El último adiós de Mecha Romero

El último adiós de Mecha Romero

La destacada artista plástica murió el domingo a los 84 años, aquejada por una cruel enfermedad. "Era muy solidaria, pero fue un poco olvidada por sus colegas", dijo su hija Angela Zelaya.

LA GACETA LA GACETA
04 Agosto 2009
Olvidada injustamente, retirada en soledad, y envuelta -quizá- en decenas de recuerdos desordenados, Mecha Romero se despidió el domingo por última vez. La artista, aquejada por una cruel enfermedad, había abandonado ya hace unos años los lápices y pasteles, aquellos con las que tan bien había podido representar paisajes de su tierra y retratos de amigos y personajes célebres.
Mercedes Romero falleció unos meses antes de cumplir los 85 años, y con ella se fue una de las últimas artistas del período de oro de la escuela tucumana, aquel en el que abundaban los grandes maestros como Lino Spilimbergo, Benjamín Nemirosvsky y Atilio Terragni, entre otros.
En una de sus últimas entrevistas, le dijo a LA GACETA: "una obra sin mensaje no tiene valor; cuando no lo hay es como hablar sin mímica". Y señaló que una de las claves de la creación artística era la perseverancia: "hay que estar permanentemente dibujando. Recuerdo que cuando estaba estudiando, salía de la clase y seguía dibujando en mi casa, a veces hasta las dos de la mañana. Mi madre me alentaba mucho".

Solidaria y generosa
 "Hace mucho que estaba enferma. En diferentes oportunidades intentó retomar los dibujos, pero no podía; los dejaba sin terminar, y hasta se enojaba por ello", le contó a este diario su hija adoptiva Angela Zelaya. "Era muy solidaria, pero fue un poco olvidada por sus colegas, a pesar de su gran generosidad", afirmó Zelaya con un dejo de amargura. "En su última época de lucidez regalaba muchos trabajos. Ella  gozaba con regalar cosas suyas, por eso, en la casa quedan pocos trabajos", agregó. Si bien se avergonzaba de que la compararan con su maestro Lino Spilimbergo, los dibujos de Mecha respetaban la pureza formal de la línea, en particular, cuando a través de ella construía las formas, precisando los perfiles externos e internos; y además, en la carga expresionista de una mirada, de un rostro o de los gestos de unas manos. Con pocos trazos del grafito o del lápiz, la artista era capaz de definir una figura, a la que agregaba tenues colores.

Sensible
"No sólo la recuerdo porque había sido mi maestra en la primaria, sino de cuando era asesora en el Centro Cultural Virla. Era una mujer muy alegre, una artista sensible, que, aparte, tenía la capacidad de generar grandes proyectos", la recuerda Josefina Alonso de Andújar. "Todos coincidimos en que se trataba de una persona muy generosa", añadió.
Siempre admiró no sólo a Spilimbergo sino también a Aurelio Salas, con quien la unía la pasión por el dibujo. "Se frecuentaba mucho con mi tío; habían logrado formar una gran amistad. Como persona me dio una lección de honestidad, porque cuando murió Aurelio, fue la única que me informó que tenía tres obras de él y que las ponía a mi disposición para lo que sea. Lamentablemente, estaba sola: la sociedad es muy cruel y cuando ya no estás en el medio, te olvidan. De hecho, ella vivía recluida", reseñó José Salas, al recordar a la artista.

Ultima muestra
Salas, precisamente, fue quien le organizó su última exposición en 2005 en el Centro Cultural Rougés, y tramitó una plaqueta de reconocimiento a su gran trayectoria ante las autoridades. "Igualmente, era una gran artista, a pesar de que nunca pudo despegarse de la imagen de Spilimbergo. Los jóvenes le deben mucho a esta generación, porque ellos lucharon para convertir el Departamento de Artes Plásticas en la Facultad de Artes", concluyó José Salas.Olvidada injustamente, retirada en soledad, y envuelta -quizá- en decenas de recuerdos desordenados, Mecha Romero se despidió el domingo por última vez. La artista, aquejada por una cruel enfermedad, había abandonado ya hace unos años los lápices y pasteles, aquellos con las que tan bien había podido representar paisajes de su tierra y retratos de amigos y personajes célebres.
Mercedes Romero falleció unos meses antes de cumplir los 85 años, y con ella se fue una de las últimas artistas del período de oro de la escuela tucumana, aquel en el que abundaban los grandes maestros como Lino Spilimbergo, Benjamín Nemirosvsky y Atilio Terragni, entre otros.
En una de sus últimas entrevistas, le dijo a LA GACETA: "una obra sin mensaje no tiene valor; cuando no lo hay es como hablar sin mímica". Y señaló que una de las claves de la creación artística era la perseverancia: "hay que estar permanentemente dibujando. Recuerdo que cuando estaba estudiando, salía de la clase y seguía dibujando en mi casa, a veces hasta las dos de la mañana. Mi madre me alentaba mucho".

Solidaria y generosa
 "Hace mucho que estaba enferma. En diferentes oportunidades intentó retomar los dibujos, pero no podía; los dejaba sin terminar, y hasta se enojaba por ello", le contó a este diario su hija adoptiva Angela Zelaya. "Era muy solidaria, pero fue un poco olvidada por sus colegas, a pesar de su gran generosidad", afirmó Zelaya con un dejo de amargura. "En su última época de lucidez regalaba muchos trabajos. Ella  gozaba con regalar cosas suyas, por eso, en la casa quedan pocos trabajos", agregó. Si bien se avergonzaba de que la compararan con su maestro Lino Spilimbergo, los dibujos de Mecha respetaban la pureza formal de la línea, en particular, cuando a través de ella construía las formas, precisando los perfiles externos e internos; y además, en la carga expresionista de una mirada, de un rostro o de los gestos de unas manos. Con pocos trazos del grafito o del lápiz, la artista era capaz de definir una figura, a la que agregaba tenues colores.

Sensible
"No sólo la recuerdo porque había sido mi maestra en la primaria, sino de cuando era asesora en el Centro Cultural Virla. Era una mujer muy alegre, una artista sensible, que, aparte, tenía la capacidad de generar grandes proyectos", la recuerda Josefina Alonso de Andújar. "Todos coincidimos en que se trataba de una persona muy generosa", añadió.
Siempre admiró no sólo a Spilimbergo sino también a Aurelio Salas, con quien la unía la pasión por el dibujo. "Se frecuentaba mucho con mi tío; habían logrado formar una gran amistad. Como persona me dio una lección de honestidad, porque cuando murió Aurelio, fue la única que me informó que tenía tres obras de él y que las ponía a mi disposición para lo que sea. Lamentablemente, estaba sola: la sociedad es muy cruel y cuando ya no estás en el medio, te olvidan. De hecho, ella vivía recluida", reseñó José Salas, al recordar a la artista.

Ultima muestra
Salas, precisamente, fue quien le organizó su última exposición en 2005 en el Centro Cultural Rougés, y tramitó una plaqueta de reconocimiento a su gran trayectoria ante las autoridades. "Igualmente, era una gran artista, a pesar de que nunca pudo despegarse de la imagen de Spilimbergo. Los jóvenes le deben mucho a esta generación, porque ellos lucharon para convertir el Departamento de Artes Plásticas en la Facultad de Artes", concluyó José Salas.

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