Por Federico Diego van Mameren
15 Agosto 2010
Se les fue la mano. No era necesaria tanta agresividad. Tampoco tenía sentido que agredieran al ministro por su condición de judío. La sociedad tucumana no merece ni que sus médicos actúen así ni que sus autoridades tengan una postura entre indolente e invasiva contra un grupo trabajadores de la salud que se dan en llamar autoconvocados.
Fue demasiado y pareciera que se dieron cuenta. Los galenos infundieron miedo cuando zamarrearon la camioneta del ministro Pablo Yedlin en la plaza Independencia. Pero la gota que derramó el vaso fue la increíble agresión contra el funcionario. La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentina ya habría presentado su denuncia ante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi).
El sacudón fue mayúsculo. El jueves por la tarde había desconcierto. Hubo médicos que, en su fuero íntimo, reconocían que estaban haciéndole un flaco favor a la vida tucumana. En la mesa chica del ministro de Salud la situación no era la misma de siempre. Unas horas antes habían hecho un papelón ante gente vinculada a la realeza española. Había estado reunido con las mismas personas que alguna vez metieron la mano en el bolsillo para ayudar a Tucumán cuando la plata escaseaba y los chicos famélicos se morían de hambre. La provincia volvía a ser un papelón. Las dudas, el miedo, la sinrazón y la impericia eran un cóctel que en la siesta del jueves no permitía pensar.
El día después fue clave. El ministro Yedlin hizo lo que nunca. No le llevó el apunte a la obcecación del gobernador José Alperovich, no se dejó llevar por el temor, no dejó que la carpa lo agrediera y no permitió que la marcha lo empujara contra las cuerdas.
Yedlin pese a lo que indica la política alperovichista llamó a dialogar a los autoconvocados. Llegó la hora de la madurez de ambas partes.
Es muy posible que el martes el ministro les pida que levanten la carpa, tal vez tenga en una manga la reincorporación del médico cuyo despido enardeció a los autoconvocados. Pero también es de prever que Yedlin no tenga la billetera abierta porque a esa la maneja el Jiménez menos autónomo del gabinete.
De todos modos es una oportunidad única para que de una vez por todas se empiece a solucionar un problema que no hace otra cosa que deteriorar la salud de los tucumanos.
Yedlin es el blanco elegido. Hacia él van todos los dardos. Por eso el martes pondrá en juego una de las habilidades que menos tiene el ministro. Debe añorar los viejos tiempos en los que la actividad privada lo convertía en un profesional de consulta. La impericia política es su punto más débil. Para peor se ha quedado solo, hace mucho tiempo. Las palmeadas del gobernador son insuficientes para hacer frente a los enardecidos galenos. En el medio también asumió en sus espaldas el papelón de la Fundación Salud donde estuvo a un tris de hacerle perder al Estado 800.000 pesos. Todo lo hizo por tapar a su amigo el ministro de Salud de la Nación Juan Manzur, el fidelísimo número dos del gobernador. Manzur, que solía estudiar en la casa del ministro, jamás dio explicaciones públicas sobre la causa Funsal y dejó que Yedlin cargara con todas las culpas.
Los médicos llegarán a la reunión más enojados que nunca y van a tener que dejar en la puerta el mal humor para lograr una solución. Sería aconsejable que una vez frente a frente cerraran las puertas, arrojaran las llaves por las ventanas y no volvieran a abrirlas hasta tanto no haya humo blanco. De lo contrario, la convivencia, la semana que viene será difícil. Los médicos tienen fisuras graves en su sistema de conducción y hasta se los nota preocupados por manejar problemas que más les atañe a los dirigentes de los partidos políticos que a los diestros del estetoscopio.
Tanto las autoridades como los galenos se sientan en condiciones de debilidad a conversar. Ni Yedlin puede estar seguro de que el omnímodo Manzur o el megalómano Alperovich lo aplaudirán. Los autoconvocados tampoco están seguro que si logran algún arreglo los vitorearán. De esa unión podrían hacer la fuerza.
¿Yo, señor? No, señor
Lo que ocurrió con el juicio de Aguas del Aconquija es un claro ejemplo de como incide la incapacidad, el pensamiento cortoplacista y las (malas) intenciones de aprovechar cualquier episodio para hacer política. Hoy la falta de preocupación por Tucumán le costará a la provincia 170 millones de dólares. De este costo hay responsables de carne y hueso que incluso hoy son figuras de la política tucumana. Al mismo tiempo no hay inocentes como pretenden demostrar los hermanitos Bussi. Tampoco las actuales autoridades de la provincia están exentas de responsabilidades. La privatización del servicio de agua tuvo el guiño del peronismo -entonces vestía ropa orteguista y se disfrazaba de menemista- y del bussismo. Si bien nunca se investigó nada, había edificios de la provincia a los que llamaban Dipos I y Dipos II. De esa manera se sugería que el proceso de entrega era apadrinado por la corrupción. Después ni el bussismo, ni el peronismo ni el radicalismo quisieron desarrollar una proyecto de defensa para que en el futuro Tucumán no saliera perjudicado. Por el contrario el caso era un botín de guerra. Un papelón que hoy se paga y del que nadie quiere hacerse responsable. Muchos asesores de entonces cumplen tareas públicas hoy así como varios asesores de hoy tuvieron obligaciones en aquella época. De la misma manera que aunque el peronismo actual tiene nombres diferentes e ideologías diferentes no puede disimular lo que hizo. Lo mismo ocurre con el bussismo y la UCR.
