El "cabildo abierto" del 22 de mayoconstituyó el preludio de la revolución

El "cabildo abierto" del 22 de mayoconstituyó el preludio de la revolución

Se resolvió el cese del virrey y el paso del poder al Cabildo, que formaría una Junta.

ASAMBLEA DEL VECINDARIO PRINCIPAL. El clásico óleo de Subercaseaux reconstruye el momento en que el doctor Juan José Castelli fundamenta la postura criolla. LA GACETA / ARCHIVO ASAMBLEA DEL "VECINDARIO PRINCIPAL". El clásico óleo de Subercaseaux reconstruye el momento en que el doctor Juan José Castelli fundamenta la postura criolla. LA GACETA / ARCHIVO
20 Mayo 2010
Hasta los primeros meses de 1810, el virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, se las arreglaba para esparcir noticias más o menos tranquilizadoras sobre las alternativas de la guerra de España contra los franceses. Pero cuando terminaba la segunda quincena de mayo, no pudo seguir en esa tesitura. El 13, el buque inglés "Paris" llegó a Montevideo, trayendo periódicos europeos que anunciaban la caída de Andalucía en poder de los invasores.

La noticia pronto se esparció en Buenos Aires. El 18, el virrey tuvo que difundir una proclama. Pedía serenidad a los "leales súbditos" y les advertía que, en caso de producirse el desastre total en España, no resolvería nada sin consultar a los representantes de esa capital y de las provincias, hasta que un congreso de todos los Virreinatos designara una regencia en sustitución de Fernando VII.

De inmediato, los criollos decidieron salir de la conspiración y dar un paso concreto. Juzgaban que el vecindario, en un "cabildo abierto" -o sea una asamblea de los vecinos principales- debía opinar sobre el camino a seguir. No fue sencillo conseguir esa reunión.

Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano por un lado y Juan José Castelli por el otro solicitaron que se la convocara. Planteado el pedido al virrey por el alcalde Juan José Lezica, aquel se mostró en desacuerdo, pero quiso conversar con los jefes militares. La consulta lo dejó muy inquieto, al advertir la "tibieza" de Saavedra, y dejó el asunto sin resolver. Pero, cuando la noche del 20 se presentaron en su residencia Castelli y Martín Rodríguez a exigir prácticamente la reunión, no tuvo más remedio que autorizarla.

Así, por esquelas, se citó para el martes 22 a "la parte principal y más sana del vecindario", a sesionar en un "cabildo abierto". La invitación estaba apoyada por grupos concentrados en la Plaza Mayor, que empezaban a hacer ruido. A las 9 de la mañana del día fijado, se congregaron 251 personas, de las 450 invitadas.

Los asistentes ocupaban la galería superior del Cabildo. "El largo balcón corrido quedaba abierto sobre la Plaza, a la vista del público subrepticiamente introducido, a modo de escenario de aquella vasta platea. Sentábanse los congregados en bancos traídos de las iglesias y puestos en filas transversales haciendo frente al entarimado del extremo norte, donde se colocaron, en sillas de brazos y delante de la mesa con carpeta de terciopelo, el obispo, la Audiencia, los altos funcionarios y el Ayuntamiento, que presidía el acto", describe un historiador. "No había orden prefijado en los asientos y pudieron los concurrentes agruparse según sus afinidades y simpatías".

El "cabildo abierto" fue largo y con muchos discursos. Para sintetizar, digamos que el criterio españolista fue expuesto por el obispo Benito Lué y Riega: a su juicio, pasara lo que pasara, sólo los peninsulares podían gobernar el virreinato. Castelli sostuvo que, al no haber autoridad en España, el poder revertía en el pueblo de Buenos Aires, que debía resolver acerca de la nueva autoridad. El fiscal Manual Villota observó que Buenos Aires no tenía derecho a zanjar por sí sola la cuestión, y que había que consultar antes a los pueblos interiores. Juan José Passo replicó que la emergencia autorizaba a los porteños a resolver: debía formarse una junta, y ella invitaría luego a los representantes de tierra adentro.

La asamblea debía pronunciarse sobre dos puntos: si el virrey debía dejar su cargo y, caso afirmativo, quién lo sustituía en el mando. Algunos propusieron que el sufragio fuera secreto, pero el criterio se rechazó. Cada concurrente debía exponer su voto en voz alta. Más de una veintena de invitados se retiraron silenciosamente, sin votar.

Finalmente, por la permanencia de Cisneros se pronunciaron 58 asistentes, y por su cesantía lo hicieron 157: quedó claro, entonces, que debía dejar el mando. Y respecto de quién lo iba a reemplazar, la votación decidió que el mando recaería en el Cabildo hasta que, según el procedimiento que éste determinase, se elija una "corporación o junta", y "no quedando duda que es el pueblo quien confiere la autoridad o mando", agregado este último que contenía el voto de Cornelio Saavedra.

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