29 Octubre 2009
TRABAJO EN RIESGO. Las personas que viven de lo que sacan de los residuos vieron reducidas sus posibilidades. LA GACETA / HECTOR PERALTA
Fue una noche de pesadillas. Nadie pudo dormir en el barrio Ampliación Los Vallistos. Papeles y bolsas que volaban encendidos los mantuvieron en vilo a todos los vecinos. Algunas madres, asustadas, se aferraron a un rosario y no pararon de rezar. Sólo cuando desaparecieron las llamas en la planta de residuos Pacará Pintado empezaron a respirar aliviados. No les duró mucho, pues la masa de humo se adueñó del ambiente y generó malestar.
"Fue un peligro muy grande. Objetos de todo tipo volaban envueltos en fuego y era un peligro para nuestras casas prefabricadas", expresó Miguel Alberto González, padre de cinco pequeños.
Más de 100 familias habitan en unas cinco manzanas ubicadas a pocos metros del basural, en San Andrés. Preocupados ante la posibilidad de que el fuego pudiera tomar alguna vivienda, los padres decidieron quedarse en las calles, con sus hijos dormidos en brazos.
En las humildes casas -con piso de barro, techos de plástico y paredes de ladrillos cortados al medio- era imposible permanecer por muchos minutos. El humo ingresaba y se impregnaba en todo. Sólo a baldazos de agua fría lograron despegarse de esa masa gris maloliente y asfixiante.
Mientras jugaban descalzos en medio del tierral que levantan los camiones recolectores de basura, los niños no podían parar de toser. "Este humo es tremendo para nuestros chicos; muchos tienen asma y a veces les cuesta respirar", señaló Néstor Garnica, padre de siete hijos. Muchos de los habitantes del barrio viven de los residuos de siete municipios que depositan en Pacará Pintado.
Diariamente tienen que hundirse en las montañas de basura para hallar pequeños tesoros entre los desperdicios que otros tiran. "Siempre encuentro un poco de crema en un pote, algunas chucherías para los chicos y comida", cuenta María Riarte, mamá de cinco niños. Ella y su esposo se dedican al cirujeo para hallar principalmente plásticos.
Ayer, Néstor Barrios no pudo sumergirse en el mar de desechos porque el incendio no permitió la entrada de cirujas. En su bolsón plástico recogió lo que alcanzó a encontrar en los camiones, minutos antes de que ingresaran a la planta para volcar los residuos.
Todos renegaban por la angustia que les generó el incendio desatado en Pacará Pintado; una angustia que se divide en el miedo a perder sus casas por el fuego y a quedarse sin esa montaña de desechos, que es la fuente de supervivencia de muchas familias.
"Fue un peligro muy grande. Objetos de todo tipo volaban envueltos en fuego y era un peligro para nuestras casas prefabricadas", expresó Miguel Alberto González, padre de cinco pequeños.
Más de 100 familias habitan en unas cinco manzanas ubicadas a pocos metros del basural, en San Andrés. Preocupados ante la posibilidad de que el fuego pudiera tomar alguna vivienda, los padres decidieron quedarse en las calles, con sus hijos dormidos en brazos.
En las humildes casas -con piso de barro, techos de plástico y paredes de ladrillos cortados al medio- era imposible permanecer por muchos minutos. El humo ingresaba y se impregnaba en todo. Sólo a baldazos de agua fría lograron despegarse de esa masa gris maloliente y asfixiante.
Mientras jugaban descalzos en medio del tierral que levantan los camiones recolectores de basura, los niños no podían parar de toser. "Este humo es tremendo para nuestros chicos; muchos tienen asma y a veces les cuesta respirar", señaló Néstor Garnica, padre de siete hijos. Muchos de los habitantes del barrio viven de los residuos de siete municipios que depositan en Pacará Pintado.
Diariamente tienen que hundirse en las montañas de basura para hallar pequeños tesoros entre los desperdicios que otros tiran. "Siempre encuentro un poco de crema en un pote, algunas chucherías para los chicos y comida", cuenta María Riarte, mamá de cinco niños. Ella y su esposo se dedican al cirujeo para hallar principalmente plásticos.
Ayer, Néstor Barrios no pudo sumergirse en el mar de desechos porque el incendio no permitió la entrada de cirujas. En su bolsón plástico recogió lo que alcanzó a encontrar en los camiones, minutos antes de que ingresaran a la planta para volcar los residuos.
Todos renegaban por la angustia que les generó el incendio desatado en Pacará Pintado; una angustia que se divide en el miedo a perder sus casas por el fuego y a quedarse sin esa montaña de desechos, que es la fuente de supervivencia de muchas familias.
NOTICIAS RELACIONADAS