14 Junio 2009
CUBIERTA POR UNA FINA CAPA DE IRONIA. Situaciones extremas, delirantes y ambiguas se suceden en los relatos de Pájaros en la boca.
El año pasado, en una entrevista para LA GACETA Literaria, Samanta Schweblin decía que la desilusionaban "los editores que consideran a los cuentistas promesas de escritores", y que su interés estaba "arraigado en la potencia y en la precisión del cuento".
Con la publicación de Pájaros en la boca, Schweblin confirma que ya no es una promesa sino un hecho literario; que quizás, tarde o temprano, escriba una novela, pero que su potencia y su precisión a la hora de abordar el género cuento están en forma.
Los relatos de Pájaros? abordan una serie de situaciones extremas, delirantes, ambiguas. Una fina capa de ironía lo cubre todo por momentos, sin que por ello deje de traslucirse lo mejor de cada relato: la angustia frente a una circunstancia imprevisible a la vez que inevitable. Tan imprevisible e inevitable que, en ocasiones, esas circunstancias son tomadas con una naturalidad apabullante. Aquello de lo que el lector -e incluso los personajes- no saben, el factor ignorado, se convierte en el motor del relato.
De aires cortazarianos algunos de ellos -en un proporcionado cruce entre el realismo y lo fantástico-, las historias varían en sus tramas, aunque siempre matizadas de un tinte insólito, grotesco, inquietante: gente que cava pozos porque sí (¿porque sí?), chicos que se vuelven mariposas a la puerta de una escuela, el aplazamiento de un embarazo con métodos muy particulares, la vida que pasa de la infancia a la vejez con sólo dar un par de vueltas en calesita, la llegada de un Papá Noel muy particular, una chica con un extraño método de alimentación (si en Cartas a una señorita en París el personaje vomitaba conejos, aquí una adolescente se mete con los pájaros del título), un pintor lunático que pinta cuadros con cabezas reventando contra el suelo, un valle donde el hambre es un recuerdo que mejor no despertar, un enano al que se le complica atender su restaurante a orillas de la ruta, un hermano deprimido frente a una familia feliz, un extraño personaje que sufre una regresión a la niñez dentro de una juguetería...
Lo cierto es que con Pájaros en la boca, su segundo libro, Samanta Schweblin se confirma ya como una de las voces más originales de la narrativa argentina actual. Un buen síntoma para lectores náufragos, felices de la próxima página que somos.
© LA GACETA
Con la publicación de Pájaros en la boca, Schweblin confirma que ya no es una promesa sino un hecho literario; que quizás, tarde o temprano, escriba una novela, pero que su potencia y su precisión a la hora de abordar el género cuento están en forma.
Los relatos de Pájaros? abordan una serie de situaciones extremas, delirantes, ambiguas. Una fina capa de ironía lo cubre todo por momentos, sin que por ello deje de traslucirse lo mejor de cada relato: la angustia frente a una circunstancia imprevisible a la vez que inevitable. Tan imprevisible e inevitable que, en ocasiones, esas circunstancias son tomadas con una naturalidad apabullante. Aquello de lo que el lector -e incluso los personajes- no saben, el factor ignorado, se convierte en el motor del relato.
De aires cortazarianos algunos de ellos -en un proporcionado cruce entre el realismo y lo fantástico-, las historias varían en sus tramas, aunque siempre matizadas de un tinte insólito, grotesco, inquietante: gente que cava pozos porque sí (¿porque sí?), chicos que se vuelven mariposas a la puerta de una escuela, el aplazamiento de un embarazo con métodos muy particulares, la vida que pasa de la infancia a la vejez con sólo dar un par de vueltas en calesita, la llegada de un Papá Noel muy particular, una chica con un extraño método de alimentación (si en Cartas a una señorita en París el personaje vomitaba conejos, aquí una adolescente se mete con los pájaros del título), un pintor lunático que pinta cuadros con cabezas reventando contra el suelo, un valle donde el hambre es un recuerdo que mejor no despertar, un enano al que se le complica atender su restaurante a orillas de la ruta, un hermano deprimido frente a una familia feliz, un extraño personaje que sufre una regresión a la niñez dentro de una juguetería...
Lo cierto es que con Pájaros en la boca, su segundo libro, Samanta Schweblin se confirma ya como una de las voces más originales de la narrativa argentina actual. Un buen síntoma para lectores náufragos, felices de la próxima página que somos.
© LA GACETA
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