28 Febrero 2010
Compositor e intérprete, el polaco dedicó la mayor parte de su obra al piano.
Había que ver cuando lo atacaba la nostalgia. Especialmente en esas tardes en que el invierno le apretaba el corazón. Se prendía de mí y nos dábamos unos revolcones sembrados de amor, muerte, dolor, ausencia... A veces parecía que se le retorcían las tripas del alma. Se agitaba la angustia en la ventana. Aparecían imágenes de sus pagos lejanos, de Constanza... Pobre país. Siempre sometido... como para no sufrir el exilio. Llovía ausencia. A menudo solía pensar en Justina y Nicolás cuando arremetía con un vals. Más allá de la distancia, el recuerdo de sus padres, Luisa, Isabel y Emilia, sus hermanas, era un brasero para el alma. Se le aparecía en sus pensamientos Zelazowa Wola y acariciaba la Polonesa en Sol menor que había compuesto a los seis años. Aunque nunca le había preguntado a su mamá, seguramente ese primero de marzo de 1810 había nevado copiosamente en esa aldea en que vio la luz, a 60 kilómetros de Varsovia. El palacio de los Radziwill despabiló el asombro de todos cuando a los 8 años tocó un concierto de Jirovec. También comenzaron sus tropezones de salud, fieles compañeros de ruta. ¡Pobre! No sin ironía, Héctor Berlioz dijo una vez que toda la vida se estuvo muriendo... Bueno, tal vez algo de razón tenía, ¿no?
-Me contó un colega que a los 19 dio dos conciertos en Viena. Fue bien recibido por el público y la crítica, pero algunos observaron el poco volumen que le sacaba al instrumento. Por eso prefería tocar en salones.
-Por esa época, los ojos y la voz de la Gladowska le sacudieron las hitas del corazón. En el Larghetto en La bemol mayor del Op. 21 le confió sus trémolos enamorados. "Es como soñar despierto en una hermosa noche de primavera a la luz de la luna", escribió a su amigo Titus. Pero tanta poesía no impidió que el buen pasar de otro polaco la llevara al altar. Estrenó sus dos conciertos para piano en 1830 y partió a Viena. Semanas antes, el levantamiento de Varsovia que había sido violentamente reprimido dejando un reguero de muertos, le zarandeó el espíritu. La Marcha Fúnebre de su Sonata en Si bemol mayor se la dedicará años después a estas víctimas.
-Pero creo que esa vez no le fue tan bien en Austria.
-Sí, dio sólo dos recitales en ocho meses. La insurrección polaca contra el invasor ruso se profundizó. "¡Y yo aquí, condenado a la inacción! Me ocurre que a veces que casi no puedo respirar. Penetrado por el dolor vierto en el piano mi desesperación", confesó y sembró en el Estudio Nº 12 del Op. 10, su duende revolucionario. No pudo regresar. "Me voy de Polonia a morir rodeado de extraños", se dijo. Se instaló en París en 1831. Allí se relacionó con Franz Liszt, Kalkbrenner, Päer, Berlioz, Cherubini, Bellini, Rossini. Robert Schumann, en Alemania, le elevó al rango de genio. Al pintor Eugène Delacroix y a la cantante Delfina Potocka los unió un abrazo siempre fraterno. Como sabés, la tuberculosis era desde hacía tiempo su novia eterna. Medía 1,70 metros y pesaba algo más de 40 kilos. Se convirtió en el pianista de los salones. María Wodzinski comenzó a producirle un cosquilleo en las válvulas cardíacas, pero su familia lo rechazó por ser pobre de salud.
-A mí siempre me pareció un tipo tímido, retraído, arisco... Sin proponérselo, el generoso Liszt le arrimó la mano de Aurora Dupin...
