Por Álvaro José Aurane
28 Agosto 2010
Hay que convenir que no debe ser su autor favorito. Es decir, este es el país donde el revolucionario kirchnerismo comenzó el año peleando con uñas y con dientes contra la oposición para que le permitieran utilizar las reservas del Banco Central para pagar vencimientos de la deuda externa. Donde la deuda interna y eterna con los jubilados (léase, con los trabajadores que ya entregaron la posta en esa maratón que significa trabajar en un país donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres) sigue sin pagarse. Donde la Administración Nacional de la Seguridad Social, que debería saldar ese pasivo con los pasivos, inexplicablemente, da superávit en vez de pagar mejores jubilaciones. Donde la plata de la Anses está para ser prestada a quienes pueden comprarse un LCD a fin de que se compren un televisor grande para ver el Mundial y no para que los viejos, nuestros viejos, dejen de llorar en los mostradores de las farmacias porque no tienen para pagarse los remedios.
Entonces, que él escribiera: “la patria es libre, en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto”, no lo convierte, precisamente, en un best seller del Gobierno. Pero lo que pasó con él, o más bien todo lo que no pasó, no tiene que ver sólo con eso. Que aquella idea sea casi una blasfemia en la patria bolsonera no es la única razón. Que aquella máxima resulte indigerible para la provincia que no reclama a la Casa Rosada los miles y miles de millones indebidamente retenidos durante años y años, con los cuales se podría cancelar acabadamente la deuda pública, no es el único motivo. Que aquí se festeje haber resignado esos recursos y, a cambio, haber reprogramado (re-hipotecado) a 20 años los vencimientos de esa deuda, no es la razón excluyente. Y que ahora, como agravante, más que arrodillarse haya que postrarse ante la Nación para pagarle unos U$S 200 millones a Aguas del Aconquija, tampoco lo explica.
Pueblo y soberanía
Para que hicieran lo que hicieron (o, más bien, para que no hicieran nada), hay que rastrear causas más profundas. Porque sí, es verdad, él se preguntó qué era la soberanía del pueblo. Y sí, también es cierto que él, que nació hace 200 años aquí, donde ahora el gobernador les pauta a los delegados comunales que deben usar los dineros públicos para hacer las obras que más votos les reditúen, dio por respuesta a ese interrogante algo que suena a bofetada. “Es el poder colectivo de la sociedad, de practicar el bien público bajo la regla inviolable de una estricta justicia”. Pero tampoco fue eso. Solamente eso.
Después completó la definición. “La soberanía del pueblo no es pues la voluntad colectiva del pueblo; es la razón colectiva del pueblo”, añadió el tucumano, tan tucumano como los miembros de la comisión de Juicio Político que en siete horas, sin siquiera haberlo estudiado, rechazaron el expediente en el que el legislador Ricardo Bussi plantea que cuando el mandatario les ordenó a los comisionados usar la obra pública con fines electorales, habría incurrido cuanto menos en dos causales destituyentes. Por un lado, falta de cumplimiento de los deberes de su cargo; por el otro, comisión en el ejercicio de sus funciones de un delito: el de instigar a cometer un delito. En este caso, el de peculado. Todo esto, presuntamente, claro está.
Pero que el bicentenario de Juan Bautista Alberdi vaya a pasar de una manera tan monumentalmente intrascendente para este Gobierno tiene que ver con mucho más que con el hecho de que su pensamiento del autor de Grandes y pequeños hombres del Plata tenga una vigencia tan poco simpática.
Derechos y garantías
A Alberdi, la Argentina le debe su Constitución. En otros términos, a Alberdi y a su proyecto de Carta Magna los argentinos le deben, por ejemplo, la consagración de los derechos de trabajar y de ejercer toda industria lícita; de navegar y de comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y de aprender.
A él hay que agradecerle que se haya establecido que esta nación no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento, ni títulos de nobleza. Que todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. Que en la Argentina no haya esclavos.
Y que la propiedad sea inviolable, y que ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley.
