16 Mayo 2010
Mil aventuras tenía la física preparadas para él. Desde la investigación de las radiaciones cósmicas en Tucumán hasta el desarrollo de un proyecto científico para el Ártico.
En Alaska, donde vive y trabaja con la convicción de que hay que "mantener el coco ocupado", Juan G. Roederer (Trieste, Italia, 1929) aboga por un enfoque prudente del fenómeno del calentamiento global. Con un castellano pausado, pero firme, teoriza: "todavía no es posible determinar si la actividad humana contribuye al cambio climático".
La información disponible es el eje de su argumento. Asevera: "el sistema del clima terrestre es tan complicado que, con lo que sabemos de los últimos 100 años, no es suficiente para elaborar modelos matemáticos que permitan con seguridad predecir qué es lo que va a pasar en el próximo siglo. Los metereólogos y climatólogos hacen pronósticos, pero la minoría a la que pertenezco considera que esas proyecciones son más bien fantasiosas debido a la complejidad matemática de los procesos atmosféricos".
Mil inclinaciones entran en el multifacético periplo vital de Roederer: desde la música -es organista profesional- hasta la psicoacústica, la política, la climatología, la ecología, la oceanografía y la sismología.
Dos veces inmigrante (en 1939 se estableció con su familia en Argentina y en 1967 se exilió en Estados Unidos), el caso del Doctor en Física de la Universidad de Buenos Aires es un paradigma del fenómeno llamado "fuga de cerebros" (al exterior).
Su oposición al régimen militar argentino interesó al senador Robert Kennedy, hermano del célebre presidente estadounidense del mismo apellido, que respaldó la decisión del científico de denunciar la intromisión de las autoridades de facto en los asuntos universitarios.
Mil anécdotas y otras tantas contingencias no lograron apaciguar el entusiasmo intelectual y el sentido del humor de Roederer, que se expone sin reservas al cuestionario telefónico de LA GACETA.
Es viernes y mientras el verano tucumano se esconde en un otoño tropical, fuera de la oficina del profesor emérito de la Universidad de Alaska-Fairbanks el termómetro primaveral marca la friolera de 20 grados bajo cero.
-¿Considera que hay un tratamiento superficial y simplista del cambio climático?
-El fenómeno se ha convertido en un problema político en todo el mundo. En él están implicados tanto los activistas del clima y la ecología como los empresarios de la industria petrolera y de la energía. Cada grupo tiene un interés que no es 100% científico, por eso hay tantas discrepancias.
-¿Qué hay de cierto en la discusión entre la posición catastrofista y la escéptica?
-El clima terrestre siempre ha estado cambiando. La evidencia geológica señala que 20 o 30 mil años atrás hubo transformaciones mucho más feroces que las de ahora. No hay que sorprenderse tanto con ellas. Tampoco existen dudas sobre el calentamiento: es un proceso que lleva entre 100 o 150 años. Por eso ha crecido el nivel del mar y los glaciares tienden a retroceder.
-¿Cuál es el papel de la contaminación ambiental en el cambio climático?
-Esa es la cuestión fundamental que aún no ha sido definida. ¿En qué medida contribuye la actividad humana? Mi opinión es que faltan muchas décadas de estudio y de mediciones para llegar a una respuesta. Pero, insisto, el cambio climático siempre ha estado ocurriendo. El nudo gordiano es si los hombres hacemos algo para acelerarlo.
-Más allá de la solución a ese interrogante, ¿qué debería hacer un gobierno serio?
-Decididamente hay que cortar las emisiones de azufre, de metano y de todos los gases nocivos aunque esa medida no asegure la reducción o el final del cambio climático global. Siempre digo que mantener la atmósfera limpia es como mantener el auto limpio: lo lavamos cada tanto no porque cuando está sucio no camina o no arranca. No: lo lavamos porque queremos andar en un auto limpio. Por la misma razón, tenemos que eliminar la emisión de gases porque queremos respirar un aire puro. Esto debe ser así por una necesidad del presente, cualesquiera sean los efectos futuros.
Mil arcanidades afloran en la conversación con Roederer. Como si quedasen expuestas todas las dudas de la ciencia. Ni una pregunta personal ("¿prefiere la física a la música?") consigue apartarlo de su disciplina profesional. El octogenario autor del tratado de "Mecánica elemental" (1962) sonríe, admite la dificultad del planteo y sale del aprieto con una conciliación decorosa: "son dos ámbitos muy diferentes, pero creo que se pueden combinar. Mi investigación sobre la psicoacústica es, justamente, el enlace entre ambos, un intento por comprender científicamente cómo reaccionamos a la música".
-¿Y qué ha concluido al respecto?
-El problema fundamental es por qué ciertas canciones nos ponen la piel de gallina. La naturaleza no es musical: los pájaros cantan para comunicarse, no por el placer mismo de la música. Un hallazgo considera que la reacción a la música está ligada al lenguaje humano. El bebé presta atención al canto de la mamá porque más tarde va a necesitar esos sonidos para escuchar y entender las palabras.
-La ciencia ha marcado su vida hasta políticamente. ¿Le queda algo por decir sobre la fuga de cerebros argentinos?
-Sólo quiero comentar que me parece una tragedia que Argentina no observe con mucha atención el cambio positivo de la ciencia brasileña. Brasil se perfila como una potencia mundial y ha logrado detener la fuga de cerebros con inversión en el desarrollo de la ciencia, incluso de la básica. Francamente creo que en Argentina hay más talento que en Brasil. Nuestros jóvenes tienen enormes capacidades, pero no reciben el apoyo necesario del gobierno ni tampoco del pueblo.
