29 Agosto 2010
Para responder hagamos un poco de historia. Hasta 1853 nuestra patria era un país que quería ser nación. Se había declarado independiente, pero era como un cuerpo carente de esqueleto que lo sostuviera. Estaba sometido a la voluntad del caudillo de turno. Reinaban la anarquía, la división interna y la pobreza.
El sostén que le faltaba era una Ley Suprema, y los intentos por darle una fracasaron hasta que una mente poderosa, alimentada por la doble vertiente del estudio de grandes pensadores y por el análisis de la realidad humana, geográfica y cultural del país, compuso Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Esa mente era la del tucumano Juan Bautista Alberdi y, sobre el cimiento de su obra los convencionales constituyentes reunidos en Paraná en 1853 redactaron la Constitución Nacional.
Mientras se la obedeció, la Argentina creció asombrosamente como nación respetable y promisoria ante los ojos del mundo. Cuando se dejó de obedecerla -podemos decir que desde ochenta años atrás- entró en un camino de deterioro institucional gradual, de pérdida de posiciones. Hoy entre nosotros reinan formas de anarquía que van desde la inseguridad jurídica, la corrupción a la delincuencia impunes y los piquetes que perjudican sin escrúpulos la vida ciudadana. Hay división interna azuzada por ideologías extremas que atentan contra la unidad nacional. Y hay pobreza que la decadencia de la educación pública agudiza. Es decir, que en muchos aspectos nos hemos retrotraído a épocas que se creyeron superadas; sin embargo, entre entonces y el momento actual hay una gran diferencia: antes de 1853 carecíamos de una guía que nos indicara el camino a seguir para salir de los padecimientos. Hoy sí la tenemos y es la Constitución Nacional.
Tengo ante mis ojos un ejemplar de ella. Es un libro menudo, encuadernado en cuero oscuro, que perteneció a mi padre. Pesa pocos gramos y cabe en la palma de la mano. Sin embargo, en ese objeto tan pequeño está encerrado el compendio de ideas que indican a los argentinos el camino a seguir para retomar la vida institucional que garantice la plenitud del estado de derecho para todos que es una de las formas primeras de la felicidad humana. La Constitución es el legado de Alberdi a nuestra patria, lo más valioso que nos dejó su luminoso pensamiento: En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley... Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable.
Tucumán
¿Y cuál es el legado de Alberdi a su patria chica? Son dos. Uno, la Memoria Descriptiva de Tucumán con la que, al decir de Bernardo Canal Feijóo, el paisaje tucumano ingresa en la literatura argentina: Por donde quiera que se venga a Tucumán, el extranjero sabe cuándo ha pisado su territorio sin que nadie se lo diga. El cielo, el aire, la tierra, las plantas, todo es nuevo y diferente de lo que se ha acabado de ver...
Pero si la naturaleza lo deslumbró, sufrió profundamente al visitar el sitio que reunía hechos gloriosos de la patria: la Batalla de 1812, la casa de Belgrano, la Pirámide de Mayo y la Ciudadela: Ya el pasto ha cubierto el lugar donde está la casa del general Belgrano y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos... no se sabría el lugar preciso donde existió... A dos cuadras... está la Ciudadela. Hoy no se oye música ni se ven soldados. Los cuarteles derribados son rodeados de una eterna y triste soledad... Entre la Ciudadela y la casa del general Belgrano se levanta humildemente la Pirámide de Mayo que más bien parece un monumento de soledad y muerte...
¿Cómo explicar tanto dolor? Alberdi, que calaba hondo en los hechos de la realidad, captó una falencia del carácter tucumano: la tendencia a no valorar los bienes patrimoniales, hija de la desidia, mal grave que afecta el cuerpo social más profundamente de lo que a primera vista parece. Sus tristes palabras son un legado para los tucumanos de hoy, para que hagamos una autocrítica.
© LA GACETA
Teresa Piossek - Miembro correspondiente en Tucumán de la Academia Nacional de la Historia, Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.
El sostén que le faltaba era una Ley Suprema, y los intentos por darle una fracasaron hasta que una mente poderosa, alimentada por la doble vertiente del estudio de grandes pensadores y por el análisis de la realidad humana, geográfica y cultural del país, compuso Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Esa mente era la del tucumano Juan Bautista Alberdi y, sobre el cimiento de su obra los convencionales constituyentes reunidos en Paraná en 1853 redactaron la Constitución Nacional.
Mientras se la obedeció, la Argentina creció asombrosamente como nación respetable y promisoria ante los ojos del mundo. Cuando se dejó de obedecerla -podemos decir que desde ochenta años atrás- entró en un camino de deterioro institucional gradual, de pérdida de posiciones. Hoy entre nosotros reinan formas de anarquía que van desde la inseguridad jurídica, la corrupción a la delincuencia impunes y los piquetes que perjudican sin escrúpulos la vida ciudadana. Hay división interna azuzada por ideologías extremas que atentan contra la unidad nacional. Y hay pobreza que la decadencia de la educación pública agudiza. Es decir, que en muchos aspectos nos hemos retrotraído a épocas que se creyeron superadas; sin embargo, entre entonces y el momento actual hay una gran diferencia: antes de 1853 carecíamos de una guía que nos indicara el camino a seguir para salir de los padecimientos. Hoy sí la tenemos y es la Constitución Nacional.
Tengo ante mis ojos un ejemplar de ella. Es un libro menudo, encuadernado en cuero oscuro, que perteneció a mi padre. Pesa pocos gramos y cabe en la palma de la mano. Sin embargo, en ese objeto tan pequeño está encerrado el compendio de ideas que indican a los argentinos el camino a seguir para retomar la vida institucional que garantice la plenitud del estado de derecho para todos que es una de las formas primeras de la felicidad humana. La Constitución es el legado de Alberdi a nuestra patria, lo más valioso que nos dejó su luminoso pensamiento: En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley... Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable.
Tucumán
¿Y cuál es el legado de Alberdi a su patria chica? Son dos. Uno, la Memoria Descriptiva de Tucumán con la que, al decir de Bernardo Canal Feijóo, el paisaje tucumano ingresa en la literatura argentina: Por donde quiera que se venga a Tucumán, el extranjero sabe cuándo ha pisado su territorio sin que nadie se lo diga. El cielo, el aire, la tierra, las plantas, todo es nuevo y diferente de lo que se ha acabado de ver...
Pero si la naturaleza lo deslumbró, sufrió profundamente al visitar el sitio que reunía hechos gloriosos de la patria: la Batalla de 1812, la casa de Belgrano, la Pirámide de Mayo y la Ciudadela: Ya el pasto ha cubierto el lugar donde está la casa del general Belgrano y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos... no se sabría el lugar preciso donde existió... A dos cuadras... está la Ciudadela. Hoy no se oye música ni se ven soldados. Los cuarteles derribados son rodeados de una eterna y triste soledad... Entre la Ciudadela y la casa del general Belgrano se levanta humildemente la Pirámide de Mayo que más bien parece un monumento de soledad y muerte...
¿Cómo explicar tanto dolor? Alberdi, que calaba hondo en los hechos de la realidad, captó una falencia del carácter tucumano: la tendencia a no valorar los bienes patrimoniales, hija de la desidia, mal grave que afecta el cuerpo social más profundamente de lo que a primera vista parece. Sus tristes palabras son un legado para los tucumanos de hoy, para que hagamos una autocrítica.
© LA GACETA
Teresa Piossek - Miembro correspondiente en Tucumán de la Academia Nacional de la Historia, Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.