Con él es la deuda por el hecho de que la Ley Fundamental fije que el pueblo no delibera ni gobierna sino mediante sus representantes y sus autoridades constitucionales. Que toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición.
Es por la obra de Alberdi que la Ley de Leyes garantiza que ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Que es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. Que el domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Que hayan sido desterradas la pena de muerte por causas políticas y la tortura.
“El tormento y los castigos horribles son abolidos para siempre”, escribió en su proyecto de Constitución, sólo para que la posteridad se encargue de agigantar su figura y sus principios. Sólo para que se torne bochornoso que los dos siglos de su nacimiento vayan a pasar con pena y sin gloria por esta provincia, en la que la democracia pavimentadora no le dedicó siquiera un cordón cuneta, para que este Bicentenario legítima y orgullosamente tucumano sea recordado, aunque más no sea, pasado mañana. Por cierto, también en el “haber” de Alberdi hay que anotar que el artículo 1 de la Constitución determine que la Argentina establece para sí, y para cada una de sus provincias, un sistema de gobierno representativo, republicano y federal. Que ni siquiera un ladrillo vaya a levantarse (sea como centro cultural, merendero, biblioteca, plazoleta, escuela, rotonda, hospital, puente, comedor, aeropuerto, barrio o dique) en honor a los dos siglos de la llegada al mundo de ese hombre que le dio a los argentinos una ley común que los asocie, es otra muestra del poco aprecio del que las instituciones gozan en el subtrópico.
Prehistoria y cimientos
Hubo un tiempo cuando las instituciones eran sostenidas. Y con mucho más que gestos. Los fósiles de esa prehistoria están todavía a la vista. Son los majestuosos edificios de algunos parlamentos, de algunos palacios de Justicia, de algunas casas de gobierno, de edificios vinculados con garantizar bienes y servicios públicos y sociales, como la salud y la educación. No fue sólo una época: datan de las gestiones de señeros adversarios de Alberdi, como Domingo Faustino Sarmiento. Y de principios de siglo XX, con el yrigoyenismo que infartó al orden conservador.Y hasta de los días del desarrollismo, que a mediados de esa centuria tuvo a Celestino Gelsi como gobernador tucumano. Se trata, en realidad, de una era que ilustra la importancia que otras generaciones les dieron a las instituciones, hasta el punto de que, literalmente, cavaron profundos cimientos con ellas y para ellas.
Es dramáticamente coherente que nada de eso haya hoy para el “tucumano ilustre”. Aquí se dicta una Constitución por década. A la del 90 sobrevino la de 2006. Y el alperovichismo ya echó a rodar la versión de que, si sigue gobernando después de 2011, tal vez emprenda otra enmienda, con la altruista finalidad de generar mejores mecanismos para la selección de magistrados, dado el casi medio centenar de acefalías judiciales que él mismo ayudó a ocasionar. Si se cuela la reelección indefinida, será un detalle. Para Alberdi habrá ciclos de conferencias organizadas por instituciones intermedias. El homenaje que LA GACETA le rinde desde hace dos semanas con una serie de publicaciones sobre su pensamiento. Y las festividades que organizó el pueblo del interior tucumano que lleva su nombre, pero que no resultaron atractivas para la Presidenta. La ciudad fue declarada “capital simbólica” de la provincia, pero parece que será más simbólica que capital.
Por cierto, allí se organizó un “mes homenaje” a don Juan Bautista y en su programa aparecen concursos de cuentos, pintura, leyendas, murales y poesías; y también festivales de canto y de baile.
Paralelamente, figuran celebraciones en honor a San Cayetano; torneos de boxeo, rugby y enduro; charlas para técnicos de fútbol; actos recordatorios para José de San Martín; una fiesta de la empanada, y, por supuesto, una exposición de tuning. “Yo he consagrado toda mi vida, de pensamiento y de acción, mis escritos y mis destinos personales, a la grande idea de la revolución de Mayo de 1810, que fue la de la libertad de la patria, entendida en el sentido moderno, a saber: la organización del gobierno del país por el país”. Así vale la pena el esfuerzo...