Seguros
El alperovichismo acostumbra a disimular cualquier cuestión política a sabiendas de su manejo del poder y de la tranquilidad electoral que le transmiten las encuestas. Sin embargo, cada día se hace más indisimulable la falta de seguridad que transmite un ministerio que no puede hacer gala de su nombre. Hace pocos días se le consultó a un grupo de funcionarios sobre el asalto al concejal Ramón Santiago Cano y al legislador Jorge Mendía. Se atropellaron para responder al unísono de la misma forma. Por un lado, dijeron que no sabían de la agresión a Mendía, porque no había denuncia. Como si eso implicara que no hubiera ocurrido. Cuando en verdad, no hacer la denuncia, implica desconfianza hacia la propia fuerza policial. Por el otro tres funcionarios respondieron que ya estaban identificados quienes les hicieron pasar un espantoso momento al edil. Como si encontrar a los culpables borrara lo ocurrido. Esta es una de las grandes materias pendientes de la gestión.
Fue demasiado y pareciera que se dieron cuenta. Los galenos infundieron miedo cuando zamarrearon la camioneta del ministro Pablo Yedlin en la plaza Independencia. Pero la gota que derramó el vaso fue la increíble agresión contra el funcionario. La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentina ya habría presentado su denuncia ante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi).
El sacudón fue mayúsculo. El jueves por la tarde había desconcierto. Hubo médicos que, en su fuero íntimo, reconocían que estaban haciéndole un flaco favor a la vida tucumana. En la mesa chica del ministro de Salud la situación no era la misma de siempre. Unas horas antes habían hecho un papelón ante gente vinculada a la realeza española. Había estado reunido con las mismas personas que alguna vez metieron la mano en el bolsillo para ayudar a Tucumán cuando la plata escaseaba y los chicos famélicos se morían de hambre. La provincia volvía a ser un papelón. Las dudas, el miedo, la sinrazón y la impericia eran un cóctel que en la siesta del jueves no permitía pensar.
El día después fue clave. El ministro Yedlin hizo lo que nunca. No le llevó el apunte a la obcecación del gobernador José Alperovich, no se dejó llevar por el temor, no dejó que la carpa lo agrediera y no permitió que la marcha lo empujara contra las cuerdas.
Yedlin pese a lo que indica la política alperovichista llamó a dialogar a los autoconvocados. Llegó la hora de la madurez de ambas partes.
Es muy posible que el martes el ministro les pida que levanten la carpa, tal vez tenga en una manga la reincorporación del médico cuyo despido enardeció a los autoconvocados. Pero también es de prever que Yedlin no tenga la billetera abierta porque a esa la maneja el Jiménez menos autónomo del gabinete.
De todos modos es una oportunidad única para que de una vez por todas se empiece a solucionar un problema que no hace otra cosa que deteriorar la salud de los tucumanos.
Yedlin es el blanco elegido. Hacia él van todos los dardos. Por eso el martes pondrá en juego una de las habilidades que menos tiene el ministro. Debe añorar los viejos tiempos en los que la actividad privada lo convertía en un profesional de consulta. La impericia política es su punto más débil. Para peor se ha quedado solo, hace mucho tiempo. Las palmeadas del gobernador son insuficientes para hacer frente a los enardecidos galenos. En el medio también asumió en sus espaldas el papelón de la Fundación Salud donde estuvo a un tris de hacerle perder al Estado 800.000 pesos. Todo lo hizo por tapar a su amigo el ministro de Salud de la Nación Juan Manzur, el fidelísimo número dos del gobernador. Manzur, que solía estudiar en la casa del ministro, jamás dio explicaciones públicas sobre la causa Funsal y dejó que Yedlin cargara con todas las culpas.
Los médicos llegarán a la reunión más enojados que nunca y van a tener que dejar en la puerta el mal humor para lograr una solución. Sería aconsejable que una vez frente a frente cerraran las puertas, arrojaran las llaves por las ventanas y no volvieran a abrirlas hasta tanto no haya humo blanco. De lo contrario, la convivencia, la semana que viene será difícil. Los médicos tienen fisuras graves en su sistema de conducción y hasta se los nota preocupados por manejar problemas que más les atañe a los dirigentes de los partidos políticos que a los diestros del estetoscopio.
