02 Abril 2010
Un soldado argentino espera que los militares ingleses lo tomen como rehén para viajar a Inglaterra y conocer a los Rolling Stones, un coronel de las fuerzas armadas argentinas pretende ganar la guerra de 1982 en un videogame donde los gurkhas son las tortugas ninjas, una comunidad subterránea de conscriptos negocia con el enemigo para poder sobrevivir.
Las escenas y personajes que se representan en la ficción demuestran que la literatura nacional desmitifica la guerra de Malvinas y destruye la posibilidad de pensar el conflicto armado como una gesta heroica.
La narración de la guerra empezó cuando los cuerpos aún calientes de los soldados todavía no habían sido retirados del árido suelo de las islas. La novela "Los pichiciegos", de Rodolfo Fogwill, fue escrita antes de que finalizó el conflicto bélico, pero pudo ser publicada recién un año después. La obra profética de Fogwill vaticina con precisión casi antropológica el desenlace y los horrores de la guerra, pero no es un relato épico, sino un discurso irónico y sarcástico que socava la idea de Malvinas como una gesta patriótica. La novela comienza con el relato de la guerra y marca la estética que seguirán las obras que la suceden: la de la crítica a través de la sátira, la farsa y la parodia.
En contraste, el horror de la realidad impuso el tono trágico y dramático que evitó la ficción literaria. Tras vivir una temporada en el infierno, los jóvenes conscriptos regresaron a un país que los recibió con indiferencia. Entonces, surgió la necesidad de contar lo vivido, como en una forma de exorcizar los recuerdos de la muerte, el hambre, el frío y el despotismo de los oficiales. Esa necesidad de catarsis marcó el comienzo de una saga de obras testimoniales que inauguró, meses después del conflicto, "Los chicos de la guerra", una recopilación de relatos de ex combatientes realizada por Daniel Kon, que fue luego adaptada en la versión cinematográfica de Bebe Kamin.
Después de esos primeros relatos de la guerra, recién en la década del 90 la literatura volvería a ocuparse del tema Malvinas. En este período se escribieron novelas como: "La flor azteca" (1992), de Gustavo Nielsen; "El desertor" (1996), de Marcelo Eckhardt; "Las Islas" (1998), de Carlos Gamerro; y "Kelper" (1999), de Raúl Vieytes.
A esta producción se suma una serie de cuentos: "El aprendiz de brujo" (1991), de Rodrigo Fresán, "Memorándum Almazán" (1991), de Juan Forn y "El amor de Inglaterra" (1992), de Daniel Guebel.
"La guerra de Malvinas fue ficción desde el primer día", aseguró a un medio nacional Carlos Gamerro. En "Las Islas", el escritor da cuenta de la farsa belicista que el Gobierno militar transmitió a través de los comunicados oficiales donde se informaba sobre batallas que nunca se libraron, barcos que jamas se hundieron y otras hazañas heroicas que nunca sucedieron. En consecuencia, el discurso militar desplegó todo su poder de inventiva y la obra de Gamerro lo pone al descubierto.
La novela de Gamerro no representa sólo la falsa guerra que inventaron los militares, sino que también refleja la situación de los ex combatientes, quienes en "Las Islas" parecen condenados al eterno recuerdo del conflicto. El drama de los conscriptos se desnuda en el monólogo de uno de los personajes: "No es verdad que hubo sobrevivientes: en el corazón de cada uno hay dos pedazos arrancados, y cada mordisco tiene la forma exacta de las islas. Tratamos de llenarlos con las cosas de acá, pero es como taparlos con estopa".
Las escenas y personajes que se representan en la ficción demuestran que la literatura nacional desmitifica la guerra de Malvinas y destruye la posibilidad de pensar el conflicto armado como una gesta heroica.
La narración de la guerra empezó cuando los cuerpos aún calientes de los soldados todavía no habían sido retirados del árido suelo de las islas. La novela "Los pichiciegos", de Rodolfo Fogwill, fue escrita antes de que finalizó el conflicto bélico, pero pudo ser publicada recién un año después. La obra profética de Fogwill vaticina con precisión casi antropológica el desenlace y los horrores de la guerra, pero no es un relato épico, sino un discurso irónico y sarcástico que socava la idea de Malvinas como una gesta patriótica. La novela comienza con el relato de la guerra y marca la estética que seguirán las obras que la suceden: la de la crítica a través de la sátira, la farsa y la parodia.
En contraste, el horror de la realidad impuso el tono trágico y dramático que evitó la ficción literaria. Tras vivir una temporada en el infierno, los jóvenes conscriptos regresaron a un país que los recibió con indiferencia. Entonces, surgió la necesidad de contar lo vivido, como en una forma de exorcizar los recuerdos de la muerte, el hambre, el frío y el despotismo de los oficiales. Esa necesidad de catarsis marcó el comienzo de una saga de obras testimoniales que inauguró, meses después del conflicto, "Los chicos de la guerra", una recopilación de relatos de ex combatientes realizada por Daniel Kon, que fue luego adaptada en la versión cinematográfica de Bebe Kamin.
Después de esos primeros relatos de la guerra, recién en la década del 90 la literatura volvería a ocuparse del tema Malvinas. En este período se escribieron novelas como: "La flor azteca" (1992), de Gustavo Nielsen; "El desertor" (1996), de Marcelo Eckhardt; "Las Islas" (1998), de Carlos Gamerro; y "Kelper" (1999), de Raúl Vieytes.
A esta producción se suma una serie de cuentos: "El aprendiz de brujo" (1991), de Rodrigo Fresán, "Memorándum Almazán" (1991), de Juan Forn y "El amor de Inglaterra" (1992), de Daniel Guebel.
"La guerra de Malvinas fue ficción desde el primer día", aseguró a un medio nacional Carlos Gamerro. En "Las Islas", el escritor da cuenta de la farsa belicista que el Gobierno militar transmitió a través de los comunicados oficiales donde se informaba sobre batallas que nunca se libraron, barcos que jamas se hundieron y otras hazañas heroicas que nunca sucedieron. En consecuencia, el discurso militar desplegó todo su poder de inventiva y la obra de Gamerro lo pone al descubierto.
La novela de Gamerro no representa sólo la falsa guerra que inventaron los militares, sino que también refleja la situación de los ex combatientes, quienes en "Las Islas" parecen condenados al eterno recuerdo del conflicto. El drama de los conscriptos se desnuda en el monólogo de uno de los personajes: "No es verdad que hubo sobrevivientes: en el corazón de cada uno hay dos pedazos arrancados, y cada mordisco tiene la forma exacta de las islas. Tratamos de llenarlos con las cosas de acá, pero es como taparlos con estopa".