Por Patricia Vega
30 Mayo 2010
BUENOS AIRES.- Desde lo académico, hay toda una corriente sicopolítica de explicación del fenómeno de la masividad de la fiesta del Bicentenario que pregona que la sorpresiva aparición de la gente en la calle durante el último fin de semana largo, sin altisonancias ni consignas y en un clima de respeto y tolerancia que hasta casi no registró episodios de inseguridad, pareció un modo silencioso de llamar la atención.
Quienes hacen este tipo de elucubraciones, sostienen que, en medio de una crisis de representatividad que abruma, los ciudadanos salieron esta vez a buscar algo, quizás un modo diferente de hacer política, quizás a pedir por la institucionalidad perdida o quizás, al estilo de Diógenes y portando cada uno su lámpara para que ilumine el camino y mirar mejor, a reclutar "hombres honestos" que sean de ahora en más sus nuevos líderes.
Otras interpretaciones más economicistas de la explosión callejera han marcado como determinante de la masividad cierta conveniencia de la gente en salir a gratificarse mediante espectáculos gratuitos, en medio de un oasis que los sacara de la crispación del día a día. También hubo quienes apuntaron a explicaciones más sociológicas, como la interacción de las masas frente a diferentes manifestaciones de la cultura, inclusive con cambios en algunos paradigmas de la historia, lo que se hizo evidente en la elección de los temas del desfile de cierre. Pero a la hora de dilucidar los por qué de un episodio tan avasallante como el vivido, habría que apuntar también que la aparición masiva de personas en la vía pública resultó algo bastante diferente a lo más conocido en materia de fervor cuasi espontáneo, ya que el mismo no se dio ni a la manera del "aluvión zoológico" de 1945 a favor del coronel Perón, ni mucho menos en defensa de los bolsillos, tal como ocurrió con los cacerolazos de 2001. Lo cierto es que, ante el fenómeno, todos los análisis previos sobre las miserias de la clase política que se manifestaron en el singular vedettismo de los faltazos, la puesta en marcha de actos cruzados o lo premeditado de las desinvitaciones, se estrellaron contra esa emocionante manifestación popular, ya que lo que no supieron hacer los dirigentes, lo hizo la gente en la calle en nombre de la unidad que inspiraba el 25 de Mayo y, lo mejor, sin preguntarle al de al lado qué pensaba o qué cosa quería en materia política, económica o social.
Este periodista cronicó el mismo martes situaciones que se vivieron en la calle, que bien podrían traducirse como mensajes hacia la clase política para que no subestime la madurez de buena parte de la sociedad que se nucleó bajo el celeste y el blanco de la escarapela común o de la banderita plástica del chico subido sobre los hombros del papá. Y especuló con que, probablemente, el desteñido desfile del sábado anterior lo hayan compartido fervorosos militantes de los derechos humanos con hijos o nietos de militares que sienten haber sido masivamente degradados o con la posibilidad de que la hija de un piquetero haya bailado en el festival del rock con algún taxista que sufre, como ninguno, los cortes diarios de las calles o bien con que un kirchnerista acérrimo se haya emocionado con Tchaicovsky frente al Teatro Colón, mientras que un miembro del PRO aplaudía a rabiar a León Gieco, algunas cuadras más allá. Un solo lunar hubo en la Capital Federal en cuanto a lo voluntario de la concurrencia (el otro se observó en Luján, en el Tedeum oficial), ya que, mientras la gran concentración estaba del Obelisco hacia el Sur, un grupo muy activo de militantes kirchneristas fue literalmente colocado en la Diagonal Norte para que la Presidenta y los mandatarios extranjeros sintieran el calor popular de las banderitas agitadas por chicos y grandes que cantaban consignas a favor del Gobierno, lo que contrastó nítidamente (y la televisión y los testigos han dado cuenta) con el fervor sólo patriótico del resto de la concentración.
La bisagra oficial
Luego de tamaña irrupción popular de varios millones de personas, la cultura cortoplacista de los políticos los llevó casi de inmediato a querer transformar linealmente esa manifestación en eventuales apoyos que podrían traducirse en votos y eso ocurrió no sólo en el kirchnerismo, que vio la oportunidad de elevar algo sus ratings en la consideración pública, sino también en la oposición, que se mostró por un rato, aunque en el día después, unida al oficialismo y caminando todos juntos, hasta ahora sólo para la foto.
Por el lado del Gobierno, la corriente de optimismo fue más que evidente ya desde la misma noche del 25, cuando la Presidenta comenzó la Cena de Gala en el Salón Blanco con tanta demora que los mandatarios extranjeros, salvo Hugo Chávez, ya habían retornado a sus países.