Contrato y construcción
Es que, en algunos sectores del oficialismo, Alberdi probablemente sea considerado un atrevido. “La libertad de imprenta es la mayor barrera contra los ataques de la tiranía, el odio y el pavor de los déspotas; un derecho natural y propiedad innata del hombre”, sostuvo el autor de Las Bases. Justo tenía que decirlo aquí, donde una ministra calificó a este diario como “la publicación del enemigo”, en el anfiteatro del PJ, dominado por una imagen del ex presidente Juan Domingo Perón (tan escasamente leído en un Gobierno tan escaso de funcionarios peronistas), quien enseñó que para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.
“Que los mandatarios ejerzan su mandato según el contrato hecho escribir previamente por el país, que se denomina su derecho público constitucional o Constitución simplemente”, sentenció el autor de El crimen de la guerra. También aquí, donde la última Convención Constituyente fijó que los tucumanos que ostenten un cargo público no pueden aspirar más que a una reelección consecutiva? salvo unos cuantitos que pueden buscar dos.
“Una nación no es una nación, sino por la conciencia profunda y reflexiva de los elementos que la constituyen -reflexionó el prócer tucumano-. Recién entonces es civilizada: antes ha sido instintiva, espontánea; marchaba sin conocerse, sin saber adónde, cómo ni por qué. Un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a sí mismo, cuando posee la teoría y la fórmula de su vida, la ley de su desarrollo”. En síntesis, una nación debe ser construida.
Con semejantes ocurrencias, es comprensible que la única iniciativa perdurable planteada respecto de homenajear a Alberdi haya consistido en construirle un monumento funerario para llevar sus restos hasta la municipalidad que lleva su apellido. Qué curioso: él último gran homenaje que le hicieron, precisamente a propósito de haber repatriado sus restos, fue hacerle una tumba exquisita. Ubicada en el corazón mismo de la Casa de Gobierno.
Espíritus y mausoleos
Acaso no deje de encerrar alguna justicia oculta el hecho de que el primer Bicentenario tucumano no haya sido el gran acontecimiento histórico que merecía ser, y que no se haya planificado ninguna obra pública en honor al autor de las Cartas quillotanas. Porque, como escribió el filósofo argentino y colaborador de LA GACETA Literaria, Julio César Moreno, “el problema se plantea cuando se desvanece el espíritu republicano: las instituciones se convierten en mausoleos”. Alberdi cumple mañana 200 años de soledad. Si no fuera porque lleva 126 años muerto, lo declararían opositor.
Entonces, que él escribiera: “la patria es libre, en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto”, no lo convierte, precisamente, en un best seller del Gobierno. Pero lo que pasó con él, o más bien todo lo que no pasó, no tiene que ver sólo con eso. Que aquella idea sea casi una blasfemia en la patria bolsonera no es la única razón. Que aquella máxima resulte indigerible para la provincia que no reclama a la Casa Rosada los miles y miles de millones indebidamente retenidos durante años y años, con los cuales se podría cancelar acabadamente la deuda pública, no es el único motivo. Que aquí se festeje haber resignado esos recursos y, a cambio, haber reprogramado (re-hipotecado) a 20 años los vencimientos de esa deuda, no es la razón excluyente. Y que ahora, como agravante, más que arrodillarse haya que postrarse ante la Nación para pagarle unos U$S 200 millones a Aguas del Aconquija, tampoco lo explica.
Pueblo y soberanía
Para que hicieran lo que hicieron (o, más bien, para que no hicieran nada), hay que rastrear causas más profundas. Porque sí, es verdad, él se preguntó qué era la soberanía del pueblo. Y sí, también es cierto que él, que nació hace 200 años aquí, donde ahora el gobernador les pauta a los delegados comunales que deben usar los dineros públicos para hacer las obras que más votos les reditúen, dio por respuesta a ese interrogante algo que suena a bofetada. “Es el poder colectivo de la sociedad, de practicar el bien público bajo la regla inviolable de una estricta justicia”. Pero tampoco fue eso. Solamente eso.
