05 Octubre 2009
ULTIMO ENCUENTRO. Una fría y lluviosa noche de marzo de 2008 en el club Central Córdoba la "Negra" cantó ante sus comprovincianos, que colmaron el estadio. LA GACETA / FOTOS DE HECTOR PERALTA Y ARCHIVO
Fue el grito de la tierra defendiendo a la dignidad. Denunciando la injusticia. La dulzura meciendo el sueño de un negrito. El dolor de los humildes. El desamparo de la mujer sola. Un puño en alto. Una plegaria a Dios. Un pájaro libre. Un arroyo fluyendo entre las piedras del Aconquija. Una zafra de pobreza. Una mano tendida. Un cañaveral dulce. Amargo. El penoso exilio. Ese sábado 6 de noviembre de 1982, la cancha de San Martín se pobló de lágrimas de emoción, de alegría, de nostalgia. El abrazo envolvió en su poncho a la "Negra" con sus comprovincianos, tras siete años de no poder mirarse a los ojos.
La silenciosa ternura de doña Ema, la bondad de su hermano Cacho, sus sobrinos, la casa del pasaje Brandsen, en el pulmón de barrio Jardín, la ataban a Tucumán, de donde partió en su juventud rumbo a Mendoza, para luego comenzar a caminar el país y el mundo.
Tucumán fue un jardín en la república de su canto. Lo llevó por los cinco continentes. Con un dejo de tristeza, solía decir que en su tierra no la querían. "No sé qué espera la gente de mí. El hecho de que yo haya sido afiliada al Partido Comunista no significa que tenga que regalar lo que gano con mucho trabajo... Cuando entro a una librería a comprar una obra de García Márquez, no estoy pensando si ese señor tiene o no un castillo en Francia, sino que compro su literatura porque es buena", decía.
Sensible. Vehemente. Generosa. Solidaria. La peor enemiga de Mercedes fue doña soledad. Aviones. Viajes. Miedos. Si fuese por ella, hubiese seguido siendo la Marta, esa mujer sencilla que vive en ese hogar acorralado por la pobreza, con aroma a empanadas y a pan casero. "Soy una mujer que canta a pesar mío", confesaba. "Yo veo que a veces sufre mucho. ¿Qué son los aplausos? Duran lo que duran. Si ella no anduviera cantando, no sufriría lo que sufre. ¿Qué importa que cante tan lindo y que la gente la aplauda? ¿Qué madre puede querer que su hijo sufra?", decía mamá Ema.
"Todos los artistas tienen que ser obsesivos con el trabajo, con el estudio. Nadie llega a artista si no es un obsesivo, si no estudia, estudia y estudia", repetía.
Tal vez hoy, al quemarse en el cielo la luz del día, en una zamba para no morir, Mercedes Sosa andará con el cuero asombrado, ronca al gritar que volverá, repartida en el aire al gritar, siempre.
La silenciosa ternura de doña Ema, la bondad de su hermano Cacho, sus sobrinos, la casa del pasaje Brandsen, en el pulmón de barrio Jardín, la ataban a Tucumán, de donde partió en su juventud rumbo a Mendoza, para luego comenzar a caminar el país y el mundo.
Tucumán fue un jardín en la república de su canto. Lo llevó por los cinco continentes. Con un dejo de tristeza, solía decir que en su tierra no la querían. "No sé qué espera la gente de mí. El hecho de que yo haya sido afiliada al Partido Comunista no significa que tenga que regalar lo que gano con mucho trabajo... Cuando entro a una librería a comprar una obra de García Márquez, no estoy pensando si ese señor tiene o no un castillo en Francia, sino que compro su literatura porque es buena", decía.
Sensible. Vehemente. Generosa. Solidaria. La peor enemiga de Mercedes fue doña soledad. Aviones. Viajes. Miedos. Si fuese por ella, hubiese seguido siendo la Marta, esa mujer sencilla que vive en ese hogar acorralado por la pobreza, con aroma a empanadas y a pan casero. "Soy una mujer que canta a pesar mío", confesaba. "Yo veo que a veces sufre mucho. ¿Qué son los aplausos? Duran lo que duran. Si ella no anduviera cantando, no sufriría lo que sufre. ¿Qué importa que cante tan lindo y que la gente la aplauda? ¿Qué madre puede querer que su hijo sufra?", decía mamá Ema.
"Todos los artistas tienen que ser obsesivos con el trabajo, con el estudio. Nadie llega a artista si no es un obsesivo, si no estudia, estudia y estudia", repetía.
Tal vez hoy, al quemarse en el cielo la luz del día, en una zamba para no morir, Mercedes Sosa andará con el cuero asombrado, ronca al gritar que volverá, repartida en el aire al gritar, siempre.
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