20 Septiembre 2009
"Encuentro sospechosos a los autores que van a la televisión"
Entrevista a César Aira. De paso por España, Aira sostiene que ser considerado un "autor de culto" es un premio consuelo. Afirma que su éxito tal vez se deba a que los viejos escritores se van muriendo y a que los nuevos son muy malos. Y confiesa que lo único que le gusta de la fama es la plata. En un diálogo franco, dice que no emigrará a otro país. "Soy de los que comen el plato como está servido. Y en mi plato estaba puesta la Argentina". Por Irene Benito. Para LA GACETA - Madrid.
El diálogo serpentea entre la palabra y la fuga. César Aira (Buenos Aires, 1949) reconoce que es difícil hablar con él: "soy ’ahuecante’, como dice un amigo. Tiendo a crear un vacío en el que la gente tiene miedo de caer". Sonríe y se parapeta en el silencio. La conversación parece desbarrancarse, pero con una voz suave, casi susurrante, Aira explica que, sin embargo, nunca se sintió bloqueado frente a la hoja en blanco: "escribo poco, media paginita por día. Siempre en papeles muy buenos (cuadernos sin renglones) y con lapiceras preciosas (unas Mont Blanc). Y todo muy despacio, eligiendo cada palabra. Mis libros son una acumulación de medias paginitas, más parecidos al proceso de dibujar que al de escribir. Dejé de traducir hace unos años; cuando me preguntan cuál es mi ocupación, no sé qué contestar. Leo casi todo el día, hago mis caminatas y veo dibujitos animados en la televisión".
Ese trazo deliberadamente lento no le ha impedido ser prolífico. Más de medio centenar de novelas y varios ensayos constan en el haber bibliográfico de este autor de aspecto huidizo y parco, que viajó a España en calidad de invitado de honor de La noche de las letras. Cada 23 de abril, las librerías y bibliotecas de la Comunidad de Madrid permanecen abiertas hasta la medianoche con motivo del Día del Libro. Pero Aira, que aceptó encantado el convite, no se siente, precisamente, un profeta de la lectura. "Que lea el que quiera. Y si a los jóvenes no les gustan los libros, mejor dejarlos tranquilos. No soy ningún evangelista. Mi filosofía es esta, aunque no coincida con la de los libreros y editores", expresa con tono indiferente.
- ¿Qué tipo de vínculo prefiere cultivar con los lectores?
- Una relación de tipo íntima. A veces, el lector influye en mí. Cuando escribo puedo pensar en un comentario que me tocó, en alguien que captó algo que había en mis libros. Pero siempre es una relación de mente a mente que no funciona bien con un gran público. Como una conversación en voz baja. Por eso encuentro sospechosos a los autores que van a la televisión.
- ¿Y qué le diría al lector que le pide una definición sobre su estilo literario?
- Que mi producción es un poco surrealista, dadaísta... un poco loca. Tiene esa alegría y efervescencia de la creación. A veces en demasía: me considero un ser más bien melancólico, como casi todos los escritores. Mis libros producen risas, carcajadas y extremos de júbilo que me chocan un poco. De hecho, escribí sobre eso en Cómo me reí (2005): el título proviene de lo que me dicen los lectores. A mí me enoja esa reacción porque yo no soy ningún payaso. Sé que la gente tiene buenas intenciones... Por supuesto, la risa es positiva, pero yo preferiría generar otras sensaciones.
- ¿Busca seriedad?
- En la literatura de hoy en día es muy difícil ser serio sin entrar en la solemnidad, decir estupideces o caer en lugares comunes. Porque todo el proceso de la literatura moderna, la del siglo XX, ha sido de ironía. No hay ningún escritor que pueda considerarse serio; quizá Sabato o Sebald, escritores que abordan temas metafísicos y son un poco ridículos, creo.
- A usted lo califican como escritor "de culto". ¿Es un daño o un beneficio?
