Cambiaron su modo de vida para luchar contra la pastera

Cambiaron su modo de vida para luchar contra la pastera

Hace cinco años se instalaron en la ruta 136.

TIEMPO DE PROTESTA. Hace años que los pobladores reniegan por Botnia. DyN TIEMPO DE PROTESTA. Hace años que los pobladores reniegan por Botnia. DyN
GUALEGUAYCHU (De nuestra enviada especial, Silvina Cena).- En algún momento fue nada más que un tramo de pavimento, con campos interminables a ambos lados y lomadas que se pierden en un cielo copado por la neblina. Hoy es sinónimo de hogar, de unión y convicción. Los kilómetros previos al Puente Internacional General San Martín, que une por tierra a la Argentina con Uruguay, se reconocen en los últimos cinco años a partir del conflicto por la instalación de la pastera Botnia. El reclamo ambientalista de los pobladores de Gualeguaychú no sólo ha cambiado la morfología de la zona sino que ha modificado las costumbres de una localidad que sólo se alteraba con la visita de turistas.

Desde que empezó el corte ininterrumpido -sólo dejan pasar a enfermos o a peones que deban cruzar la frontera para trabajar-, los lugareños se han repartido las guardias durante las que cuidan que la barrera sobre la ruta 136, a 40 kilómetros de la ciudad, se mantenga siempre baja. Han asumido ese deber con un convencimiento que bordea la pasión y que ha motivado, incluso, que se instalen a vivir al lado del camino.

Ivana Acevedo es una de ellos. "Al principio todo era bastante precario: nos manteníamos en carpas y estábamos muy expuestos a los antojos del tiempo. Después, la gente fue contribuyendo con materiales de construcción con los que llegamos a armar un refugio. La comida era donada por comercios, en un principio, pero luego esa contribución se fue perdiendo y subsistimos con lo que nosotros traíamos: sopa y guiso", recuerda.

La mujer dice haberse involucrado tanto con el reclamo, que reconoce que dejó fundir su negocio para dedicarse sin restricciones a la acción ambientalista. "Mis familiares y amigos me cuestionan esa decisión, pero les contesto que es más importante para mí defender la vida que un emprendimiento privado. Por suerte muchos pensamos así: aquí hay niños, familias y jubilados, algunos enfermos", dice.

Hay algo en lo que la mayoría coincide: Arroyo Verde, el lugar donde acampan, se ha convertido en un segundo hogar, donde comparten desde fiestas de fin de año hasta el dolor por la muerte de un ser querido. "Estar acá es estar en casa. Muchas veces no tengo en qué llegar y me vengo a dedo, y lo mismo hago para volver. No todos me comprenden, ni siquiera mis hijos, pero dejar la lucha no es una opción. Ni yo misma pensé alguna vez estar tan involucrada con una protesta; esto que me pasa es histórico", admite Amelia Aguilar.

"Hemos experimentado de todo en este lugar. Desde momentos entretenidos, en los que pasamos el tiempo jugando a la lotería o al truco, hasta vivencias muy tristes, como el fallecimiento de compañeros de ruta en un accidente. Es verdad que a veces se sufre porque las guardias nocturnas son solitarias y alguna vez nos hemos expuesto a pelear con automovilistas violentos, que no entienden o no les importa lo que pedimos. Pero estar aquí es una obligación que asumimos como una responsabilidad solidaria. Y lo seguiremos haciendo", agrega Ricardo Gómez.

Los ambientalistas coincidieron en que el cambio se vio también en las escuelas. Al respecto aseguran que desde que comenzó el conflicto, los alumnos empiezan a analizar desde pequeños la contaminación ambiental y las consecuencias que un establecimiento industrial puede tener para un determinado pueblo.

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