Por Roberto Delgado
29 Diciembre 2009
LA GACETA
Una vieja explicación de las abuelas define cuando no es posible resolver completamente un problema: la teoría de la frazada corta. Hace varios años, el entonces jefe de la comisaría de Yerba Buena, el comisario Héctor Sueldo, la usó para explicar que las necesidades de los vecinos, acechados por los malvivientes, superaban las capacidades operativas de la fuerza. "La colcha es corta y cuando nos tapamos la cabeza nos destapamos los pies", describió, palabras más, palabras menos. Esta teoría muestra el esquema básico de la seguridad del modelo policial vigente, basado en la idea de agentes preparados para enfrentar a los delincuentes cuando aparecen, para perseguirlos cuando han actuado o para capturarlos cuando se han escapado.
Esta estrategia, que parece tener una lógica incontrastable, tiene contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace. La más importante es que esa lógica es un tanto esquizofrénica, porque el modelo supone que debe haber un número determinado de policías, en proporción con la cantidad de habitantes, para brindar tranquilidad a la población. Lo dicen siempre todos los jefes policiales. El actual, comisario general Hugo Sánchez, lo expresó al comienzo de su gestión, cuando aseveró que para una población como la tucumana, hacían falta al menos 12.000 agentes en las filas policiales. Lo cual implica un policía cada 125 personas. Ahora la proporción es uno cada 187 personas.
Si bien esta gestión duplicó prácticamente el número histórico de empleados de la fuerza de seguridad (pasó de 4.000 policías a unos 8.000), esta teoría de la frazada corta es como el suplicio de Tántalo de la mitología griega; condenado a padecer hambre y sed eternos, Tántalo nunca podía alcanzar lo que deseaba.
No se trata de un juego dialéctico: la lógica del crecimiento urbano indica la necesidad de una planificación adecuada en función de los desafíos que trae aparejado ese crecimiento. Un caso es el del barrio Lomas de Tafí, un megaemprendimiento habitacional que va camino a ser una ciudad y que va a terminar de concretar la unión que, de hecho, ya se está dando entre Tafí Viejo y San Miguel de Tucumán. Las casas comienzan a extenderse a lo largo de los 10 kilómetros que separan ambas ciudades (nótese que Tafí Viejo está más cerca de Tucumán que Horco Molle) pero sólo se ha pensado en poner escuelas y dispensarios a los nuevos emprendimientos urbanos. La seguridad, por ahora, está dada por la precaria comisaría de Los Pocitos -que ya antes de Lomas de Tafí no daba abasto para cubrir esa zona limítrofe entre la capital y Las Talitas- y por algunos agentes de la Patrulla Motorizada instalados en la entrada del megabarrio. Así, se entiende que los vecinos se quejen de que las 3.000 casas no tienen verdadera protección. Del otro lado, por el Camino del Perú, el rosario de barrios entre ambas ciudades -el Mirador de la Virgen, el San Javier, el IMA, el 2 de Septiembre y Villa Carmela- sólo está protegido por la vetusta comisaría de Cebil Redondo y por la de Tafí Viejo.
En el caso del barrio Ciudad Parque, al noroeste de la capital, dicen los vecinos, la presencia policial fue disminuyendo en los últimos años hasta casi desaparecer, mientras crecían las rejas en el vecindario.
Ahora, tras el terrible crimen de hace dos semanas, está lleno de policías, pero eso apenas calma la angustia: queda la sensación de que se trata de cubrir en un lado y hay otro lugar donde los vecinos quedaron destapados. Ahora la Policía y la Justicia están obligadas a lograr resultados, sobre todo porque la investigación parece estar cerca de capturar a los asesinos de Silvia Castillo de Roselló.
Pero también, acaso, convendría pensar qué, según se ve, la estrategia de la frazada corta, aunque haya 12.000 policías, nunca va a alcanzar para brindar el ideal de seguridad. Algo ha pasado que la sociedad ya no es como la de antes, cuando las abuelas -como cuentan en Tafí Viejo- dejaban la puerta abierta y no había temor en el vecindario.
Esta estrategia, que parece tener una lógica incontrastable, tiene contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace. La más importante es que esa lógica es un tanto esquizofrénica, porque el modelo supone que debe haber un número determinado de policías, en proporción con la cantidad de habitantes, para brindar tranquilidad a la población. Lo dicen siempre todos los jefes policiales. El actual, comisario general Hugo Sánchez, lo expresó al comienzo de su gestión, cuando aseveró que para una población como la tucumana, hacían falta al menos 12.000 agentes en las filas policiales. Lo cual implica un policía cada 125 personas. Ahora la proporción es uno cada 187 personas.
Si bien esta gestión duplicó prácticamente el número histórico de empleados de la fuerza de seguridad (pasó de 4.000 policías a unos 8.000), esta teoría de la frazada corta es como el suplicio de Tántalo de la mitología griega; condenado a padecer hambre y sed eternos, Tántalo nunca podía alcanzar lo que deseaba.
No se trata de un juego dialéctico: la lógica del crecimiento urbano indica la necesidad de una planificación adecuada en función de los desafíos que trae aparejado ese crecimiento. Un caso es el del barrio Lomas de Tafí, un megaemprendimiento habitacional que va camino a ser una ciudad y que va a terminar de concretar la unión que, de hecho, ya se está dando entre Tafí Viejo y San Miguel de Tucumán. Las casas comienzan a extenderse a lo largo de los 10 kilómetros que separan ambas ciudades (nótese que Tafí Viejo está más cerca de Tucumán que Horco Molle) pero sólo se ha pensado en poner escuelas y dispensarios a los nuevos emprendimientos urbanos. La seguridad, por ahora, está dada por la precaria comisaría de Los Pocitos -que ya antes de Lomas de Tafí no daba abasto para cubrir esa zona limítrofe entre la capital y Las Talitas- y por algunos agentes de la Patrulla Motorizada instalados en la entrada del megabarrio. Así, se entiende que los vecinos se quejen de que las 3.000 casas no tienen verdadera protección. Del otro lado, por el Camino del Perú, el rosario de barrios entre ambas ciudades -el Mirador de la Virgen, el San Javier, el IMA, el 2 de Septiembre y Villa Carmela- sólo está protegido por la vetusta comisaría de Cebil Redondo y por la de Tafí Viejo.
En el caso del barrio Ciudad Parque, al noroeste de la capital, dicen los vecinos, la presencia policial fue disminuyendo en los últimos años hasta casi desaparecer, mientras crecían las rejas en el vecindario.
Ahora, tras el terrible crimen de hace dos semanas, está lleno de policías, pero eso apenas calma la angustia: queda la sensación de que se trata de cubrir en un lado y hay otro lugar donde los vecinos quedaron destapados. Ahora la Policía y la Justicia están obligadas a lograr resultados, sobre todo porque la investigación parece estar cerca de capturar a los asesinos de Silvia Castillo de Roselló.
Pero también, acaso, convendría pensar qué, según se ve, la estrategia de la frazada corta, aunque haya 12.000 policías, nunca va a alcanzar para brindar el ideal de seguridad. Algo ha pasado que la sociedad ya no es como la de antes, cuando las abuelas -como cuentan en Tafí Viejo- dejaban la puerta abierta y no había temor en el vecindario.