- Es un premio consuelo. Quiere decir que mis libros no se venden y que tampoco soy un escritor realmente bueno. "De culto" es algo intermedio, para unos pocos fans. En fin, a mí me da lo mismo. Supongo que también lo dirán con buena intención. Siempre me sentí un poco marginal y ahora, no sé si porque los viejos escritores se van muriendo y los jóvenes escriben cada vez peor, yo he quedado como algo importante, cosa que no me gusta en absoluto. De hecho, mi escritura empeora con el tiempo. A ver si así dejo de ser importante. Escribir mal es fácil: sólo hay que dejarse llevar por los bajos instintos.
- Quizá su destino sea como el del chileno Roberto Bolaño, que no vivió para ver la gran divulgación y aceptación de su obra.
- Prefiero no pensarlo mucho, no tiene importancia práctica. Es como una ensoñación, como fantasear con lo que haría si fuese millonario. Qué pasará después de mi muerte... no. Como en tantas otras cosas, coincido en esto con Borges. Él pronosticaba que pasaría a la historia como un freak, como una rareza. A él no le sucedió, pero quizá a mí sí. Tal vez quede como una nota al pie en un libro de historia de la literatura argentina.
- Pero ya goza de más reconocimiento que ese...
- Del reconocimiento y la fama hay una sola cosa que me interesa profundamente: la plata. Puedo parecer muy desprendido, pero me gusta mucho el dinero, en el sentido de tenerlo y gastarlo. Porque me gusta viajar en la primera clase del avión y alojarme en hoteles de cinco estrellas. ¿A quién no? Siempre recuerdo las palabras de un director de scola do samba brasileño al que le reprochaban el lujo de sus trabajos. Él decía: "a los pobres les gusta el lujo. Son los intelectuales los que aman la miseria". Como siempre he sido pobre, me gusta la plata.
- Pero usted pudo evitar las penurias económicas emigrando a otro país.
- Jamás me lo planteé. Soy de los que se comen el plato como está servido en la mesa; no hago preguntas ni pido condimentos. En mi plato estaba puesta la Argentina y me la comí tranquilamente. Lo tomé como un hecho fatal y definitivo. No me afecta en absoluto el clima social. Al menos en mi caso, el trabajo creativo va por otro carril. Cuando mis hijos comenzaron a pensar en el futuro, intenté evitar que se fuesen con el ejemplo de Borges. Les decía: "miren cómo triunfó quedándose en Argentina".
- ¿Su escritura es impermeable al entorno?
- Supongo que el ambiente me afecta bien. Hablar del entorno me parece un poco ficticio, como una excusa. Si yo me pusiera teatral y dijese que me duele la Argentina, estaría simulando. No sería sincero.
- Disculpe, usted parece al borde del llanto.
- No, no es para tanto. Una vez estaba en un coloquio de autores, en Francia; concluida la conferencia, algunos amigos se acercaron a felicitarme. Uno del grupo soltó: ¡qu’el acteur! ¡Qué actor! Me gustó tanto ese elogio... Me siento bastante actor y a usted la he engañado perfectamente.
© LA GACETA
Irene Benito - Abogada, periodista,
colaboradora de LA GACETA en España.
Ese trazo deliberadamente lento no le ha impedido ser prolífico. Más de medio centenar de novelas y varios ensayos constan en el haber bibliográfico de este autor de aspecto huidizo y parco, que viajó a España en calidad de invitado de honor de La noche de las letras. Cada 23 de abril, las librerías y bibliotecas de la Comunidad de Madrid permanecen abiertas hasta la medianoche con motivo del Día del Libro. Pero Aira, que aceptó encantado el convite, no se siente, precisamente, un profeta de la lectura. "Que lea el que quiera. Y si a los jóvenes no les gustan los libros, mejor dejarlos tranquilos. No soy ningún evangelista. Mi filosofía es esta, aunque no coincida con la de los libreros y editores", expresa con tono indiferente.
- ¿Qué tipo de vínculo prefiere cultivar con los lectores?
- Una relación de tipo íntima. A veces, el lector influye en mí. Cuando escribo puedo pensar en un comentario que me tocó, en alguien que captó algo que había en mis libros. Pero siempre es una relación de mente a mente que no funciona bien con un gran público. Como una conversación en voz baja. Por eso encuentro sospechosos a los autores que van a la televisión.
- ¿Y qué le diría al lector que le pide una definición sobre su estilo literario?
