09 Diciembre 2009 Seguir en 
El baqueano legendario
Un recuerdo del famoso Alejandro "Alico" Ferreyra. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.
DINERO DE 1841. Un billete del Banco Hipotecario de la Liga del Norte, que circulaba en tiempos del baqueano Alico.
En una bella página de "El arpa remendada" (1944), el escritor Pablo Rojas Paz (1896-1956) recordaba historias de tiempos de la guerra civil de Tucumán, que solía narrarle su abuela materna. Entre ellas, estaba la del famoso baqueano Alejandro Ferreyra, conocido por todos con el apodo de "Alico".
En la memoria de la señora, "Alico" "parecía más un espectro que una figura delineada", porque "desgraciadamente, el baqueano norteño no ha tenido la suerte de que un Hernández lo lleve a la inmortalidad de la mano, como a Martín Fierro".
Era "Alico" "el hombre que atravesaba de una punta a otra de la República en el terrible año de 1840, para poner en contacto a Lavalle, a Solá, a La Madrid".
Le dijo la anciana que el baqueano tenía "el fiel del rumbo", recuerda Rojas Paz. La frase sonó enigmática al escritor, hasta que leyó el "Martín Fierro". Supo entonces que significaba "tener la sabiduría de la ruta, saber encontrar la orientación en un sitio donde no haya ningún indicio, donde la propia vastedad es ya una prisión.
Era ser más que el cóndor y la iguana, que el zorro y la serpiente: tener una sabiduría que no se puede enseñar ni explicar". Contaba que la señora que una noche llegó un jinete a la puerta de su casa. Traía a su hermano herido en las ancas. "Lo bajó, preguntó dónde había una cama, lo llevó hasta ahí. Lo acostó y descolgando de la pared una cruz de quebracho se la puso en el pecho". Luego se despidió: "Señora, yo me voy, me vienen siguiendo". Rato después, el hermano falleció.
Ella supo que el hombre que lo había traído era el legendario baqueano cuando, a la mañana, "una partida llegó a su casa y preguntaron si no había estado 'Alico'. Pero cuando vieron que había un cadáver, se quitaron respetuosamente el sombrero y se retiraron".
En la memoria de la señora, "Alico" "parecía más un espectro que una figura delineada", porque "desgraciadamente, el baqueano norteño no ha tenido la suerte de que un Hernández lo lleve a la inmortalidad de la mano, como a Martín Fierro".
Era "Alico" "el hombre que atravesaba de una punta a otra de la República en el terrible año de 1840, para poner en contacto a Lavalle, a Solá, a La Madrid".
Le dijo la anciana que el baqueano tenía "el fiel del rumbo", recuerda Rojas Paz. La frase sonó enigmática al escritor, hasta que leyó el "Martín Fierro". Supo entonces que significaba "tener la sabiduría de la ruta, saber encontrar la orientación en un sitio donde no haya ningún indicio, donde la propia vastedad es ya una prisión.
Era ser más que el cóndor y la iguana, que el zorro y la serpiente: tener una sabiduría que no se puede enseñar ni explicar". Contaba que la señora que una noche llegó un jinete a la puerta de su casa. Traía a su hermano herido en las ancas. "Lo bajó, preguntó dónde había una cama, lo llevó hasta ahí. Lo acostó y descolgando de la pared una cruz de quebracho se la puso en el pecho". Luego se despidió: "Señora, yo me voy, me vienen siguiendo". Rato después, el hermano falleció.
Ella supo que el hombre que lo había traído era el legendario baqueano cuando, a la mañana, "una partida llegó a su casa y preguntaron si no había estado 'Alico'. Pero cuando vieron que había un cadáver, se quitaron respetuosamente el sombrero y se retiraron".
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