06 Octubre 2010
La niña de la trenza deja que el auto que surca la calle le cubra de tierra el delantal blanco y se para a su lado. Espía sin disimulo el interior: un micrófono, una cámara, una libreta de notas. No se demora en sacar conclusiones. "¿Ustedes son periodistas?", pregunta, solícita, apartando de un manotazo al hermano que le tira de una manga. "¿Vienen por lo de la chiquita? Yo sé todo, yo les cuento", dice, y se acomoda la mochila en su espalda.
La niña de la trenza no tiene más de ocho años, pero habla con desenfado y se detiene en los detalles. Arruga la nariz cuando explica: "la hacían dormir en el gallinero que tienen en el patio, para que la picaran las gallinas. Ese era su castigo por hacerse pis y caca de noche". "¿Vos jugabas con ella?", le pregunta la cronista. "No, ella no salía nunca. No la dejaban", responde y señala con el mentón una casa con la puerta color verde: "viven ahí".
No es difícil constatar lo que la niña de la trenza dice. La casa que ha señalado llama la atención a cualquiera que ingrese a la cuadra de Fray Luis Beltrán al 100. Tiene la fachada cubierta de letras blancas y desparejas: "criminal", "asesina", "puta", "maltratadora". Las expresiones han sido pintadas el lunes a la noche, cuando los vecinos del barrio Diagonal Norte se juntaron frente a la vivienda para escrachar a sus ocupantes. La puerta verde no se ha abierto en todo el martes, dicen quienes viven alrededor, que vuelven a salir a la vereda ante la llegada de desconocidos, en este caso, los periodistas.
Eliana Colletti encabeza la avalancha de vecinos indignados. "Nos hartamos de ver cómo la maltrataban. A veces escuchábamos cómo le pegaban con una ojota y cómo la obligaban a insultarse a sí misma. La hacían correr horas en el patio diciéndose así misma: ?soy una meona, soy una podrida?. Hasta parece tener quemaduras de cigarrillos. Las pocas veces que salía a la vereda la veíamos llena de moretones. Era como estar ante un monstruito", protesta.
Valeria Avellaneda toma la palabra. "La tía de la nena tiene otros tres hijos y a todos los mantiene limpios y bien vestidos. En cambio, la chiquita estaba siempre sucia, descuidada. Incluso, durante la ola polar pasada, la sacaban afuera casi desnuda, sólo con un chaleco. Ni siquiera sabemos si le daban de comer: es tan flaquita que parece desnutrida", protesta, sin poder contener la furia que despiden sus ojos.
Ese es el común denominador entre todos los que se juntan alrededor de la libreta de anotaciones periodísticas. Están irritados, pero también tristes y embargados por una sensación de impotencia. "La nena llegó al barrio hace un año y medio; la abuela la trajo desde Buenos Aires, donde sus padres y sus hermanitos murieron en un incendio. No sé para qué la hicieron venir. A veces, escuchamos cómo le pegan y ella grita", remarca Amanda Cruz, que reside en una vivienda aledaña a la del horror.
"Cuando los policías vinieron a buscarla, ella les dijo que tenía hambre. Le quisieron dar un caramelo y contestó que no, que quería mate cocido, que hace mucho que no tomaba eso. Nos dio pena a todos. Sin embargo, cuando el comisario le preguntó por qué tenía todos esos golpes, ella aseguró que se los había hecho al caer de la bicicleta. Creemos que le enseñaron a decir eso, porque los moretones son recientes", agrega Carla Di Martino. El grupo se ha unido en una exigencia: que la niña no vuelva con sus familiares y que los acusados sean detenidos por la Policía y la Justicia. "La situación es insoportable: ya hay cinco denuncias al respecto y no se ha cambiado nada. La mayoría de nosotras tiene hijos, no podemos permitir que esto suceda", añade Colletti mientras mira de soslayo la casa en la que viven los acusados. Una muda puerta verde le empaña la vista.
La niña de la trenza no tiene más de ocho años, pero habla con desenfado y se detiene en los detalles. Arruga la nariz cuando explica: "la hacían dormir en el gallinero que tienen en el patio, para que la picaran las gallinas. Ese era su castigo por hacerse pis y caca de noche". "¿Vos jugabas con ella?", le pregunta la cronista. "No, ella no salía nunca. No la dejaban", responde y señala con el mentón una casa con la puerta color verde: "viven ahí".
No es difícil constatar lo que la niña de la trenza dice. La casa que ha señalado llama la atención a cualquiera que ingrese a la cuadra de Fray Luis Beltrán al 100. Tiene la fachada cubierta de letras blancas y desparejas: "criminal", "asesina", "puta", "maltratadora". Las expresiones han sido pintadas el lunes a la noche, cuando los vecinos del barrio Diagonal Norte se juntaron frente a la vivienda para escrachar a sus ocupantes. La puerta verde no se ha abierto en todo el martes, dicen quienes viven alrededor, que vuelven a salir a la vereda ante la llegada de desconocidos, en este caso, los periodistas.
Eliana Colletti encabeza la avalancha de vecinos indignados. "Nos hartamos de ver cómo la maltrataban. A veces escuchábamos cómo le pegaban con una ojota y cómo la obligaban a insultarse a sí misma. La hacían correr horas en el patio diciéndose así misma: ?soy una meona, soy una podrida?. Hasta parece tener quemaduras de cigarrillos. Las pocas veces que salía a la vereda la veíamos llena de moretones. Era como estar ante un monstruito", protesta.
Valeria Avellaneda toma la palabra. "La tía de la nena tiene otros tres hijos y a todos los mantiene limpios y bien vestidos. En cambio, la chiquita estaba siempre sucia, descuidada. Incluso, durante la ola polar pasada, la sacaban afuera casi desnuda, sólo con un chaleco. Ni siquiera sabemos si le daban de comer: es tan flaquita que parece desnutrida", protesta, sin poder contener la furia que despiden sus ojos.
Ese es el común denominador entre todos los que se juntan alrededor de la libreta de anotaciones periodísticas. Están irritados, pero también tristes y embargados por una sensación de impotencia. "La nena llegó al barrio hace un año y medio; la abuela la trajo desde Buenos Aires, donde sus padres y sus hermanitos murieron en un incendio. No sé para qué la hicieron venir. A veces, escuchamos cómo le pegan y ella grita", remarca Amanda Cruz, que reside en una vivienda aledaña a la del horror.
"Cuando los policías vinieron a buscarla, ella les dijo que tenía hambre. Le quisieron dar un caramelo y contestó que no, que quería mate cocido, que hace mucho que no tomaba eso. Nos dio pena a todos. Sin embargo, cuando el comisario le preguntó por qué tenía todos esos golpes, ella aseguró que se los había hecho al caer de la bicicleta. Creemos que le enseñaron a decir eso, porque los moretones son recientes", agrega Carla Di Martino. El grupo se ha unido en una exigencia: que la niña no vuelva con sus familiares y que los acusados sean detenidos por la Policía y la Justicia. "La situación es insoportable: ya hay cinco denuncias al respecto y no se ha cambiado nada. La mayoría de nosotras tiene hijos, no podemos permitir que esto suceda", añade Colletti mientras mira de soslayo la casa en la que viven los acusados. Una muda puerta verde le empaña la vista.