-Tardó un poco hasta que finalmente, las corcheas abrazaron a las novelas de George Sand. Para evitar el escándalo (ella tenía dos hijos y era divorciada) partieron a Palma de Mallorca, donde el amor floreció y también su enfermedad. Pidió que lo enviaran allí a un primo mío para que él pudiera componer los Preludios Op. 28 y el Scherzo en Do sostenido menor. La pareja regresó a París, donde vivió en departamentos separados. En la finca de Nohant que ella poseía, crecieron la pasión y la desdicha. "La felicidad es efímera; la certidumbre, engañosa. Sólo vacilar es duradero. Es inútil volver sobre lo que ha sido y no es ya", me decía.
-¿Cuáles eran tus momentos más intensos con él?
-"No hay nada más odioso que la música sin un significado oculto. Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo", me decía y arremetía con la Balada en Fa menor, bañándome con lirismo, nostalgia, ternura, arrebatos de vida y de paz... La Fantasía Impromptu me envolvía con un agitato de pasión... La tos trastabillaba cada vez más entre sus preludios, nocturnos, valses y mazurcas. Tras ocho años, su relación con Sand se partió en el aire para la alegría de varias mujeres que se desvanecían por él, esperando sólo un guiño de corchea.
-¡Qué suerte tuviste de conocerlo tan de cerca! Yo soy apenas una partitura que han reeditado con motivo del segundo centenario de su nacimiento, y seguramente en poco tiempo vos alcanzarás la misma edad.
-Como ves, los hijos de Ignaz Joseph Pleyel gozamos de buena salud. Somos pianos de noble corazón, por eso nos prefería. Mirá vos lo que son las vueltas de la vida. Tanto él como yo, tenemos una extraña vinculación con un país surrealista. Por un lado, la escultora tucumana Dolores Mora ejercitaba sus sueños en un piano Pleyel y, por otro, él murió el 17 de octubre de 1849. Noventa y seis años después, miles de obreros se movilizaron para exigir la liberación de un tal coronel Perón. Es más, los dos nacieron en 1810, con la chispa revolucionaria bajo el brazo. Mientras su música ilumina el corazón de la humanidad y habita en el asteroide 378, una nación se debate aún por encontrar su destino. Ojalá una polonesa heroica, honrada y poética le alumbre el camino del futuro. Dicen que en Polonia han quedado los ecos de un sentimiento. En el Si bemol menor de una sonata, Federico Chopin ha sacado a pasear miedos y afectos largamente encarcelados. Ojos de mujer se balancean en la angustia de su desconcierto. Un scherzo desata una tempestad. Una fúnebre marcha desembarca en la dulce mirada de la muerte. Un arrebato de acordes ennegrece los presagios. En el opus 35, está temblando la vida. También la muerte.
© LA GACETA
Roberto Espinosa - Escritor y periodista de LA GACETA. Autor del diccionario La cultura en el Tucumán del siglo XX.
-Me contó un colega que a los 19 dio dos conciertos en Viena. Fue bien recibido por el público y la crítica, pero algunos observaron el poco volumen que le sacaba al instrumento. Por eso prefería tocar en salones.
-Por esa época, los ojos y la voz de la Gladowska le sacudieron las hitas del corazón. En el Larghetto en La bemol mayor del Op. 21 le confió sus trémolos enamorados. "Es como soñar despierto en una hermosa noche de primavera a la luz de la luna", escribió a su amigo Titus. Pero tanta poesía no impidió que el buen pasar de otro polaco la llevara al altar. Estrenó sus dos conciertos para piano en 1830 y partió a Viena. Semanas antes, el levantamiento de Varsovia que había sido violentamente reprimido dejando un reguero de muertos, le zarandeó el espíritu. La Marcha Fúnebre de su Sonata en Si bemol mayor se la dedicará años después a estas víctimas.
-Pero creo que esa vez no le fue tan bien en Austria.