Después completó la definición. “La soberanía del pueblo no es pues la voluntad colectiva del pueblo; es la razón colectiva del pueblo”, añadió el tucumano, tan tucumano como los miembros de la comisión de Juicio Político que en siete horas, sin siquiera haberlo estudiado, rechazaron el expediente en el que el legislador Ricardo Bussi plantea que cuando el mandatario les ordenó a los comisionados usar la obra pública con fines electorales, habría incurrido cuanto menos en dos causales destituyentes. Por un lado, falta de cumplimiento de los deberes de su cargo; por el otro, comisión en el ejercicio de sus funciones de un delito: el de instigar a cometer un delito. En este caso, el de peculado. Todo esto, presuntamente, claro está.
Pero que el bicentenario de Juan Bautista Alberdi vaya a pasar de una manera tan monumentalmente intrascendente para este Gobierno tiene que ver con mucho más que con el hecho de que su pensamiento del autor de Grandes y pequeños hombres del Plata tenga una vigencia tan poco simpática.
Derechos y garantías
A Alberdi, la Argentina le debe su Constitución. En otros términos, a Alberdi y a su proyecto de Carta Magna los argentinos le deben, por ejemplo, la consagración de los derechos de trabajar y de ejercer toda industria lícita; de navegar y de comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y de aprender.
A él hay que agradecerle que se haya establecido que esta nación no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento, ni títulos de nobleza. Que todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. Que en la Argentina no haya esclavos.
Y que la propiedad sea inviolable, y que ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley.
Con él es la deuda por el hecho de que la Ley Fundamental fije que el pueblo no delibera ni gobierna sino mediante sus representantes y sus autoridades constitucionales. Que toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición.
Es por la obra de Alberdi que la Ley de Leyes garantiza que ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Que es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. Que el domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Que hayan sido desterradas la pena de muerte por causas políticas y la tortura.
“El tormento y los castigos horribles son abolidos para siempre”, escribió en su proyecto de Constitución, sólo para que la posteridad se encargue de agigantar su figura y sus principios. Sólo para que se torne bochornoso que los dos siglos de su nacimiento vayan a pasar con pena y sin gloria por esta provincia, en la que la democracia pavimentadora no le dedicó siquiera un cordón cuneta, para que este Bicentenario legítima y orgullosamente tucumano sea recordado, aunque más no sea, pasado mañana. Por cierto, también en el “haber” de Alberdi hay que anotar que el artículo 1 de la Constitución determine que la Argentina establece para sí, y para cada una de sus provincias, un sistema de gobierno representativo, republicano y federal. Que ni siquiera un ladrillo vaya a levantarse (sea como centro cultural, merendero, biblioteca, plazoleta, escuela, rotonda, hospital, puente, comedor, aeropuerto, barrio o dique) en honor a los dos siglos de la llegada al mundo de ese hombre que le dio a los argentinos una ley común que los asocie, es otra muestra del poco aprecio del que las instituciones gozan en el subtrópico.
Prehistoria y cimientos
Hubo un tiempo cuando las instituciones eran sostenidas. Y con mucho más que gestos. Los fósiles de esa prehistoria están todavía a la vista. Son los majestuosos edificios de algunos parlamentos, de algunos palacios de Justicia, de algunas casas de gobierno, de edificios vinculados con garantizar bienes y servicios públicos y sociales, como la salud y la educación. No fue sólo una época: datan de las gestiones de señeros adversarios de Alberdi, como Domingo Faustino Sarmiento. Y de principios de siglo XX, con el yrigoyenismo que infartó al orden conservador.Y hasta de los días del desarrollismo, que a mediados de esa centuria tuvo a Celestino Gelsi como gobernador tucumano. Se trata, en realidad, de una era que ilustra la importancia que otras generaciones les dieron a las instituciones, hasta el punto de que, literalmente, cavaron profundos cimientos con ellas y para ellas.
