27 Junio 2010
Por Alba Omil
Para LA GACETA - Tucumán
Se nos fue Saramago dejando, como un jet, una estela luminosa donde brillan sus marcas de maestro en el manejo de "esa materia indócil" (Borges dixit) que es la palabra. Independientemente de su ideología y de las polémicas que encendió, nos interesan sus aportes a la literatura y al pensamiento de nuestro tiempo.
En 2007, Alessandro Baricco escribe la Ilíada. Es la de Homero y es otra a un mismo tiempo. ¿Qué ha hecho? Ha eliminado tema y textos referidos a los dioses, para ocuparse de los problemas humanos: el hombre y los hechos de los cuales él es el artífice, sus causas y sus consecuencias. Problemas que, a lo largo de la historia, parecen no haber variado. Eso haremos en esta oportunidad: apartarnos del tema religioso que dio lugar a repudios y polémicas, y ocuparnos de otros aspectos, algunos de las cuales ya han hecho escuela.
Ahora, Saramago quizás esté en un mundo menos aparencial, más hondo y más sincero, como el que él postuló desde esa tierra a través de sus creaciones literarias.
En sus diversas entrevistas demostró que sabía escuchar y, de este modo, jerarquizar a su interlocutor. Abría su corazón y su cabeza y, a través de esa ventanita, podía verse al hombre revolucionario, puro en sus convicciones, equivocado, o no, pero puro y firme; su búsqueda de la autenticidad y de la hondura, en todos los órdenes; también su aguda ironía, su afán para hacer mejor al género humano, su virulencia crítica y una conducta lavada de cáscaras engañosas.
Esta actitud ante la vida, y esta búsqueda, informan toda su obra, la atraviesan verticalmente y la sostienen.
Fue también un revolucionario en la literatura. Su estilo incomparable ha irrigado muchos libros de otros autores. Qué placer, leerlo. Qué desafío. Qué autenticidad. Qué manejo de la voz narrativa.
¿Y las criaturas que se mueven en los mundos que elabora el relato? ¿Quién podrá olvidar a su Centauro?: sostenido por el mito, por la historia, vivo, hasta nos hizo sentir su respiración, oler su cuerpo, participar de sus desazones, de sus angustias existenciales, de su dolor.
¿Qué es lo más sorprendente en la obra de Saramago?, nos preguntamos. En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira. Desde nuestra óptica, lo más apasionante, lo más deslumbrante (y lo más contagioso), aunque hay otros aspectos a destacar, es el estilo: párrafo amplio, austero y denso a la vez; un particular y muy subjetivo uso de la puntuación; sus estilemas, que reaparecen ya en otros autores (caso Alessandro Baricco, lo cual no quiere decir que lo haya tomado de modelo); las constantes apelaciones al lector; su trama impredecible.
Alba Omil - Escritora, editora, profesora de Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.
Para LA GACETA - Tucumán
Se nos fue Saramago dejando, como un jet, una estela luminosa donde brillan sus marcas de maestro en el manejo de "esa materia indócil" (Borges dixit) que es la palabra. Independientemente de su ideología y de las polémicas que encendió, nos interesan sus aportes a la literatura y al pensamiento de nuestro tiempo.
En 2007, Alessandro Baricco escribe la Ilíada. Es la de Homero y es otra a un mismo tiempo. ¿Qué ha hecho? Ha eliminado tema y textos referidos a los dioses, para ocuparse de los problemas humanos: el hombre y los hechos de los cuales él es el artífice, sus causas y sus consecuencias. Problemas que, a lo largo de la historia, parecen no haber variado. Eso haremos en esta oportunidad: apartarnos del tema religioso que dio lugar a repudios y polémicas, y ocuparnos de otros aspectos, algunos de las cuales ya han hecho escuela.
Ahora, Saramago quizás esté en un mundo menos aparencial, más hondo y más sincero, como el que él postuló desde esa tierra a través de sus creaciones literarias.
En sus diversas entrevistas demostró que sabía escuchar y, de este modo, jerarquizar a su interlocutor. Abría su corazón y su cabeza y, a través de esa ventanita, podía verse al hombre revolucionario, puro en sus convicciones, equivocado, o no, pero puro y firme; su búsqueda de la autenticidad y de la hondura, en todos los órdenes; también su aguda ironía, su afán para hacer mejor al género humano, su virulencia crítica y una conducta lavada de cáscaras engañosas.
Esta actitud ante la vida, y esta búsqueda, informan toda su obra, la atraviesan verticalmente y la sostienen.
Fue también un revolucionario en la literatura. Su estilo incomparable ha irrigado muchos libros de otros autores. Qué placer, leerlo. Qué desafío. Qué autenticidad. Qué manejo de la voz narrativa.
¿Y las criaturas que se mueven en los mundos que elabora el relato? ¿Quién podrá olvidar a su Centauro?: sostenido por el mito, por la historia, vivo, hasta nos hizo sentir su respiración, oler su cuerpo, participar de sus desazones, de sus angustias existenciales, de su dolor.
¿Qué es lo más sorprendente en la obra de Saramago?, nos preguntamos. En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira. Desde nuestra óptica, lo más apasionante, lo más deslumbrante (y lo más contagioso), aunque hay otros aspectos a destacar, es el estilo: párrafo amplio, austero y denso a la vez; un particular y muy subjetivo uso de la puntuación; sus estilemas, que reaparecen ya en otros autores (caso Alessandro Baricco, lo cual no quiere decir que lo haya tomado de modelo); las constantes apelaciones al lector; su trama impredecible.
Alba Omil - Escritora, editora, profesora de Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.
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