-Sí, dio sólo dos recitales en ocho meses. La insurrección polaca contra el invasor ruso se profundizó. "¡Y yo aquí, condenado a la inacción! Me ocurre que a veces que casi no puedo respirar. Penetrado por el dolor vierto en el piano mi desesperación", confesó y sembró en el Estudio Nº 12 del Op. 10, su duende revolucionario. No pudo regresar. "Me voy de Polonia a morir rodeado de extraños", se dijo. Se instaló en París en 1831. Allí se relacionó con Franz Liszt, Kalkbrenner, Päer, Berlioz, Cherubini, Bellini, Rossini. Robert Schumann, en Alemania, le elevó al rango de genio. Al pintor Eugène Delacroix y a la cantante Delfina Potocka los unió un abrazo siempre fraterno. Como sabés, la tuberculosis era desde hacía tiempo su novia eterna. Medía 1,70 metros y pesaba algo más de 40 kilos. Se convirtió en el pianista de los salones. María Wodzinski comenzó a producirle un cosquilleo en las válvulas cardíacas, pero su familia lo rechazó por ser pobre de salud.
-A mí siempre me pareció un tipo tímido, retraído, arisco... Sin proponérselo, el generoso Liszt le arrimó la mano de Aurora Dupin...
-Tardó un poco hasta que finalmente, las corcheas abrazaron a las novelas de George Sand. Para evitar el escándalo (ella tenía dos hijos y era divorciada) partieron a Palma de Mallorca, donde el amor floreció y también su enfermedad. Pidió que lo enviaran allí a un primo mío para que él pudiera componer los Preludios Op. 28 y el Scherzo en Do sostenido menor. La pareja regresó a París, donde vivió en departamentos separados. En la finca de Nohant que ella poseía, crecieron la pasión y la desdicha. "La felicidad es efímera; la certidumbre, engañosa. Sólo vacilar es duradero. Es inútil volver sobre lo que ha sido y no es ya", me decía.
-¿Cuáles eran tus momentos más intensos con él?
-"No hay nada más odioso que la música sin un significado oculto. Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo", me decía y arremetía con la Balada en Fa menor, bañándome con lirismo, nostalgia, ternura, arrebatos de vida y de paz... La Fantasía Impromptu me envolvía con un agitato de pasión... La tos trastabillaba cada vez más entre sus preludios, nocturnos, valses y mazurcas. Tras ocho años, su relación con Sand se partió en el aire para la alegría de varias mujeres que se desvanecían por él, esperando sólo un guiño de corchea.
-¡Qué suerte tuviste de conocerlo tan de cerca! Yo soy apenas una partitura que han reeditado con motivo del segundo centenario de su nacimiento, y seguramente en poco tiempo vos alcanzarás la misma edad.
-Como ves, los hijos de Ignaz Joseph Pleyel gozamos de buena salud. Somos pianos de noble corazón, por eso nos prefería. Mirá vos lo que son las vueltas de la vida. Tanto él como yo, tenemos una extraña vinculación con un país surrealista. Por un lado, la escultora tucumana Dolores Mora ejercitaba sus sueños en un piano Pleyel y, por otro, él murió el 17 de octubre de 1849. Noventa y seis años después, miles de obreros se movilizaron para exigir la liberación de un tal coronel Perón. Es más, los dos nacieron en 1810, con la chispa revolucionaria bajo el brazo. Mientras su música ilumina el corazón de la humanidad y habita en el asteroide 378, una nación se debate aún por encontrar su destino. Ojalá una polonesa heroica, honrada y poética le alumbre el camino del futuro. Dicen que en Polonia han quedado los ecos de un sentimiento. En el Si bemol menor de una sonata, Federico Chopin ha sacado a pasear miedos y afectos largamente encarcelados. Ojos de mujer se balancean en la angustia de su desconcierto. Un scherzo desata una tempestad. Una fúnebre marcha desembarca en la dulce mirada de la muerte. Un arrebato de acordes ennegrece los presagios. En el opus 35, está temblando la vida. También la muerte.
© LA GACETA
Roberto Espinosa - Escritor y periodista de LA GACETA. Autor del diccionario La cultura en el Tucumán del siglo XX.
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