29 Agosto 2010
Las lecturas de Alberdi sobre la realidad del espacio que se convertiría en la República Argentina asombran por su lucidez.
Alberdi cuestionó los supuestos sobre los que se construyó la reflexión acerca del país en el siglo XIX; de allí su originalidad. No cayó en la trampa de "la preexistencia de la nación" como aquellos que sospecharon una nación esencial, consideraba que la nación debía construirse. Tampoco se dejó seducir por la dicotomía civilización-barbarie que buscaba explicar los conflictos entre proyectos diversos de nación.
Explicar las razones de la inestabilidad de los gobiernos provinciales en el período que transcurre entre el colapso del poder heredero de la revolución en los 20 y los primeros pasos de un orden constitucional general en 1852, ha sido uno de los retos de la historiografía argentina. La persistente "provisionalidad" de los gobiernos, los caudillismos, los recurrentes asaltos al timonel de los ejecutivos provinciales, las luchas entre familias y facciones, los conflictos entre las ciudades, parecían ser los trazos más evidentes de estas décadas. Sin embargo, estos fueron también los años en que se constituyeron los diversos ramos de las administraciones provinciales, en que se ensayó la participación política en las legislaturas, en que se aceitó el sistema de las elecciones fundadas en el triunfante principio de la soberanía popular.
La historiografía argentina lleva casi 160 años combatiendo, en la academia y en diversas trincheras, por la interpretación de este período, para llegar hoy al panorama que pintaba Alberdi en 1853.
En su Derecho Público Provincial Argentino, reflexionando acerca de los principios que deberían regir la organización institucional de las provincias, señalaba los "males" que atentaban contra esos principios:
Las provincias mostraban un ordenamiento institucional de estados soberanos autónomos, habiendo equiparado órganos y atribuciones que habían sido establecidos para el poder central, a sus símiles provinciales. Tuvieron sus propias milicias y ejércitos, acuñaron moneda, legislaron sobre aduanas, establecieron contribuciones.
De resultas de ello los poderes ejecutivos provinciales tomaban las atribuciones de los ejecutivos nacionales adquiriendo poderes desmesurados.
Las legislaturas provinciales se habían convertido en cuerpos extraordinarios y constituyentes por tiempo indefinido, capaces de otorgar estos poderes extraordinarios al poder ejecutivo.
Buena parte de estos "vicios" eran consecuencia, para Alberdi, de la desaparición de los cabildos. La policía y la justicia de primera instancia fueron quitadas al pueblo, representado por cabildos de su elección inmediata, y entregados a comisarios, a jueces de paz y a jueces de primera instancia, elegidos y con atribuciones designadas por el gobierno. Todo ello daba al Poder ejecutivo provincial un poder omnímodo.
Más allá de una cierta idealización democrática del cabildo colonial, que estaba relacionada con su confianza en el municipalismo, la sencillez del cuadro contenía los rasgos esenciales de la situación de las provincias entre el 20 y el 50. Con la misma claridad, explicaba otro gran nudo de la historiografía argentina: "...el caudillo no es otra cosa, en la República Argentina, que el gobernador de provincia con el modo de existir forzoso que tiene por el estado de cosas de ese país. ¿Qué es el gobernador de una provincia argentina? Es el jefe de un gobierno local que no tiene renta, y que no reconoce autoridad suprema que le impida tomarla donde y como pueda; es un poder que tiene necesidades y deberes que cumplir, y que no tiene freno en la adquisición de los medios que necesita para llenarlos?"
Sorprende la vigencia de las reflexiones de este olvidado intérprete de la realidad argentina del siglo XIX. © LA GACETA
Gabriela Tío Vallejo - Doctora en Historia por El Colegio de México y profesora asociada de Historia de América Independiente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT.
Alberdi cuestionó los supuestos sobre los que se construyó la reflexión acerca del país en el siglo XIX; de allí su originalidad. No cayó en la trampa de "la preexistencia de la nación" como aquellos que sospecharon una nación esencial, consideraba que la nación debía construirse. Tampoco se dejó seducir por la dicotomía civilización-barbarie que buscaba explicar los conflictos entre proyectos diversos de nación.
Explicar las razones de la inestabilidad de los gobiernos provinciales en el período que transcurre entre el colapso del poder heredero de la revolución en los 20 y los primeros pasos de un orden constitucional general en 1852, ha sido uno de los retos de la historiografía argentina. La persistente "provisionalidad" de los gobiernos, los caudillismos, los recurrentes asaltos al timonel de los ejecutivos provinciales, las luchas entre familias y facciones, los conflictos entre las ciudades, parecían ser los trazos más evidentes de estas décadas. Sin embargo, estos fueron también los años en que se constituyeron los diversos ramos de las administraciones provinciales, en que se ensayó la participación política en las legislaturas, en que se aceitó el sistema de las elecciones fundadas en el triunfante principio de la soberanía popular.
La historiografía argentina lleva casi 160 años combatiendo, en la academia y en diversas trincheras, por la interpretación de este período, para llegar hoy al panorama que pintaba Alberdi en 1853.
En su Derecho Público Provincial Argentino, reflexionando acerca de los principios que deberían regir la organización institucional de las provincias, señalaba los "males" que atentaban contra esos principios:
Las provincias mostraban un ordenamiento institucional de estados soberanos autónomos, habiendo equiparado órganos y atribuciones que habían sido establecidos para el poder central, a sus símiles provinciales. Tuvieron sus propias milicias y ejércitos, acuñaron moneda, legislaron sobre aduanas, establecieron contribuciones.
De resultas de ello los poderes ejecutivos provinciales tomaban las atribuciones de los ejecutivos nacionales adquiriendo poderes desmesurados.
Las legislaturas provinciales se habían convertido en cuerpos extraordinarios y constituyentes por tiempo indefinido, capaces de otorgar estos poderes extraordinarios al poder ejecutivo.
Buena parte de estos "vicios" eran consecuencia, para Alberdi, de la desaparición de los cabildos. La policía y la justicia de primera instancia fueron quitadas al pueblo, representado por cabildos de su elección inmediata, y entregados a comisarios, a jueces de paz y a jueces de primera instancia, elegidos y con atribuciones designadas por el gobierno. Todo ello daba al Poder ejecutivo provincial un poder omnímodo.
Más allá de una cierta idealización democrática del cabildo colonial, que estaba relacionada con su confianza en el municipalismo, la sencillez del cuadro contenía los rasgos esenciales de la situación de las provincias entre el 20 y el 50. Con la misma claridad, explicaba otro gran nudo de la historiografía argentina: "...el caudillo no es otra cosa, en la República Argentina, que el gobernador de provincia con el modo de existir forzoso que tiene por el estado de cosas de ese país. ¿Qué es el gobernador de una provincia argentina? Es el jefe de un gobierno local que no tiene renta, y que no reconoce autoridad suprema que le impida tomarla donde y como pueda; es un poder que tiene necesidades y deberes que cumplir, y que no tiene freno en la adquisición de los medios que necesita para llenarlos?"
Sorprende la vigencia de las reflexiones de este olvidado intérprete de la realidad argentina del siglo XIX. © LA GACETA
Gabriela Tío Vallejo - Doctora en Historia por El Colegio de México y profesora asociada de Historia de América Independiente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT.
NOTICIAS RELACIONADAS
Lo más popular