28 Febrero 2010
Es una situación dantesca. Oscuridad, sonidos extraños, gritos, alarmas que se disparan, lenguas de fuego que iluminan la noche. El terremoto generó mucho pánico y angustia en Santiago, donde vivo. Yo estaba durmiendo y me despertó un movimiento suave. Instantes después se convirtió en una ondulación muy violenta.
Me levanté a ver a mis hijos y mientras me dirigía a sus habitaciones iba golpeándome contra las paredes de los pasillos. El ruido era tan intenso que parecía que la casa se iba a desarmar. Inmediatamente se cortó la luz y comenzaron a caerse los cuadros de las paredes y los libros de los estantes.
Cuando salimos a la calle había muchas personas angustiadas. La oscuridad era total. Lo único que iluminaba la noche eran las llamas de algunos incendios que se veían a lo lejos y las chispas que caían de los cables. A medida que pasaba el tiempo, el pánico crecía, porque todos querían comunicarse con sus familiares, pero los teléfonos no funcionaban.
Unas dos horas después, la situación se empezó a calmar. Las comunicaciones volvieron a restablecerse y algunas personas decidieron regresar a sus casas. Otros se quedaron a dormir en la calle por temor a un nuevo movimiento sísmico. Afortunadamente, mi casa no sufrió daños.
El miedo sigue latente. En Santiago, donde vivo, se ven colas de autos en las estaciones de servicios y la gente abarrotó los pocos comercios que abrieron para abastecerse de alimentos y de agua. (Especial para LA GACETA)
Me levanté a ver a mis hijos y mientras me dirigía a sus habitaciones iba golpeándome contra las paredes de los pasillos. El ruido era tan intenso que parecía que la casa se iba a desarmar. Inmediatamente se cortó la luz y comenzaron a caerse los cuadros de las paredes y los libros de los estantes.
Cuando salimos a la calle había muchas personas angustiadas. La oscuridad era total. Lo único que iluminaba la noche eran las llamas de algunos incendios que se veían a lo lejos y las chispas que caían de los cables. A medida que pasaba el tiempo, el pánico crecía, porque todos querían comunicarse con sus familiares, pero los teléfonos no funcionaban.
Unas dos horas después, la situación se empezó a calmar. Las comunicaciones volvieron a restablecerse y algunas personas decidieron regresar a sus casas. Otros se quedaron a dormir en la calle por temor a un nuevo movimiento sísmico. Afortunadamente, mi casa no sufrió daños.
El miedo sigue latente. En Santiago, donde vivo, se ven colas de autos en las estaciones de servicios y la gente abarrotó los pocos comercios que abrieron para abastecerse de alimentos y de agua. (Especial para LA GACETA)
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