18 Julio 2010
CONTAGIO. En Lang, el personaje que Laurie creó en su novela, se filtran rasgos del doctor Gregory House.
Novela
EL VENDEDOR DE ARMAS
HUGH LAURIE
(Planeta - Buenos Aires)
Thomas Lang (alias James Fincham, alias Durrell, alias Ricky) es un ex integrante de un grupo de elite de Inteligencia Militar (una expresión que, según Raymond Chandler, entraña una falacia interna) y tiene como asistente full-time a Solomon, un policía inglés de origen judío que lo trata de "amo".
Desempleado, volcado al trabajo de mercenario free-lance, a Lang se le ha propuesto el trabajo de asesinar a un empresario estadounidense. El problema aparece cuando se entera que quien lo contrata es quien debe morir. Cosa inverosímil, claro, que, en verdad, implica un trasfondo.
Él es un hombre habituado a no tener un peso, abandonado por las mujeres que amaba y con el sentimiento de que el mundo está en su contra: lo derriban de su moto, le meten un tiro en la axila, lo encarcelan, golpean y amenazan. Lang puede ser muchas cosas pero, definitivamente, no tiene alma de asesino.
Así, metido en algo que no conoce del todo, descubre que alguien lo está engañando (aunque tampoco sabe bien quién es ese alguien). Lo que sí sabe es que el trasfondo es maloliente, oscuro, pesado e irritante.
Obligado a fuerza de chantajes, Thomas Lang deberá cometer un acto terrorista. Y es allí donde el argumento de El vendedor de armas de Hugh Laurie (más conocido por su personaje televisivo de Dr. House) toma tintes políticos y bélicos contemporáneos
Los atentados son capitaneados por los servicios secretos norteamericanos (¿les suena?), entran en escena la CIA y el Pentágono, la Guerra del Golfo y los complejos industriales militares, disputas internacionales entre los Estados Unidos, el Reino Unido y grupos extremistas.
Espejo de Hollywood
El vendedor de armas tiene aires de thriller hollywoodense; vacíos temporales para acentuar el misterio y la intriga; mezcla como en una coctelera a Graham Greene con Ian Fleming, a Woody Allen con Quentin Tarantino, todo aderezado con descripciones, diálogos y comparaciones del más neto corte chandleriano (ejemplo: "más perdido que un pulpo en un garaje").
Y los homenajes no se quedan ahí: cada uno de los 26 capítulos comienza con una cita, que van de Proust a Virgilio, de Tomás Moro a John McEnroe, de Walter Scott a Kipling y Mick Jagger.
Escrito con un lenguaje vertiginoso, televisivo, de stand-up, con gags continuos como los de un Payaso Krosty en sus mejores días, Hugh Laurie escribe a frase corta y sentencia lacónica, con el duro sello de los pulp fiction.
Es que Thomas Lang (no podría ser de otra manera, ¿cómo evitarlo?) lleva en su sangre la misma ironía que Dr. House: es ácido, mordaz, sarcástico, corrosivo, dueño de respuestas afiladas y un humor cáustico, demoledor, cruzado por la fina flema inglesa.
Hasta la última gran escena es un homenaje a Hollywood: sucede en Casablanca, Marruecos. Y en ese final, el personaje les hará creer a los malos que ha caído en su trampa, porque en esa presunta trampa se verá saciada su sed de justicia. Porque Thomas Lang sabe lo que hace. Y lo que hace, lo hace para "impedir un baño de sangre mundial". Pero lo hará a su modo. Porque, como alguna vez, en algún capítulo le han dicho a Dr. House: "Es imposible llegar a usted por los canales morales".
© LA GACETA
Hernán Carbonel
EL VENDEDOR DE ARMAS
HUGH LAURIE
(Planeta - Buenos Aires)
Thomas Lang (alias James Fincham, alias Durrell, alias Ricky) es un ex integrante de un grupo de elite de Inteligencia Militar (una expresión que, según Raymond Chandler, entraña una falacia interna) y tiene como asistente full-time a Solomon, un policía inglés de origen judío que lo trata de "amo".
Desempleado, volcado al trabajo de mercenario free-lance, a Lang se le ha propuesto el trabajo de asesinar a un empresario estadounidense. El problema aparece cuando se entera que quien lo contrata es quien debe morir. Cosa inverosímil, claro, que, en verdad, implica un trasfondo.
Él es un hombre habituado a no tener un peso, abandonado por las mujeres que amaba y con el sentimiento de que el mundo está en su contra: lo derriban de su moto, le meten un tiro en la axila, lo encarcelan, golpean y amenazan. Lang puede ser muchas cosas pero, definitivamente, no tiene alma de asesino.
Así, metido en algo que no conoce del todo, descubre que alguien lo está engañando (aunque tampoco sabe bien quién es ese alguien). Lo que sí sabe es que el trasfondo es maloliente, oscuro, pesado e irritante.
Obligado a fuerza de chantajes, Thomas Lang deberá cometer un acto terrorista. Y es allí donde el argumento de El vendedor de armas de Hugh Laurie (más conocido por su personaje televisivo de Dr. House) toma tintes políticos y bélicos contemporáneos
Los atentados son capitaneados por los servicios secretos norteamericanos (¿les suena?), entran en escena la CIA y el Pentágono, la Guerra del Golfo y los complejos industriales militares, disputas internacionales entre los Estados Unidos, el Reino Unido y grupos extremistas.
Espejo de Hollywood
El vendedor de armas tiene aires de thriller hollywoodense; vacíos temporales para acentuar el misterio y la intriga; mezcla como en una coctelera a Graham Greene con Ian Fleming, a Woody Allen con Quentin Tarantino, todo aderezado con descripciones, diálogos y comparaciones del más neto corte chandleriano (ejemplo: "más perdido que un pulpo en un garaje").
Y los homenajes no se quedan ahí: cada uno de los 26 capítulos comienza con una cita, que van de Proust a Virgilio, de Tomás Moro a John McEnroe, de Walter Scott a Kipling y Mick Jagger.
Escrito con un lenguaje vertiginoso, televisivo, de stand-up, con gags continuos como los de un Payaso Krosty en sus mejores días, Hugh Laurie escribe a frase corta y sentencia lacónica, con el duro sello de los pulp fiction.
Es que Thomas Lang (no podría ser de otra manera, ¿cómo evitarlo?) lleva en su sangre la misma ironía que Dr. House: es ácido, mordaz, sarcástico, corrosivo, dueño de respuestas afiladas y un humor cáustico, demoledor, cruzado por la fina flema inglesa.
Hasta la última gran escena es un homenaje a Hollywood: sucede en Casablanca, Marruecos. Y en ese final, el personaje les hará creer a los malos que ha caído en su trampa, porque en esa presunta trampa se verá saciada su sed de justicia. Porque Thomas Lang sabe lo que hace. Y lo que hace, lo hace para "impedir un baño de sangre mundial". Pero lo hará a su modo. Porque, como alguna vez, en algún capítulo le han dicho a Dr. House: "Es imposible llegar a usted por los canales morales".
© LA GACETA
Hernán Carbonel