30 Octubre 2009
DIAS DE AGOBIO. A la alta temperatura se suma el mal olor del basural. LA GACETA / JORGE OLMOS SGROSSO
Desaparecieron las llamas y volvió la tranquilidad. Pero la inmensa columna de humo que sobresale desde la planta de residuos de Pacará Pintado no es señal de calma para los vecinos de la zona. El incendio que se desató el martes y que permanecerá amenazante durante una semana ha modificado los hábitos de quienes viven en el barrio Ampliación Los Vallistos.
En las precarias viviendas, distribuidas en cinco manzanas y separadas por angostos pasillos de tierra, ya no se ven las mujeres con sus hijos trajinando en los patios. La mayoría permanece puertas adentro, aunque el calor sea insoportable bajo los techos de chapa y de plástico.
El motivo no es otro que las moscas. Normalmente rodean las montañas de basura de Pacará Pintado, pero se alejaron de la planta de residuos, ahuyentadas por el humo. Pero parecen empeñadas en quedarse cerca de los desechos. "Además, el olor a podrido es más fuerte que lo habitual. Lo llevás todo el tiempo en la nariz. Es insoportable", dice Carmela Díaz.
En la zona viven unas 100 familias, integradas en su mayoría por siete o más personas. "No podemos dormir con las ventanas abiertas, aunque haga muchísimo calor. Pero entre las moscas, el humo y los olores, es preferible pasar calor", relata Rolando Gómez, padre de seis pequeños.
A los vecinos también les preocupa la salud de los chicos. Temen que tanto humo les afecte los pulmones. "Nadie se acercó para ver si estamos bien; nosotros somos los más perjudicados por esta situación", se quejó Díaz.
Por momentos, el viento instala el humo maloliente sobre las calles de ripio y es imposible ver más allá de un metro. Cuando se oye el ruido de un camión de basura que se aproxima, los niños gritan y se suben a las veredas. Los carros de tracción a sangre se abren paso entre la niebla, acompañados por perros escuálidos, que circulan a la par de sus ocasionales amos.
La mayoría de la gente del barrio vive del trabajo en el basural. Padres e hijos pasan la noche buscando algo útil entre la basura que llega en los camiones. En ese horario es cuando más movimiento se registra en Pacará Pintado.
Escarban entre los desechos en busca de papel, plásticos, cartones, cobre o aluminio. Muchas familias se instalaron allí cuando se habilitó el basural. Las precarias viviendas constituyen una especie de campamento, y pese a que no cuentan con comodidades, vivir cerca de la planta es una estrategia de trabajo y ahorro.
"No sé cuánto durará este humo. Uno se agita más y hasta siente dolor en los pulmones. Es tremendo", expresó, angustiada, Marcela Lizondo, mientras sus hijos jugaban a la escondida. Para ellos, perderse en la humareda se ha convertido en un juego divertido, aunque pululen las moscas.
En las precarias viviendas, distribuidas en cinco manzanas y separadas por angostos pasillos de tierra, ya no se ven las mujeres con sus hijos trajinando en los patios. La mayoría permanece puertas adentro, aunque el calor sea insoportable bajo los techos de chapa y de plástico.
El motivo no es otro que las moscas. Normalmente rodean las montañas de basura de Pacará Pintado, pero se alejaron de la planta de residuos, ahuyentadas por el humo. Pero parecen empeñadas en quedarse cerca de los desechos. "Además, el olor a podrido es más fuerte que lo habitual. Lo llevás todo el tiempo en la nariz. Es insoportable", dice Carmela Díaz.
En la zona viven unas 100 familias, integradas en su mayoría por siete o más personas. "No podemos dormir con las ventanas abiertas, aunque haga muchísimo calor. Pero entre las moscas, el humo y los olores, es preferible pasar calor", relata Rolando Gómez, padre de seis pequeños.
A los vecinos también les preocupa la salud de los chicos. Temen que tanto humo les afecte los pulmones. "Nadie se acercó para ver si estamos bien; nosotros somos los más perjudicados por esta situación", se quejó Díaz.
Por momentos, el viento instala el humo maloliente sobre las calles de ripio y es imposible ver más allá de un metro. Cuando se oye el ruido de un camión de basura que se aproxima, los niños gritan y se suben a las veredas. Los carros de tracción a sangre se abren paso entre la niebla, acompañados por perros escuálidos, que circulan a la par de sus ocasionales amos.
La mayoría de la gente del barrio vive del trabajo en el basural. Padres e hijos pasan la noche buscando algo útil entre la basura que llega en los camiones. En ese horario es cuando más movimiento se registra en Pacará Pintado.
Escarban entre los desechos en busca de papel, plásticos, cartones, cobre o aluminio. Muchas familias se instalaron allí cuando se habilitó el basural. Las precarias viviendas constituyen una especie de campamento, y pese a que no cuentan con comodidades, vivir cerca de la planta es una estrategia de trabajo y ahorro.
"No sé cuánto durará este humo. Uno se agita más y hasta siente dolor en los pulmones. Es tremendo", expresó, angustiada, Marcela Lizondo, mientras sus hijos jugaban a la escondida. Para ellos, perderse en la humareda se ha convertido en un juego divertido, aunque pululen las moscas.