Tras horas de nervios y tensión, Cristina Fernández de Kirchner no trepidó ayer en descabezar al presidente del Banco Central, Martín Redrado. La jefa de Estado demostró una vez más que no le temblará el pulso para imponer su voluntad política, aunque eso signifique avanzar sobre las limitaciones normativas vigentes. El decisionismo kirchnerista ganó un round en medio del receso de enero que anestesió el funcionamiento del Congreso y de los tribunales. La cesantía por decreto de un funcionario que se resistía a aceptar una disposición no votada por el Congreso contribuyó a generar incertidumbre, pese al optimismo que respiran los bancos privados amigos del Gobierno. La judicialización del problema está en marcha. El presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, había reflexionado que al país le convenía abandonar el clima de crispación que signó a 2009. Pues bien, la realidad política exhibe lo contrario. El liderazgo verticalista de Cristina no tolera disidencias, aun cuando estas se sustenten en razones jurídicas. Redrado se aferró a la letra de la carta orgánica del Banco Central que exige la intervención del Congreso para autorizar el uso de sus reservas en operaciones de pago de deuda. Redrado pasó a ser enemigo de la Casa Rosada. La oposición se vio obligada a cambiar de agenda.