- Que mi producción es un poco surrealista, dadaísta... un poco loca. Tiene esa alegría y efervescencia de la creación. A veces en demasía: me considero un ser más bien melancólico, como casi todos los escritores. Mis libros producen risas, carcajadas y extremos de júbilo que me chocan un poco. De hecho, escribí sobre eso en Cómo me reí (2005): el título proviene de lo que me dicen los lectores. A mí me enoja esa reacción porque yo no soy ningún payaso. Sé que la gente tiene buenas intenciones... Por supuesto, la risa es positiva, pero yo preferiría generar otras sensaciones.
- ¿Busca seriedad?
- En la literatura de hoy en día es muy difícil ser serio sin entrar en la solemnidad, decir estupideces o caer en lugares comunes. Porque todo el proceso de la literatura moderna, la del siglo XX, ha sido de ironía. No hay ningún escritor que pueda considerarse serio; quizá Sabato o Sebald, escritores que abordan temas metafísicos y son un poco ridículos, creo.
- A usted lo califican como escritor "de culto". ¿Es un daño o un beneficio?
- Es un premio consuelo. Quiere decir que mis libros no se venden y que tampoco soy un escritor realmente bueno. "De culto" es algo intermedio, para unos pocos fans. En fin, a mí me da lo mismo. Supongo que también lo dirán con buena intención. Siempre me sentí un poco marginal y ahora, no sé si porque los viejos escritores se van muriendo y los jóvenes escriben cada vez peor, yo he quedado como algo importante, cosa que no me gusta en absoluto. De hecho, mi escritura empeora con el tiempo. A ver si así dejo de ser importante. Escribir mal es fácil: sólo hay que dejarse llevar por los bajos instintos.
- Quizá su destino sea como el del chileno Roberto Bolaño, que no vivió para ver la gran divulgación y aceptación de su obra.
- Prefiero no pensarlo mucho, no tiene importancia práctica. Es como una ensoñación, como fantasear con lo que haría si fuese millonario. Qué pasará después de mi muerte... no. Como en tantas otras cosas, coincido en esto con Borges. Él pronosticaba que pasaría a la historia como un freak, como una rareza. A él no le sucedió, pero quizá a mí sí. Tal vez quede como una nota al pie en un libro de historia de la literatura argentina.
- Pero ya goza de más reconocimiento que ese...
- Del reconocimiento y la fama hay una sola cosa que me interesa profundamente: la plata. Puedo parecer muy desprendido, pero me gusta mucho el dinero, en el sentido de tenerlo y gastarlo. Porque me gusta viajar en la primera clase del avión y alojarme en hoteles de cinco estrellas. ¿A quién no? Siempre recuerdo las palabras de un director de scola do samba brasileño al que le reprochaban el lujo de sus trabajos. Él decía: "a los pobres les gusta el lujo. Son los intelectuales los que aman la miseria". Como siempre he sido pobre, me gusta la plata.
- Pero usted pudo evitar las penurias económicas emigrando a otro país.
- Jamás me lo planteé. Soy de los que se comen el plato como está servido en la mesa; no hago preguntas ni pido condimentos. En mi plato estaba puesta la Argentina y me la comí tranquilamente. Lo tomé como un hecho fatal y definitivo. No me afecta en absoluto el clima social. Al menos en mi caso, el trabajo creativo va por otro carril. Cuando mis hijos comenzaron a pensar en el futuro, intenté evitar que se fuesen con el ejemplo de Borges. Les decía: "miren cómo triunfó quedándose en Argentina".
- ¿Su escritura es impermeable al entorno?
- Supongo que el ambiente me afecta bien. Hablar del entorno me parece un poco ficticio, como una excusa. Si yo me pusiera teatral y dijese que me duele la Argentina, estaría simulando. No sería sincero.
- Disculpe, usted parece al borde del llanto.
- No, no es para tanto. Una vez estaba en un coloquio de autores, en Francia; concluida la conferencia, algunos amigos se acercaron a felicitarme. Uno del grupo soltó: ¡qu’el acteur! ¡Qué actor! Me gustó tanto ese elogio... Me siento bastante actor y a usted la he engañado perfectamente.
© LA GACETA
Irene Benito - Abogada, periodista,
colaboradora de LA GACETA en España.
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