Aunque pareciese ilógico, a Wallander sólo se le ocurría una explicación. Von Enke iba armado. ¿Sería verdad?, se preguntaba mientras contemplaba el despojado jardín a través de las cristaleras de la terraza. ¿Un capitán de fragata jubilado, armado en su fiesta de cumpleaños? Wallander no daba crédito y desechó la idea. Serían figuraciones suyas. Una asociación confusa llevaba a la otra, sin duda. Primero el miedo, luego el arma. Tal vez su intuición estaba perdiendo agudeza, del mismo modo en que se descubría más olvidadizo a medida que pasaba el tiempo.
En ese momento apareció Linda en la terraza.
- Creía que te habías ido.
- Todavía no, pero no tardaré mucho.
- Estoy segura de que Håkan y Louise están contentos
de que hayas venido.
- Me ha hablado de los submarinos.
Linda enarcó las cejas con manifiesto asombro.
- ¿De verdad? Me extraña.
- ¿Por qué?
- Yo he intentado que me lo cuente un montón de veces, pero siempre cambia de tema o me dice que no quiere hablar del asunto. Casi se enoja cuando le pregunto.
Linda se marchó, pues Hans la requería dentro. Wallander se quedó allí pensando en lo que le había dicho Linda. ¿Por qué querría Håkan von Enke confiarse a él precisamente?
Después, ya de vuelta en Escania y al reflexionar sobre lo que Von Enke le había revelado, se dio cuenta de que no era sólo aquella historia lo que lo sorprendía. Por supuesto, en el relato de Von Enke había muchos detalles poco claros, vagos, difíciles de comprender para Wallander. Pero el plan, el planteamiento en sí, tal como lo llamaba Wallander, no lo entendía en absoluto. ¿Acaso lo había planeado todo Von Enke, pese a la escasa antelación con que supo que Wallander iría a la fiesta? ¿O se decidió cuando vieron al hombre bajo la ambarina luz de la farola, al otro lado de la valla? ¿Quién sería aquel hombre? A esa pregunta no sabía qué contestar.