Por Carlos Páez de la Torre H
21 Marzo 2010
El decreto nacional 316/2010 me deja estupefacto. En primer lugar, es asombrosamente incompleto. De todas las ilustres figuras tucumanas inhumadas en el Cementerio del Oeste, elige arbitrariamente a sólo cuatro para declarar "históricos" sus sepulcros. Confeccionar una lista de las omitidas injustamente, demandaría por lo menos un par de páginas.
En los pobres considerandos, incluye una inexactitud. Afirma que Lola Mora es nacida en Salta, cuando los dos únicos documentos fehacientes dicen otra cosa: su partida de bautismo es de Trancas y, al casarse, declara en el Registro Civil porteño que es nacida en Tucumán.
Pero más asombra que los sepulcros del teniente coronel Lucas Córdoba y del doctor Ignacio Colombres sean declarados solamente "de interés histórico-artístico", como si el único mérito residiera en su hechura escultórica. Sobre ese aspecto los considerandos abundan en detalles, y no se dice una sola palabra que valore la tarea de servicio público de los hombres cuyas cenizas están debajo de esos mármoles.
Pareciera innecesario recordar que Córdoba (1841-1913) fue, por dos mandatos, el gran gobernante tucumano de fines del XIX y comienzos del XX. Nos trajo el agua corriente; fundó el Banco Provincia; duplicó la matrícula escolar y creó 59 escuelas amén del primer Jardín de Infantes; salvó la industria azucarera en crisis con la "ley machete"; terminó con las ancestrales injusticias de la campaña al promulgar la Ley de Riego y el Código Rural; inició el Dique El Cadillal y construyó La Aguadita, más un larguísimo etcétera. Al que habría que agregar su ejemplar pobreza: jamás tuvo casa propia, ni hizo un negocio, ni tuvo un metro de tierra y, cuando murió, su amigo Neptalí Montenegro debió facilitar su levita para que lo enterraran con traje decente. Por algo hablamos en Tucumán del "sillón de Lucas Córdoba" para referirnos al sitial del gobernante, y ante su tumba se rinde, el Día de los Difuntos, el homenaje oficial.
En cuando al doctor Colombres (1859-1887), médico abnegado que luchó contra el cólera, le atrajo la gratitud pública su tocante coraje civil. Como ministro de Gobierno, condujo en persona, aunque estaba ya muy enfermo, la resistencia del piquete provincial desde el Cabildo, frente al -finalmente victorioso- ataque del malón revolucionario de 1887: un golpe armado que tenía la inicua complicidad del Gobierno Nacional, ansioso de descabezar la única provincia opositora. Esas jornadas terminaron llevándose su vida, pocos meses después.
Nada de eso se dice. Lo que importa, según el decreto, es que Arturo Dresco modeló el mausoleo de don Lucas, y que Francisco Cafferata fue autor del de Colombres.
En síntesis, es una disposición incompleta e injusta por sus mayúsculas omisiones, además de contener una inexactitud. La Comisión Nacional de Monumentos Históricos tenía medios para hacer una propuesta menos arbitraria y pobre que la que sustenta el decreto.
En los pobres considerandos, incluye una inexactitud. Afirma que Lola Mora es nacida en Salta, cuando los dos únicos documentos fehacientes dicen otra cosa: su partida de bautismo es de Trancas y, al casarse, declara en el Registro Civil porteño que es nacida en Tucumán.
Pero más asombra que los sepulcros del teniente coronel Lucas Córdoba y del doctor Ignacio Colombres sean declarados solamente "de interés histórico-artístico", como si el único mérito residiera en su hechura escultórica. Sobre ese aspecto los considerandos abundan en detalles, y no se dice una sola palabra que valore la tarea de servicio público de los hombres cuyas cenizas están debajo de esos mármoles.
Pareciera innecesario recordar que Córdoba (1841-1913) fue, por dos mandatos, el gran gobernante tucumano de fines del XIX y comienzos del XX. Nos trajo el agua corriente; fundó el Banco Provincia; duplicó la matrícula escolar y creó 59 escuelas amén del primer Jardín de Infantes; salvó la industria azucarera en crisis con la "ley machete"; terminó con las ancestrales injusticias de la campaña al promulgar la Ley de Riego y el Código Rural; inició el Dique El Cadillal y construyó La Aguadita, más un larguísimo etcétera. Al que habría que agregar su ejemplar pobreza: jamás tuvo casa propia, ni hizo un negocio, ni tuvo un metro de tierra y, cuando murió, su amigo Neptalí Montenegro debió facilitar su levita para que lo enterraran con traje decente. Por algo hablamos en Tucumán del "sillón de Lucas Córdoba" para referirnos al sitial del gobernante, y ante su tumba se rinde, el Día de los Difuntos, el homenaje oficial.
En cuando al doctor Colombres (1859-1887), médico abnegado que luchó contra el cólera, le atrajo la gratitud pública su tocante coraje civil. Como ministro de Gobierno, condujo en persona, aunque estaba ya muy enfermo, la resistencia del piquete provincial desde el Cabildo, frente al -finalmente victorioso- ataque del malón revolucionario de 1887: un golpe armado que tenía la inicua complicidad del Gobierno Nacional, ansioso de descabezar la única provincia opositora. Esas jornadas terminaron llevándose su vida, pocos meses después.
Nada de eso se dice. Lo que importa, según el decreto, es que Arturo Dresco modeló el mausoleo de don Lucas, y que Francisco Cafferata fue autor del de Colombres.
En síntesis, es una disposición incompleta e injusta por sus mayúsculas omisiones, además de contener una inexactitud. La Comisión Nacional de Monumentos Históricos tenía medios para hacer una propuesta menos arbitraria y pobre que la que sustenta el decreto.
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