10 Marzo 2010
UN OASIS. En medio de una ciudad de barrios distantes, las canchas de fútbol son como un manchón verde al que cuesta mantener en buen estado.
COMODORO RIVADAVIA (Diego Jemio, especial para LA GACETA).- Los pronósticos anunciaban ayer una mínima de siete y una máxima de 20 grados. A priori, una temperatura agradable, demasiado mansa para estas tierras patagónicas. Pero a la mañana, apenas se pisa Comodoro Rivadavia, se siente un frío gélido. Las primeras imágenes remiten a la buena película "Historias mínimas", de Carlos Sorín. Hay soledades áridas, máquinas que le chupan petróleo a la tierra, un mar precioso que no invita a meterse y blancos molinos de viento, más modernos y menos románticos que los que imaginó Miguel de Cervantes Saavedra.
Los que llegan por primera vez no dejan de sorprenderse por los precios: 10 pesos una gaseosa de un litro, 2.500 pesos el alquiler de un departamento de dos ambientes y casi 20 pesos el kilo de pimiento morrón, por dar algunos ejemplos.
Los sueldos, en consecuencia, son elevados en comparación con otras provincias; un obrero petrolero que trabaja en la boca del pozo gana unos 12.000 pesos mensuales.
Barrios lejanos
Las referencias, siempre, se hacen en función del oro negro. Se denomina kilómetro cero al centro porque allí se encontró el primer pozo; luego, los kilómetros van creciendo a medida que la ciudad se agranda. Sin embargo, no es fácil construir aquí. Los materiales son carísimos y hay grandes zonas despobladas, en las que no se puede edificar porque cavar unos metros significaría romperle a la tierra una arteria de petróleo. Esa disposición hace de Comodoro Rivadavia una ciudad incómoda, de lejanos recorridos. Para atravesar algunos barrios es necesario recorrer más de 25 kilómetros.
En ese contexto, con esa aridez de la tierra y de la vida de una ciudad que vive con el pulso del petróleo, no es fácil mantener una cancha de fútbol en buenas condiciones. En Comodoro Rivadavia -una ciudad de 250.000 habitantes-, hay sólo cuatro con césped y son las de Huracán, de Jorge Newbery, de Petroquímico y el estadio Municipal, en el que la CAI hace de local. Los cancheros deben regarla todos los días y cuidarla con mucho esmero para arrancarle algunos flecos verdes. En las casas, para disfrutar un poco de color, los dueños mezclan gramilla con tréboles.
En el corazón de Chubut San Martín vivía una tarde tibia y soñada. Jugaba con 20 grados, sin viento y, con el tiempo cumplido, tenía el triunfo en el bolsillo. Pero la CAI es árida como Comodoro Rivadavia y fría como la Patagonia. Clavó un puñal con forma de empate. En la ciudad del petróleo anoche y, ahora sí, el viento sopla fuerte. Y helado.
Los que llegan por primera vez no dejan de sorprenderse por los precios: 10 pesos una gaseosa de un litro, 2.500 pesos el alquiler de un departamento de dos ambientes y casi 20 pesos el kilo de pimiento morrón, por dar algunos ejemplos.
Los sueldos, en consecuencia, son elevados en comparación con otras provincias; un obrero petrolero que trabaja en la boca del pozo gana unos 12.000 pesos mensuales.
Barrios lejanos
Las referencias, siempre, se hacen en función del oro negro. Se denomina kilómetro cero al centro porque allí se encontró el primer pozo; luego, los kilómetros van creciendo a medida que la ciudad se agranda. Sin embargo, no es fácil construir aquí. Los materiales son carísimos y hay grandes zonas despobladas, en las que no se puede edificar porque cavar unos metros significaría romperle a la tierra una arteria de petróleo. Esa disposición hace de Comodoro Rivadavia una ciudad incómoda, de lejanos recorridos. Para atravesar algunos barrios es necesario recorrer más de 25 kilómetros.
En ese contexto, con esa aridez de la tierra y de la vida de una ciudad que vive con el pulso del petróleo, no es fácil mantener una cancha de fútbol en buenas condiciones. En Comodoro Rivadavia -una ciudad de 250.000 habitantes-, hay sólo cuatro con césped y son las de Huracán, de Jorge Newbery, de Petroquímico y el estadio Municipal, en el que la CAI hace de local. Los cancheros deben regarla todos los días y cuidarla con mucho esmero para arrancarle algunos flecos verdes. En las casas, para disfrutar un poco de color, los dueños mezclan gramilla con tréboles.
En el corazón de Chubut San Martín vivía una tarde tibia y soñada. Jugaba con 20 grados, sin viento y, con el tiempo cumplido, tenía el triunfo en el bolsillo. Pero la CAI es árida como Comodoro Rivadavia y fría como la Patagonia. Clavó un puñal con forma de empate. En la ciudad del petróleo anoche y, ahora sí, el viento sopla fuerte. Y helado.
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