El cansancio había hecho mella en muchos, aunque otros parece que tuvieron cuerda como para brindar con champán del mejor por todo lo que consideraban que habían logrado en esos días. Ya sin la Presidenta, y en medio de la euforia por lo que se consideraba como una bisagra de mejores augurios hacia el trampolín kirchnerista rumbo a 2011, sólo faltó que la historia se repitiese y que un ministro bastante eufórico entronizara a Kirchner como "el primer Rey y Emperador de América", tal como el capitán Atanasio Duarte hiciera en 1810 con Cornelio Saavedra. Por entonces, cuando Mariano Moreno se enteró del episodio desterró a Duarte y dictó el célebre Decreto de Honores en el que se prohibieron los brindis de ese tenor, ya que ningún "habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país".
Al día siguiente, en Tucumán, en medio de encuestas de opinión pública que contienen mejoras de imagen y de intención de voto hacia él mismo, Néstor Kirchner intentó corregir cualquier actitud de triunfalismo, quizás para evitar que se lo catalogue de oportunista y, pese a que los miembros del PJ se llenaron la boca con la candidatura a Presidente del actual diputado, éste los desautorizó en público cuando pidió desde el palco que "se saquen la urnas de la cabeza". No obstante, el ex mandatario no pudo con su genio y cuando habló de los actos por el Bicentenario dijo que eran "del Pueblo", aunque en seguida reivindicó para el Gobierno su organización. Este cambio en la actitud del ex presidente marca cómo ha interpretado la presencia ciudadana en la calle. En ocasiones anteriores, cuando la gente salió en clima de protesta, él se paralizó y hasta se fue de Buenos Aires, como la noche de la primera marcha de Juan Carlos Blumberg. El síndrome del helicóptero que se llevó a Fernando de la Rúa de la Casa Rosada lo acompañó siempre y por eso buscó controlar la calle con fuerzas amigas. Así, ocurrió en los días de las peleas por la Resolución 125, cuando Luis D'Elía retomó la Plaza de Mayo cubierta por la gente del campo, aunque nada pudo hacer contra la manifestación multitudinaria de Palermo el día en que Julio Cobos pasó a ser un traidor. Desde un costado más de estrategia política, en otro tramo de su discurso tucumano, Kirchner siguió con su idea de los dos modelos, a la usanza de otros países que dirimen por derecha y por izquierda sus preferencias electorales y volvió a decir que lo interesante sería que, "ante las dos distintas visiones de país, las debatamos y que la gente decida". Si bien podría pensarse que el otro gran beneficiario de los actos de la semana pasada fue Mauricio Macri, ya que fue victimizado por la propia presidenta de la Nación al no concurrir al Colón, y que el Jefe de Gobierno porteño sería el contendiente natural de Kirchner, esta estrategia es la que menos le conviene al kirchnerismo porque la diferencia podría hacerla en la medida que los contrincantes se dividan, ya que él aspira a llegar a 40 por ciento y a sacar más de 10 puntos al inmediato perseguidor, lo que eliminaría el tan temido balotaje.
El chivo expiatorio
Pero está demostrado que el Gobierno no tiene paz y que la mayor parte de los problemas que le suceden están adentro, porque a las 48 horas del reacomodamiento pos festejos saltó en Santa Cruz la cuestión de los fondos de las regalías que el propio ministro de Economía provincial dio por esfumadas, aplicadas peso a peso a cubrir gasto corriente. Una aberración que se intentó corregir con la explicación que al 31 de diciembre último todavía había dinero en caja, de aquellos originales casi 600 millones de dólares que nunca se supo hacia dónde fueron y vinieron y a nombre de quién estaban, qué intereses ganaron y cómo se usaron.
Igual le sucedió a la Administración nacional con las apretadas de Guillermo Moreno para cerrar de palabra las importaciones, actitud que avaló el mismísimo ministro Amado Boudou, situación que no obstante no le impidió a la Presidenta, tras un sinnúmero de duras advertencias brasileñas sobre represalias, jurarle al presidente Lula que "ni hubo ni habrá" freno a las importaciones de ese país.
Por supuesto que en ambos casos, y una vez más, el chivo expiatorio ha sido el periodismo, que según los lenguaraces oficiales tergiversó con maldad las declaraciones grabadas del santacruceño o difundió las quejas de importadores y camioneros parados en la frontera, o las amenazas de los diplomáticos de la Unión Europea o el cierre ya consumado de las ventas de aceite y porotos de soja a China o el conflicto con la India por insumos de telecomunicaciones.
De ninguna de estas cosas quiso saber nada durante cuatro días la gente en las calles, pese a la lluvia o a la incomodidad. Con sus vítores o con sus silencios ha dicho cosas de cara a la clase dirigente y habría que esperar que alguien comience, no por especulación de seguir a la gente sino para liderarlos, a interpretar ese mensaje tan claro de unidad, diálogo e inclusión social. Casi como lo que propugnó la Iglesia en todas sus homilías. Parafraseando a Eva Perón: "quien quiera oír que oiga".
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