fundamentales para saber su validez". Si no -agregaba- caeremos en las grandes tenazas de la manipulación".
El conocimiento, en cambio, se refiere al entendimiento, a la averiguación por medio de la inteligencia, sobre la naturaleza, las cualidades y relaciones de las cosas, lo cual aumenta la comprensión y el saber. Hay en el conocimiento una búsqueda seria y profunda de las raíces de todo, no así en el mero registro de la información.
¿Qué quería decir Cioran -hace treinta años- cuando hablaba de que había demasiados libros en las librerías? Se refería a esa imposibilidad de la mente de abarcar con hondura tanta literatura, filosofía, especulación intelectual de todo tipo, etc. Y todavía en aquellos años los libros solían ser escritos por pensadores o escritores, no por cualquier personaje mediático que se hace redactar un libro, como sucede hoy día, dando así un auge aún mayor a la proliferación de títulos exhibidos en las vidrieras o en las mesas de novedades de las librerías. O amontonándose en los depósitos.
Hace poco leíamos la noticia del Sunday Times que decía que a partir de la próxima primavera más de 65.000 obras de ficción del siglo XIX, en poder de la Biblioteca Británica, se van a poder descargar digitalmente y sin recargo, gracias a un proyecto financiado por Microsoft. Dicha Biblioteca confía, además, en ampliar esa digitalización de libros a los comienzos del siglo XX.
Algo extraordinario, que despierta "prima facie", el entusiasmo. Pero luego, nos preguntamos: ¿quién va a leer esos 65.000 libros? ¿O cómo va a ser esa lectura, si es que ocurre? ¿O cuántos de esas 65.000 obras llegarán a ser realmente leídas?
En su libro "El siglo de la abundancia: economía, sociología y política de la Era de la Infoxicación", el español José Cervera decía que en la Biblioteca de Alejandría -la mayor de toda la Antigüedad- había medio millón de libros, lo cual en terminología actual, significa 3 Terabytes de información , aproximadamente. "La Biblioteca del Congreso de los EE.UU, la más grande del mundo de la imprenta, almacena cerca de 20 millones de volúmenes, unos 136 Terabytes. Según estos cálculos sólo la parte visible de la Web superaba a principios del año 2003 los 170 Terabytes, pero el texto incluido en mensajes instantáneos superaba los 274 y el correo electrónico los 400.000 Terabytes cada año".
Las cifras son alucinantes. Volviendo a Umberto Eco, el autor de El vértigo de las listas aconsejaba no sobrecargar la memoria colectiva. "¿A quién le interesa conocer los nombres de todos los hombres que combatieron en Waterloo?" expresaba en una de sus conferencias. Y también, reflexionaba así: "Si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro de papel y no en uno electrónico".
Descartar y rescatar
El tema de esta nota nos hace recordar a Alberto Girri, poseedor de una gran biblioteca en su pequeño departamento de la calle Viamonte. Hacia el final de su vida comenzó a hacer una minuciosa tarea de selección, descartando todos aquellos libros que -sabía- jamás volvería a hojear y llegó a reducir la cantidad de volúmenes a solamente doscientos.
La infoxicación todavía no estaba entre nosotros, pero el espíritu alerta de Girri ya estaba captando un cambio que lo empujaba hacia el desapego, la ascesis y la preservación de lo esencial.
En la vida diaria, muchas veces estamos agradecidos a las grandes ventajas de la tecnología. Hay aspectos prácticos que son mágicos, realmente maravillosos y que nos facilitan enormemente tantas tareas. Pero también, no se nos escapa la sobredosis de datos, referencias y noticias que van inflando el estrés y la adrenalina, sin profundizar en nada y ampliando, por lo general, un saber de superficie, que puede ser como la droga, letal.
© LA GACETA
Alina Diaconú - Escritora argentina de origen rumano que reside en Buenos Aires. Sus libros más recientes son "Avatar" (Ediciones B) y "Ensayo General" (Fundación Internacional Jorge Luis Borges).