06 Noviembre 2009
La muerte de Félix Luna me ha traído una enorme pena. Creo que igual le ocurre a muchas personas de Tucumán, donde tenía una legión de admiradores y de amigos. No necesito decir que fue un gran historiador. Me interesa recalcar que fue un grande y fiel amigo, lo que es sin duda mucho más importante.
Quisiera aprovechar este espacio para agradecer siquiera algo de lo mucho que le debo. Me hizo escribir "El derrumbe de la Confederación", primer libro que firmé, en 1977. "Deje los articulitos y dedíquese a escribir cosas con lomo", dijo para disipar mis escrúpulos. Gracias a Félix Luna, pudimos publicar con Celia Terán "Lola Mora. Una biografía", en una editorial afamada, en 1997. Arregló todo con una llamada de teléfono al gerente: "ahí van dos historiadores amigos y trátelos como me trata a mí".
Y hay mucho más en mi largo inventario de deudas. Me animó a publicar los primeros trabajos extensos, en "Todo es Historia": a dos de ellos los puso en la tapa. Recomendó cálidamente mi nombre para participar en obras colectivas, para prólogos, para conferencias, para mesas redondas, para cursos. Y a cualquier favor que le pidiera, me lo brindó con gusto y con puntualidad. Estuvimos juntos en innumerables Congresos de historia. Sería imposible olvidar lo que nos divertimos -siempre tratándonos de usted- cuando terminaban las sesiones: horas de gratísima conversación, con sus jocosas interpretaciones en la guitarra, su mirada divertida y tierna hacia el mundo y sus cosas, su infinita capacidad para comprender. En suma, mucho lo quise y mucho lo admiré.
En cuanto al historiador, con Luna se ha alejado una figura que no creo pueda repetirse. Es difícil que aparezca alguien con esa disposición incansable para el trabajo historiográfico, con ese entusiasmo para dar nuevas vueltas de tuerca al pasado sin resentimientos, con esa velocidad para proyectar tareas y para ponerlas en práctica: con esa aptitud para hacer y para contagiar. Nada será igual sin Félix Luna.
Quisiera aprovechar este espacio para agradecer siquiera algo de lo mucho que le debo. Me hizo escribir "El derrumbe de la Confederación", primer libro que firmé, en 1977. "Deje los articulitos y dedíquese a escribir cosas con lomo", dijo para disipar mis escrúpulos. Gracias a Félix Luna, pudimos publicar con Celia Terán "Lola Mora. Una biografía", en una editorial afamada, en 1997. Arregló todo con una llamada de teléfono al gerente: "ahí van dos historiadores amigos y trátelos como me trata a mí".
Y hay mucho más en mi largo inventario de deudas. Me animó a publicar los primeros trabajos extensos, en "Todo es Historia": a dos de ellos los puso en la tapa. Recomendó cálidamente mi nombre para participar en obras colectivas, para prólogos, para conferencias, para mesas redondas, para cursos. Y a cualquier favor que le pidiera, me lo brindó con gusto y con puntualidad. Estuvimos juntos en innumerables Congresos de historia. Sería imposible olvidar lo que nos divertimos -siempre tratándonos de usted- cuando terminaban las sesiones: horas de gratísima conversación, con sus jocosas interpretaciones en la guitarra, su mirada divertida y tierna hacia el mundo y sus cosas, su infinita capacidad para comprender. En suma, mucho lo quise y mucho lo admiré.
En cuanto al historiador, con Luna se ha alejado una figura que no creo pueda repetirse. Es difícil que aparezca alguien con esa disposición incansable para el trabajo historiográfico, con ese entusiasmo para dar nuevas vueltas de tuerca al pasado sin resentimientos, con esa velocidad para proyectar tareas y para ponerlas en práctica: con esa aptitud para hacer y para contagiar. Nada será igual sin Félix Luna.
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