27 Septiembre 2009
El siglo XX pobló el ánimo colectivo con varias fantasías. El comunismo y el psicoanálisis son las dos más difundidas. Atrás en el rating le siguen el estructuralismo y el existencialismo, asediadas siempre por el ocultismo populachero. No siempre fueron fantasías excluyentes, al contrario. Por ejemplo, Sartre (a quien en este mismo suplemento alguien tuvo el desatino de calificar como el filósofo más importante del siglo XX) se encargó de urdir ingeniosas maniobras de puenteo entre ellas. Claro que a este "mayor filósofo del siglo" le costaba poco unir lonas diferentes con la misma aguja colchonera (por ejemplo, él, defensor inteligente de la libertad individual, no dudó en justificar el estalinismo marxista)
Leer hoy a Freud y a Marx, sin embargo, puede ser bastante más atractivo que leer a sus feligreses, quienes suelen montar extrañas jerigonzas donde navegan sólo los convencidos. Aunque ambos disfrazaron sus fantasías de "científicas", no cayeron, pese a su origen, en la bien llamada "niebla germánica". Al contrario, ambos son claros, seductores, por momentos muy penetrantes. ¿Cómo olvidar la descripción explicativa que hace Freud de la obra Santa Ana, la Virgen y el Niño, de Leonardo, vinculando el cuadro con los traumas de la vida de su autor? ¿Cómo no recordar que, aunque ingeniosa, dicha explicación es lamentable porque en rigor deja ausente el valor central de la obra y sólo habla de la periferia biográfica de Leonardo? ¿Cuántos hombres vivieron penurias del alma semejantes a él y ninguno pintó algo semejante a Santa Ana, la Virgen y el Niño? Esto es: cuando se ocupó del arte, no supo acercarse a él. ¿Y no le ocurrió igual con el amor, que era su tema central? No recuerdo haber leído una línea suya donde se examinara en serio algunas de las interminables variantes del erotismo (la caricia, la mirada, o las formas de seducción por ejemplo). En cambio, montó una pesada maquinaria de yoes y ellos, traumas, castraciones, sublimaciones, parricidios, edipos o electras, una ferretería mecánica y determinista donde, para colmo, las predicciones son inciertas. (A mi juicio, la antigua metáfora de Platón sobre el alma como auriga que debe manejar dos caballos, uno bestial, el otro angélico, prefigura el núcleo del psicoanálisis con mayor gracia y sin el fundamentalismo de éste).
Rechazo a la libertad
En la raíz de esta ferretería mecanicista trasladada a lo mental, está su rechazo de la libertad humana. En su Introducción al Psicoanálisis, Freud sostuvo que "la ilusión de algo como la libertad psíquica es anticientífico y debe rendirse a la demanda del determinismo cuyo gobierno se extiende sobre la vida mental". Bastante pariente de otro promotor de fuerzas oscuras, Carlos Marx, cuando defendía la vigencia de leyes inexorables de la historia, que tampoco sirvieron para hacer predicciones eficaces: ni una sola de las anticipaciones del marxismo se cumplió, y acabó derrumbándose solo.
Pero es preciso ser justos con Freud: su ideología no fue usada para perseguir y asesinar a millones de personas en campos de concentración, como hizo el comunismo marxista. Tampoco su mecanicismo llegó tan lejos como el Conductismo, que se apropió de la interpretación materialista y sencillamente negó la existencia de los hechos psíquicos (Wittgenstein, Watson, Skinner, por ejemplo).
En contraposición, la ciencia en serio (a diferencia de los ocultismos culteranos aquí referidos), está cumpliendo acercamientos asombrosos a la realidad del hombre: basta mencionar la actual teoría del ADN o la robótica, ambas en expansión incesante, tratando de unir lo mental con lo orgánico y lo físico. Y relevando, sin embargo, la condición crecientemente enigmática de sus asuntos.
© LA GACETA
Jorge Estrella - Escritor, doctor en Filosofía,
ex profesor de Filosofía de la Ciencia de
la Universidad de Chile.
Leer hoy a Freud y a Marx, sin embargo, puede ser bastante más atractivo que leer a sus feligreses, quienes suelen montar extrañas jerigonzas donde navegan sólo los convencidos. Aunque ambos disfrazaron sus fantasías de "científicas", no cayeron, pese a su origen, en la bien llamada "niebla germánica". Al contrario, ambos son claros, seductores, por momentos muy penetrantes. ¿Cómo olvidar la descripción explicativa que hace Freud de la obra Santa Ana, la Virgen y el Niño, de Leonardo, vinculando el cuadro con los traumas de la vida de su autor? ¿Cómo no recordar que, aunque ingeniosa, dicha explicación es lamentable porque en rigor deja ausente el valor central de la obra y sólo habla de la periferia biográfica de Leonardo? ¿Cuántos hombres vivieron penurias del alma semejantes a él y ninguno pintó algo semejante a Santa Ana, la Virgen y el Niño? Esto es: cuando se ocupó del arte, no supo acercarse a él. ¿Y no le ocurrió igual con el amor, que era su tema central? No recuerdo haber leído una línea suya donde se examinara en serio algunas de las interminables variantes del erotismo (la caricia, la mirada, o las formas de seducción por ejemplo). En cambio, montó una pesada maquinaria de yoes y ellos, traumas, castraciones, sublimaciones, parricidios, edipos o electras, una ferretería mecánica y determinista donde, para colmo, las predicciones son inciertas. (A mi juicio, la antigua metáfora de Platón sobre el alma como auriga que debe manejar dos caballos, uno bestial, el otro angélico, prefigura el núcleo del psicoanálisis con mayor gracia y sin el fundamentalismo de éste).
Rechazo a la libertad
En la raíz de esta ferretería mecanicista trasladada a lo mental, está su rechazo de la libertad humana. En su Introducción al Psicoanálisis, Freud sostuvo que "la ilusión de algo como la libertad psíquica es anticientífico y debe rendirse a la demanda del determinismo cuyo gobierno se extiende sobre la vida mental". Bastante pariente de otro promotor de fuerzas oscuras, Carlos Marx, cuando defendía la vigencia de leyes inexorables de la historia, que tampoco sirvieron para hacer predicciones eficaces: ni una sola de las anticipaciones del marxismo se cumplió, y acabó derrumbándose solo.
Pero es preciso ser justos con Freud: su ideología no fue usada para perseguir y asesinar a millones de personas en campos de concentración, como hizo el comunismo marxista. Tampoco su mecanicismo llegó tan lejos como el Conductismo, que se apropió de la interpretación materialista y sencillamente negó la existencia de los hechos psíquicos (Wittgenstein, Watson, Skinner, por ejemplo).
En contraposición, la ciencia en serio (a diferencia de los ocultismos culteranos aquí referidos), está cumpliendo acercamientos asombrosos a la realidad del hombre: basta mencionar la actual teoría del ADN o la robótica, ambas en expansión incesante, tratando de unir lo mental con lo orgánico y lo físico. Y relevando, sin embargo, la condición crecientemente enigmática de sus asuntos.
© LA GACETA
Jorge Estrella - Escritor, doctor en Filosofía,
ex profesor de Filosofía de la Ciencia de
la Universidad de Chile.
NOTICIAS RELACIONADAS
Lo más popular