Por Carlos Páez de la Torre H
22 Junio 2010
ANTEOJOS DE ALBERDI. Se conservan, con su estuche, en el museo de la Casa Histórica. LA GACETA / ARCHIVO
El nombre de nuestro comprovinciano Juan Bautista Alberdi (1810-1884), empezó a mencionarse en el interior de la Argentina, cuando promediaba el período presidencial de Domingo Faustino Sarmiento, como candidato a sucederlo en los comicios de renovación de 1874.
Pero no le interesaba al tucumano aspirar a esa dignidad. "Para mí, no hay felicidad fuera del silencio, el reposo, el retiro en una linda mansión privada, de una vida ornada de la más completa libertad e independencia", escribió.
No envidiaba en absoluto a los jefes de Estado. Consideraba que "con todos sus honores exteriores, un presidente es un simple mayordomo de todo el mundo, adulón, esclavo de todo el mundo, aun siendo su tirano; rol que no es incompatible con el servilismo, según ejemplos que abundan en las alcobas de los palacios".
En 1874, cuando se plantearon formalmente las candidaturas del vicepresidente Adolfo Alsina y del ministro Nicolás Avellaneda para reemplazar a Sarmiento, ambas serían criticadas con dureza por Alberdi. "La esencia de la República reside en la renovación, continua y periódica, del personal del Poder Ejecutivo", era su criterio.
Opinaba que el Gobierno no podía designar a uno de sus miembros para sucederlo. Esto sería, escribió, "la presidencia vitalicia introducida por contrabando, como respuesta burlesca a la vida republicana, que hizo irrevocable el período de seis años, e irrelegibles el presidente y vicepresidente".
Pero no le interesaba al tucumano aspirar a esa dignidad. "Para mí, no hay felicidad fuera del silencio, el reposo, el retiro en una linda mansión privada, de una vida ornada de la más completa libertad e independencia", escribió.
No envidiaba en absoluto a los jefes de Estado. Consideraba que "con todos sus honores exteriores, un presidente es un simple mayordomo de todo el mundo, adulón, esclavo de todo el mundo, aun siendo su tirano; rol que no es incompatible con el servilismo, según ejemplos que abundan en las alcobas de los palacios".
En 1874, cuando se plantearon formalmente las candidaturas del vicepresidente Adolfo Alsina y del ministro Nicolás Avellaneda para reemplazar a Sarmiento, ambas serían criticadas con dureza por Alberdi. "La esencia de la República reside en la renovación, continua y periódica, del personal del Poder Ejecutivo", era su criterio.
Opinaba que el Gobierno no podía designar a uno de sus miembros para sucederlo. Esto sería, escribió, "la presidencia vitalicia introducida por contrabando, como respuesta burlesca a la vida republicana, que hizo irrevocable el período de seis años, e irrelegibles el presidente y vicepresidente".
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