Es dramáticamente coherente que nada de eso haya hoy para el “tucumano ilustre”. Aquí se dicta una Constitución por década. A la del 90 sobrevino la de 2006. Y el alperovichismo ya echó a rodar la versión de que, si sigue gobernando después de 2011, tal vez emprenda otra enmienda, con la altruista finalidad de generar mejores mecanismos para la selección de magistrados, dado el casi medio centenar de acefalías judiciales que él mismo ayudó a ocasionar. Si se cuela la reelección indefinida, será un detalle. Para Alberdi habrá ciclos de conferencias organizadas por instituciones intermedias. El homenaje que LA GACETA le rinde desde hace dos semanas con una serie de publicaciones sobre su pensamiento. Y las festividades que organizó el pueblo del interior tucumano que lleva su nombre, pero que no resultaron atractivas para la Presidenta. La ciudad fue declarada “capital simbólica” de la provincia, pero parece que será más simbólica que capital.
Por cierto, allí se organizó un “mes homenaje” a don Juan Bautista y en su programa aparecen concursos de cuentos, pintura, leyendas, murales y poesías; y también festivales de canto y de baile.
Paralelamente, figuran celebraciones en honor a San Cayetano; torneos de boxeo, rugby y enduro; charlas para técnicos de fútbol; actos recordatorios para José de San Martín; una fiesta de la empanada, y, por supuesto, una exposición de tuning. “Yo he consagrado toda mi vida, de pensamiento y de acción, mis escritos y mis destinos personales, a la grande idea de la revolución de Mayo de 1810, que fue la de la libertad de la patria, entendida en el sentido moderno, a saber: la organización del gobierno del país por el país”. Así vale la pena el esfuerzo...
Contrato y construcción
Es que, en algunos sectores del oficialismo, Alberdi probablemente sea considerado un atrevido. “La libertad de imprenta es la mayor barrera contra los ataques de la tiranía, el odio y el pavor de los déspotas; un derecho natural y propiedad innata del hombre”, sostuvo el autor de Las Bases. Justo tenía que decirlo aquí, donde una ministra calificó a este diario como “la publicación del enemigo”, en el anfiteatro del PJ, dominado por una imagen del ex presidente Juan Domingo Perón (tan escasamente leído en un Gobierno tan escaso de funcionarios peronistas), quien enseñó que para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.
“Que los mandatarios ejerzan su mandato según el contrato hecho escribir previamente por el país, que se denomina su derecho público constitucional o Constitución simplemente”, sentenció el autor de El crimen de la guerra. También aquí, donde la última Convención Constituyente fijó que los tucumanos que ostenten un cargo público no pueden aspirar más que a una reelección consecutiva? salvo unos cuantitos que pueden buscar dos.
“Una nación no es una nación, sino por la conciencia profunda y reflexiva de los elementos que la constituyen -reflexionó el prócer tucumano-. Recién entonces es civilizada: antes ha sido instintiva, espontánea; marchaba sin conocerse, sin saber adónde, cómo ni por qué. Un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a sí mismo, cuando posee la teoría y la fórmula de su vida, la ley de su desarrollo”. En síntesis, una nación debe ser construida.
Con semejantes ocurrencias, es comprensible que la única iniciativa perdurable planteada respecto de homenajear a Alberdi haya consistido en construirle un monumento funerario para llevar sus restos hasta la municipalidad que lleva su apellido. Qué curioso: él último gran homenaje que le hicieron, precisamente a propósito de haber repatriado sus restos, fue hacerle una tumba exquisita. Ubicada en el corazón mismo de la Casa de Gobierno.
Espíritus y mausoleos
Acaso no deje de encerrar alguna justicia oculta el hecho de que el primer Bicentenario tucumano no haya sido el gran acontecimiento histórico que merecía ser, y que no se haya planificado ninguna obra pública en honor al autor de las Cartas quillotanas. Porque, como escribió el filósofo argentino y colaborador de LA GACETA Literaria, Julio César Moreno, “el problema se plantea cuando se desvanece el espíritu republicano: las instituciones se convierten en mausoleos”. Alberdi cumple mañana 200 años de soledad. Si no fuera porque lleva 126 años muerto, lo declararían opositor.
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