Tanto las autoridades como los galenos se sientan en condiciones de debilidad a conversar. Ni Yedlin puede estar seguro de que el omnímodo Manzur o el megalómano Alperovich lo aplaudirán. Los autoconvocados tampoco están seguro que si logran algún arreglo los vitorearán. De esa unión podrían hacer la fuerza.
¿Yo, señor? No, señor
Lo que ocurrió con el juicio de Aguas del Aconquija es un claro ejemplo de como incide la incapacidad, el pensamiento cortoplacista y las (malas) intenciones de aprovechar cualquier episodio para hacer política. Hoy la falta de preocupación por Tucumán le costará a la provincia 170 millones de dólares. De este costo hay responsables de carne y hueso que incluso hoy son figuras de la política tucumana. Al mismo tiempo no hay inocentes como pretenden demostrar los hermanitos Bussi. Tampoco las actuales autoridades de la provincia están exentas de responsabilidades. La privatización del servicio de agua tuvo el guiño del peronismo -entonces vestía ropa orteguista y se disfrazaba de menemista- y del bussismo. Si bien nunca se investigó nada, había edificios de la provincia a los que llamaban Dipos I y Dipos II. De esa manera se sugería que el proceso de entrega era apadrinado por la corrupción. Después ni el bussismo, ni el peronismo ni el radicalismo quisieron desarrollar una proyecto de defensa para que en el futuro Tucumán no saliera perjudicado. Por el contrario el caso era un botín de guerra. Un papelón que hoy se paga y del que nadie quiere hacerse responsable. Muchos asesores de entonces cumplen tareas públicas hoy así como varios asesores de hoy tuvieron obligaciones en aquella época. De la misma manera que aunque el peronismo actual tiene nombres diferentes e ideologías diferentes no puede disimular lo que hizo. Lo mismo ocurre con el bussismo y la UCR.
Seguros
El alperovichismo acostumbra a disimular cualquier cuestión política a sabiendas de su manejo del poder y de la tranquilidad electoral que le transmiten las encuestas. Sin embargo, cada día se hace más indisimulable la falta de seguridad que transmite un ministerio que no puede hacer gala de su nombre. Hace pocos días se le consultó a un grupo de funcionarios sobre el asalto al concejal Ramón Santiago Cano y al legislador Jorge Mendía. Se atropellaron para responder al unísono de la misma forma. Por un lado, dijeron que no sabían de la agresión a Mendía, porque no había denuncia. Como si eso implicara que no hubiera ocurrido. Cuando en verdad, no hacer la denuncia, implica desconfianza hacia la propia fuerza policial. Por el otro tres funcionarios respondieron que ya estaban identificados quienes les hicieron pasar un espantoso momento al edil. Como si encontrar a los culpables borrara lo ocurrido. Esta es una de las grandes materias pendientes de la gestión.
Dialoguitos
Aunque no se reconoce, la inseguridad hace pasar papelones. Partidos en venta. Interna autoconvocada.
No estaba previsto el encuentro. Sin embargo de pronto un puñado de periodistas estaba frente a varios funcionarios "sijosesistas" y del propio gobernador. El periodista de LA GACETA empezó la frase:
-Hay una cuestión que no se puede disimular en esta gestión...
-¿Cuál es?
-... la cuestión de la inseguridad.
-Yo creo que la cuestión de la inseguridad anda muy bien...
El alto funcionario no tomó conciencia de lo que empezó a decir, pero algunas risitas "respetuosas" avalaron que el lapsus desnudaba un problema que no se quiere asumir.
****
El legislador Armando Cortalezzi acaba de presentar todas las fichas para que la secretaría electoral le dé validez a su partido con vistas a los próximos comicios con acople.
-Legislador le tengo que advertir que hay avales que no se pueden recibir. Tienen algunas fallas.
-¿Y, qué podemos hacer?
-Y va a tener que hacer todo de nuevo o, en todo caso puede comprar un partido...
Los que se enteraron de este diálogo contaron el episodio riéndose del legislador pero no espantados porque en esta democracia tucumana un partido que es la base de la democracia es un mercancía más.
En el auditorium del Centro de Salud dialogaban dos autoconvocados: un hombre y una mujer. Ella más mediática que él:
-...Eh mirá están ellos, ¿cómo vamos a hacer?
-No te hagás drama, a la interhospitalaria la manejamos nosotros, ellos no tienen por qué hablar...
-Pero, ¿Cómo hacemos si quieren decir algo?
-Vos tranquila, ya vas a ver.
En el auditorium también se cocían habas.
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