Vida ajena, ese escenario irresistible

Vida ajena, ese escenario irresistible

Por Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista.

26 Julio 2009

Decíamos años atrás que en el instante de recibir un buen chisme el oído se afina, los ojos se achican primero y se agrandan después, las cejas oscilan, las comisuras de los labios amplían su recorrido, cambia la respiración y una fina taquicardia inicia un discreto galope.
El deseo de saber -que tanto bien le hace a la cultura- actuó con fuerza inusitada. Algo de la vida ajena tuvo manifestación dramática; se supo alguna indiscreción o hecho vergonzoso, algo que hicieron o les sucedió a los otros. Secreto al que nosotros ahora accedemos como espectadores ocultos y nos permite recibir la información con una alta dosis de sadismo, apenas disimulado por fuera… y muy coloreado por dentro. Los puros de corazón, que admiten haber gozado de la intimidad ajena, lo admiten con cierta culpa. Si el chisme no es detractor, negativo, tiene escaso o relativo interés. Más allá de su mala reputación, el chisme subsiste en nuestra sociedad casi como necesidad, una práctica tan tradicional como la empanada.
Cuando el chisme es de envergadura, asciende casi a la categoría de información. ¿Que si los hombres chismean tanto como las mujeres? Por supuesto que sí: se trata de conseguir una ventaja competitiva, habitualmente imaginaria, donde el "chismeado", respecto del chismoso sufre una derrota que desconoce. Pequeñas miserias humanas, que no por ser tales, dejan de ser entretenidas.
La farándula
 En el mundo de la farándula, la chismografía sostiene gran parte de la prensa, así llamada especializada. Los aludidos se sostienen mucho más por sus vidas secretas hechas públicas, que por sus aptitudes artísticas. Cierto público, como es ídem, sostiene tanto la idealización de sus ídolos como su caída, muerte incluida. El concepto de "lado humano" de los notorios, flexibiliza la imposibilidad de alcanzarlos de algún modo.
Las biografías no autorizadas venden más que las autobiográficas, prueba de que en nuestro país -y en muchos otros- escuchar cuentos, donde la verdad se subordina a la fabulación, constituye preferencia. Por último, aclaremos que definir como chisme datos ofrecidos en cualquier conversación, depende más de la resonancia de los interlocutores que del acontecimiento en sí. Sin embargo, estimado lector, imagine qué chisme fantástico sería que cualquiera de nosotros resultara ser hijo de Michael Jackson.

 

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