06 Diciembre 2009
El autor, desde el comienzo mismo de la obra, sitúa un escenario conceptual donde se realizará una contienda decisiva para el progreso de sus reflexiones. Así, el ego debe ser destruido -o al menos roto- para salvaguardar el alma, que necesita permanecer intacta. Esta modalidad bélica filosófica se sustenta en su importante experiencia mediática, en la radio, en y la fuerza de la sugestión constatada en amplias repercusiones de su público.
La necesidad de interpretar los descubrimientos obtenidos por el combustible espiritual como triunfos sobre oscuridades, nebulosas y demás tinieblas del alma, hace que Paluch evite referencias a la vida inconsciente, entendidas como subtexto no disponible para la conciencia. Puede sí citar a Jung en aquello que los pensamientos que no llegan a la conciencia se convierten en destinos, sólo para poder recomendar el logro de conciencias despiertas sobre conciencias tranquilas, infringiendo así supuestas nuevas derrotas al ego. La culpa se destrabará y la espiritualidad ingresará por las anchas puertas de la voluntad felizmente realizada.
Al mismo tiempo el ego quedará totalmente desvinculado de su mamá, la autoestima.
Búsquedas y encuentros
El concepto de espíritu parece expresarse al modo de un complejo distribuidor, similar al reparto del tránsito, donde las conexiones con la experiencia religiosa tardía, y la mística de allí surgida, se involucran con los itinerarios de la inspiración y sus condiciones previas.
Los comentarios sobre la importancia de la sincronía, entendida como reunión entre la promesa y su realización, marcan otro destino de paz interior. Técnicas respiratorias y descripción de lo acontecido en terapias personales se suman para establecer avances sobre la ansiedad y el certero control de ir en la dirección adecuada, tal como la relación preexistente entre el combustible, el vehículo y su conductor. El carácter enfático con que el autor describe experiencias propias, se convierte en solicitudes de credibilidad susceptibles de ser desplazadas a todos los contenidos del texto.
En una sociedad crítica, donde es más lo que el lector quiere creer que lo que realmente cree, el texto tendrá la perdurabilidad que la realidad permita, según avale o desestime proyectos o ilusiones. La metáfora de un combustible espiritual apunta a que nada nos falta, salvo la conciencia y su transmisión.
Verse iluminado por certezas liberadoras súbitas resulta, cuánto menos, seductor. Paluch lo sabe y lo promete. El combustible, así, puede durar toda la vida, por qué no. También, es cierto, puede consumirse en rendimientos limitados o incendios imprevistos. Los lectores ya lo saben: los caminos de búsquedas son siempre de búsquedas. Y los de encuentro, siempre de encuentros.
© LA GACETA
La necesidad de interpretar los descubrimientos obtenidos por el combustible espiritual como triunfos sobre oscuridades, nebulosas y demás tinieblas del alma, hace que Paluch evite referencias a la vida inconsciente, entendidas como subtexto no disponible para la conciencia. Puede sí citar a Jung en aquello que los pensamientos que no llegan a la conciencia se convierten en destinos, sólo para poder recomendar el logro de conciencias despiertas sobre conciencias tranquilas, infringiendo así supuestas nuevas derrotas al ego. La culpa se destrabará y la espiritualidad ingresará por las anchas puertas de la voluntad felizmente realizada.
Al mismo tiempo el ego quedará totalmente desvinculado de su mamá, la autoestima.
Búsquedas y encuentros
El concepto de espíritu parece expresarse al modo de un complejo distribuidor, similar al reparto del tránsito, donde las conexiones con la experiencia religiosa tardía, y la mística de allí surgida, se involucran con los itinerarios de la inspiración y sus condiciones previas.
Los comentarios sobre la importancia de la sincronía, entendida como reunión entre la promesa y su realización, marcan otro destino de paz interior. Técnicas respiratorias y descripción de lo acontecido en terapias personales se suman para establecer avances sobre la ansiedad y el certero control de ir en la dirección adecuada, tal como la relación preexistente entre el combustible, el vehículo y su conductor. El carácter enfático con que el autor describe experiencias propias, se convierte en solicitudes de credibilidad susceptibles de ser desplazadas a todos los contenidos del texto.
En una sociedad crítica, donde es más lo que el lector quiere creer que lo que realmente cree, el texto tendrá la perdurabilidad que la realidad permita, según avale o desestime proyectos o ilusiones. La metáfora de un combustible espiritual apunta a que nada nos falta, salvo la conciencia y su transmisión.
Verse iluminado por certezas liberadoras súbitas resulta, cuánto menos, seductor. Paluch lo sabe y lo promete. El combustible, así, puede durar toda la vida, por qué no. También, es cierto, puede consumirse en rendimientos limitados o incendios imprevistos. Los lectores ya lo saben: los caminos de búsquedas son siempre de búsquedas. Y los de encuentro, siempre de encuentros.
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