07 Marzo 2010
"Hasta la vista, baby"
En Avatar existe una relación inversamente proporcional entre su riqueza técnica y la de su trama. Una multiplicidad asombrosa de luces, colores y formas se conjuga con un guión tan débil como poco original. La debilidad del argumento socava a una historia que no llega a salvarse con su mensaje ecológico. Lo que queda en el filme son luces, colores y formas asombrosas.
Por Dolores Pedemonte -Para LA GACETA - Rosario
Una revista de chismes norteamericana afirma que la frase "Hasta la vista, baby", que el pétreo Arnold Schwarzenegger inmortalizó en Terminator 2, fue una ocurrencia que Kathryn Bigelow le regaló a su esposo James Cameron, segundos antes de separarse de él, en 1991. Esta noche volverán a encontrarse, en el teatro Kodak de Hollywood, donde se realizará la ceremonia de entrega de los Oscar.
Ambos son directores de las dos grandes candidatas a llevarse el premio a la mejor película. Vivir al límite, el film de Bigelow, refleja las tensiones que sufre un grupo de desactivadores de bombas en Irak y es la contracara de Avatar, la superproducción de Cameron. Bigelow empleó 11 millones de dólares (el 4% del costo de Avatar) para contar una historia plena de realismo y de acción psicológica, alejada de los sorprendentes efectos especiales y de los récords de recaudación de su competidora (Vivir al límite lleva recaudados solamente 18 millones de dólares, equivalentes al 0,7% de lo generado por el film de Cameron). Pero, más allá de las diferencias, tienen algo en común: desde ángulos y estéticas diferentes, ambas connotan una crítica al neocolonialismo norteamericano, concebido como la consecuencia de una voracidad por los recursos naturales y, en definitiva, de un sistema ferozmente consumista. Hay, además, una atmósfera similar en las dos películas, la pintura de un clima opresivo que deriva de la imposibilidad de entender al "otro", al "diferente".
Si hay un terreno que Cameron domina como pocos es el del impacto visual. En Terminator 2 (1991), casualmente, fue uno de los primeros directores en introducir un personaje diseñado por computadora dentro de una película (el villano de metal líquido que enfrentaba al cyborg encarnado por el gobernador de California). Eso le valió un Oscar por efectos visuales (ya había ganado uno, por efectos especiales, con la secuela de Alien en 1986). En 1997 ganó otro Oscar en el mismo rubro por Titanic (dentro de las 11 estatuillas de la Academia que se llevó la película) y, probablemente, hoy repetirá esa costumbre. Acá está la clave del éxito arrollador de Avatar y el área en la que se invirtió la inmensa mayoría de los 234 millones de dólares que costó producirla.
Pocos, en cambio, parecen haber sido los dólares destinados a pagar a los guionistas, quienes presentan una especie de versión simplista y reciclada, en clave futurista, del libreto de Danza con lobos, la película dirigida y protagonizada por Kevin Costner.
La misma trama del soldado conquistador que queda atrapado en el mundo de los indígenas/alienígenas y que aprende a apreciar la sabiduría que esconde un pueblo aparentemente primitivo, invirtiendo la dualidad "civilización-barbarie". Se repetirán el aprendizaje del nuevo lenguaje, las virtudes del buen salvaje rousseaniano, el romance con la "nativa", el guerrero celoso, el redescubrimiento de la naturaleza, la conversión del protagonista y las flechas contra las balas.
La escasa originalidad y la debilidad del argumento socavan a una historia que no llega a salvarse con su -loable pero elemental- mensaje ecológico. Lo que queda en el film son luces, colores y formas asombrosas. Una experiencia equivalente a la que puede obtener un buzo amateur frente a un arrecife de coral: la contemplación de un paisaje tan fantástico y sensorialmente estimulante, como vacío de significado.
© LA GACETA
Dolores Pedemonte - Socióloga y periodista cultural.
Ambos son directores de las dos grandes candidatas a llevarse el premio a la mejor película. Vivir al límite, el film de Bigelow, refleja las tensiones que sufre un grupo de desactivadores de bombas en Irak y es la contracara de Avatar, la superproducción de Cameron. Bigelow empleó 11 millones de dólares (el 4% del costo de Avatar) para contar una historia plena de realismo y de acción psicológica, alejada de los sorprendentes efectos especiales y de los récords de recaudación de su competidora (Vivir al límite lleva recaudados solamente 18 millones de dólares, equivalentes al 0,7% de lo generado por el film de Cameron). Pero, más allá de las diferencias, tienen algo en común: desde ángulos y estéticas diferentes, ambas connotan una crítica al neocolonialismo norteamericano, concebido como la consecuencia de una voracidad por los recursos naturales y, en definitiva, de un sistema ferozmente consumista. Hay, además, una atmósfera similar en las dos películas, la pintura de un clima opresivo que deriva de la imposibilidad de entender al "otro", al "diferente".
Si hay un terreno que Cameron domina como pocos es el del impacto visual. En Terminator 2 (1991), casualmente, fue uno de los primeros directores en introducir un personaje diseñado por computadora dentro de una película (el villano de metal líquido que enfrentaba al cyborg encarnado por el gobernador de California). Eso le valió un Oscar por efectos visuales (ya había ganado uno, por efectos especiales, con la secuela de Alien en 1986). En 1997 ganó otro Oscar en el mismo rubro por Titanic (dentro de las 11 estatuillas de la Academia que se llevó la película) y, probablemente, hoy repetirá esa costumbre. Acá está la clave del éxito arrollador de Avatar y el área en la que se invirtió la inmensa mayoría de los 234 millones de dólares que costó producirla.
Pocos, en cambio, parecen haber sido los dólares destinados a pagar a los guionistas, quienes presentan una especie de versión simplista y reciclada, en clave futurista, del libreto de Danza con lobos, la película dirigida y protagonizada por Kevin Costner.
La misma trama del soldado conquistador que queda atrapado en el mundo de los indígenas/alienígenas y que aprende a apreciar la sabiduría que esconde un pueblo aparentemente primitivo, invirtiendo la dualidad "civilización-barbarie". Se repetirán el aprendizaje del nuevo lenguaje, las virtudes del buen salvaje rousseaniano, el romance con la "nativa", el guerrero celoso, el redescubrimiento de la naturaleza, la conversión del protagonista y las flechas contra las balas.
La escasa originalidad y la debilidad del argumento socavan a una historia que no llega a salvarse con su -loable pero elemental- mensaje ecológico. Lo que queda en el film son luces, colores y formas asombrosas. Una experiencia equivalente a la que puede obtener un buzo amateur frente a un arrecife de coral: la contemplación de un paisaje tan fantástico y sensorialmente estimulante, como vacío de significado.
© LA GACETA
Dolores Pedemonte - Socióloga y periodista cultural.
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