05 Octubre 2009
Esta historia tiene que ver con tres amigos argentinos que vivían en Washington: Cecilio Morales, vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID); Norberto Ambrós, músico; y yo, profesor entonces en Georgetown University. Un día (¿1968, 1969?: nunca he llevado un diario personal) Cecilio nos convocó y dijo: "Hay que traer a Mercedes Sosa". Su fama estaba creciendo pero, que yo sepa, nunca había salido del país.
Nos pusimos a trabajar, y un día llegó la cantante con un joven guitarrista. Nos apoyó la Embajada Argentina, a cuyo frente estaba un diplomático excepcional, Rafael Vázquez. Un primer concierto se realizó en el auditorio del BID (que hoy lleva el nombre de Cecilio, fallecido hace años); otro, en un anfiteatro de la prestigiosa universidad. En la colonia latinoamericana de Washington, las actuaciones de Mercedes tuvieron un éxito enorme. Pero no sólo entre los miembros de ese público, pues todos quedaban maravillados ante la belleza de la voz y sus impecables interpretaciones.
En la Universidad había entonces muy pocos latinoamericanos, pero el salón estaba colmado y todos aplaudieron a rabiar. Al final del concierto, un estudiante que no hablaba palabra de español quiso saludarla y, sin saber qué decir, le besó las manos. Bello gesto de reconocimiento, pensé, para una mujer excepcional.
Nos pusimos a trabajar, y un día llegó la cantante con un joven guitarrista. Nos apoyó la Embajada Argentina, a cuyo frente estaba un diplomático excepcional, Rafael Vázquez. Un primer concierto se realizó en el auditorio del BID (que hoy lleva el nombre de Cecilio, fallecido hace años); otro, en un anfiteatro de la prestigiosa universidad. En la colonia latinoamericana de Washington, las actuaciones de Mercedes tuvieron un éxito enorme. Pero no sólo entre los miembros de ese público, pues todos quedaban maravillados ante la belleza de la voz y sus impecables interpretaciones.
En la Universidad había entonces muy pocos latinoamericanos, pero el salón estaba colmado y todos aplaudieron a rabiar. Al final del concierto, un estudiante que no hablaba palabra de español quiso saludarla y, sin saber qué decir, le besó las manos. Bello gesto de reconocimiento, pensé, para una mujer excepcional.
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