En Alaska, donde vive y trabaja con la convicción de que hay que "mantener el coco ocupado", Juan G. Roederer (Trieste, Italia, 1929) aboga por un enfoque prudente del fenómeno del calentamiento global. Con un castellano pausado, pero firme, teoriza: "todavía no es posible determinar si la actividad humana contribuye al cambio climático".
La información disponible es el eje de su argumento. Asevera: "el sistema del clima terrestre es tan complicado que, con lo que sabemos de los últimos 100 años, no es suficiente para elaborar modelos matemáticos que permitan con seguridad predecir qué es lo que va a pasar en el próximo siglo. Los metereólogos y climatólogos hacen pronósticos, pero la minoría a la que pertenezco considera que esas proyecciones son más bien fantasiosas debido a la complejidad matemática de los procesos atmosféricos".
Mil inclinaciones entran en el multifacético periplo vital de Roederer: desde la música -es organista profesional- hasta la psicoacústica, la política, la climatología, la ecología, la oceanografía y la sismología.
Dos veces inmigrante (en 1939 se estableció con su familia en Argentina y en 1967 se exilió en Estados Unidos), el caso del Doctor en Física de la Universidad de Buenos Aires es un paradigma del fenómeno llamado "fuga de cerebros" (al exterior).
Su oposición al régimen militar argentino interesó al senador Robert Kennedy, hermano del célebre presidente estadounidense del mismo apellido, que respaldó la decisión del científico de denunciar la intromisión de las autoridades de facto en los asuntos universitarios.
Mil anécdotas y otras tantas contingencias no lograron apaciguar el entusiasmo intelectual y el sentido del humor de Roederer, que se expone sin reservas al cuestionario telefónico de LA GACETA.
Es viernes y mientras el verano tucumano se esconde en un otoño tropical, fuera de la oficina del profesor emérito de la Universidad de Alaska-Fairbanks el termómetro primaveral marca la friolera de 20 grados bajo cero.
-¿Considera que hay un tratamiento superficial y simplista del cambio climático?
-El fenómeno se ha convertido en un problema político en todo el mundo. En él están implicados tanto los activistas del clima y la ecología como los empresarios de la industria petrolera y de la energía. Cada grupo tiene un interés que no es 100% científico, por eso hay tantas discrepancias.
-¿Qué hay de cierto en la discusión entre la posición catastrofista y la escéptica?
-El clima terrestre siempre ha estado cambiando. La evidencia geológica señala que 20 o 30 mil años atrás hubo transformaciones mucho más feroces que las de ahora. No hay que sorprenderse tanto con ellas. Tampoco existen dudas sobre el calentamiento: es un proceso que lleva entre 100 o 150 años. Por eso ha crecido el nivel del mar y los glaciares tienden a retroceder.
-¿Cuál es el papel de la contaminación ambiental en el cambio climático?
-Esa es la cuestión fundamental que aún no ha sido definida. ¿En qué medida contribuye la actividad humana? Mi opinión es que faltan muchas décadas de estudio y de mediciones para llegar a una respuesta. Pero, insisto, el cambio climático siempre ha estado ocurriendo. El nudo gordiano es si los hombres hacemos algo para acelerarlo.
-Más allá de la solución a ese interrogante, ¿qué debería hacer un gobierno serio?
-Decididamente hay que cortar las emisiones de azufre, de metano y de todos los gases nocivos aunque esa medida no asegure la reducción o el final del cambio climático global. Siempre digo que mantener la atmósfera limpia es como mantener el auto limpio: lo lavamos cada tanto no porque cuando está sucio no camina o no arranca. No: lo lavamos porque queremos andar en un auto limpio. Por la misma razón, tenemos que eliminar la emisión de gases porque queremos respirar un aire puro. Esto debe ser así por una necesidad del presente, cualesquiera sean los efectos futuros.
Mil arcanidades afloran en la conversación con Roederer. Como si quedasen expuestas todas las dudas de la ciencia. Ni una pregunta personal ("¿prefiere la física a la música?") consigue apartarlo de su disciplina profesional. El octogenario autor del tratado de "Mecánica elemental" (1962) sonríe, admite la dificultad del planteo y sale del aprieto con una conciliación decorosa: "son dos ámbitos muy diferentes, pero creo que se pueden combinar. Mi investigación sobre la psicoacústica es, justamente, el enlace entre ambos, un intento por comprender científicamente cómo reaccionamos a la música".
-¿Y qué ha concluido al respecto?
-El problema fundamental es por qué ciertas canciones nos ponen la piel de gallina. La naturaleza no es musical: los pájaros cantan para comunicarse, no por el placer mismo de la música. Un hallazgo considera que la reacción a la música está ligada al lenguaje humano. El bebé presta atención al canto de la mamá porque más tarde va a necesitar esos sonidos para escuchar y entender las palabras.
-La ciencia ha marcado su vida hasta políticamente. ¿Le queda algo por decir sobre la fuga de cerebros argentinos?
-Sólo quiero comentar que me parece una tragedia que Argentina no observe con mucha atención el cambio positivo de la ciencia brasileña. Brasil se perfila como una potencia mundial y ha logrado detener la fuga de cerebros con inversión en el desarrollo de la ciencia, incluso de la básica. Francamente creo que en Argentina hay más talento que en Brasil. Nuestros jóvenes tienen enormes capacidades, pero no reciben el apoyo necesario del gobierno ni tampoco del pueblo.
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