16 Mayo 2009
"La ciudad no está preparada para las personas que tienen discapacidad"
Dieciséis chicos experimentaron cómo se vive sin ver y sin caminar; circularon en sillas de ruedas y con bastón. Son alumnos del colegio Nueva Concepción que se sumaron a una propuesta educativa solidaria de la ONG Cilsa. Perspectiva.
UN MUNDO NUEVO. Los 16 adolescentes intercambiaron roles; algunos se subieron a sillas de ruedas; otros se animaron a caminar a ciegas. LA GACETA / ANTONIO FERRONI
Durante una hora se pusieron en el lugar de personas con dificultades motrices y de no videntes. Distribuidos en parejas, unos se vendaron los ojos y tomaron un bastón blanco; otros se subieron a las sillas de ruedas. Acompañados cada uno de ellos por un compañero, salieron a la calle. Chicos de noveno año del Colegio Nueva Concepción recorrieron los alrededores de la institución, en el marco del Programa de Concientización que desarrolla el Centro de Integración Libre y Solidario de Argentina (Cilsa), una ONG que promueve la integración.
"Esta experiencia nos permitió conocer qué sienten las personas con discapacidad y qué necesitan; descubrir que la ciudad no está preparada para ellos", comentó uno de los chicos.
Bajo la lluvia
Aunque el miércoles lloviznaba y el termómetro marcaba 16 grados, los chicos estaban expectantes por salir. Previa charla con la profesora acerca de la actividad y de cómo manejar las herramientas (el bastón y las sillas de rueda) partieron por Marcos Paz hacia Monteagudo para dar una vuelta a la manzana.
Eran 16, todos de 14 años. Cuatro tenían los ojos vendados y un bastón en la mano y dos iban sentados en las sillas de rueda; ocho eran acompañantes o guías y otros cuatro observaban lo que ocurría y tomaban nota.
El primer obstáculo se presentó a 20 metros del portón del colegio. Una de las sillas quedó atorada en el pozo de una vereda. "Esperá, voy a tener que levantarme para que la saquemos", le decía uno de los chicos a su acompañante, notando que ni la fuerza ni la perseverancia eran suficientes para salir de la grieta. "No, no, vos tenés que quedarte sentado. Se supone que no podés caminar", le indicó y con ayuda de un compañero, movió la silla.
Bajo la dirección de Mónica Posadas, la tutora de 9º, el grupo giró en Monteagudo y luego en Corrientes y avenida Avellaneda, para volver por Santa Fe y Balcarce hasta el establecimiento nuevamente.
"¡Cuidado! vamos por allá, ¿no te das cuenta de que me mojo? No puedo esquivar nada", dijo Sol B. desde la silla a su compañera, que sin querer había pasado debajo de una gotera. Agustina S. iba nerviosa en la suya.
"Tengo miedo de que me tires, cuidado que la vereda está un poco rota", señalaba. A Facundo N. la venda en los ojos lo tenía intranquilo; aunque sólo tenía tapada la vista también sentía que le faltaba el aire. Caminaba lento, agarrado del brazo de su compañero y con otra mano en el bastón. "¡Ay! no te das cuenta de que hay un árbol", exclamó mientras se quitaba enojado la venda, porque se había golpeado la cabeza con la rama de un naranjo y su compañero que era más bajo, había pasado sin problemas.
El recorrido de siete cuadras demandó una hora y el momento de mayor tensión, dijeron, fue cuando tuvieron que cruzar dos veces la calle.
"Sentí mucho miedo pero sabía que tenía que confiar en mi acompañante", dijo Lucila C. En la esquina de Marcos Paz y Avellaneda, cuando la luz estaba en rojo cruzaron; a mitad de camino, se encontraron con los vehículos que giraban. Las motos los esquivaron casi rozándolos y los autos frenaron. Sólo la mitad del grupo pudo cruzar. Al ver la situación, un varita que observaba desde la vereda de enfrente, intervino. Cruzó hasta la esquina del hospital Centro de Salud y frenó a los vehículos para que los demorados pudieran llegar al otro extremo.
Cambiaron los roles, y los que estaban de acompañantes tomaron las sillas y los bastones. Apenas llevaban cuatro cuadras y ya se sentían agotados. "La gente nos mira raro. Esos chicos se nos rieron", comentó uno de los estudiantes. En el trayecto se encontraron sólo con tres rampas en edificios y sólo una tenía la pendiente adecuada para ser usada.
"Te sentís una inútil", comentó fastidiada una de las chicas. Cuando regresaron al colegio tenían el pelo mojado por la llovizna y "la mente, confundida", dijeron. "Vamos a mandar una carta a la Municipalidad para que mejore las veredas y construya rampas", coincidieron.
"Esta experiencia nos permitió conocer qué sienten las personas con discapacidad y qué necesitan; descubrir que la ciudad no está preparada para ellos", comentó uno de los chicos.
Bajo la lluvia
Aunque el miércoles lloviznaba y el termómetro marcaba 16 grados, los chicos estaban expectantes por salir. Previa charla con la profesora acerca de la actividad y de cómo manejar las herramientas (el bastón y las sillas de rueda) partieron por Marcos Paz hacia Monteagudo para dar una vuelta a la manzana.
Eran 16, todos de 14 años. Cuatro tenían los ojos vendados y un bastón en la mano y dos iban sentados en las sillas de rueda; ocho eran acompañantes o guías y otros cuatro observaban lo que ocurría y tomaban nota.
El primer obstáculo se presentó a 20 metros del portón del colegio. Una de las sillas quedó atorada en el pozo de una vereda. "Esperá, voy a tener que levantarme para que la saquemos", le decía uno de los chicos a su acompañante, notando que ni la fuerza ni la perseverancia eran suficientes para salir de la grieta. "No, no, vos tenés que quedarte sentado. Se supone que no podés caminar", le indicó y con ayuda de un compañero, movió la silla.
Bajo la dirección de Mónica Posadas, la tutora de 9º, el grupo giró en Monteagudo y luego en Corrientes y avenida Avellaneda, para volver por Santa Fe y Balcarce hasta el establecimiento nuevamente.
"¡Cuidado! vamos por allá, ¿no te das cuenta de que me mojo? No puedo esquivar nada", dijo Sol B. desde la silla a su compañera, que sin querer había pasado debajo de una gotera. Agustina S. iba nerviosa en la suya.
"Tengo miedo de que me tires, cuidado que la vereda está un poco rota", señalaba. A Facundo N. la venda en los ojos lo tenía intranquilo; aunque sólo tenía tapada la vista también sentía que le faltaba el aire. Caminaba lento, agarrado del brazo de su compañero y con otra mano en el bastón. "¡Ay! no te das cuenta de que hay un árbol", exclamó mientras se quitaba enojado la venda, porque se había golpeado la cabeza con la rama de un naranjo y su compañero que era más bajo, había pasado sin problemas.
El recorrido de siete cuadras demandó una hora y el momento de mayor tensión, dijeron, fue cuando tuvieron que cruzar dos veces la calle.
"Sentí mucho miedo pero sabía que tenía que confiar en mi acompañante", dijo Lucila C. En la esquina de Marcos Paz y Avellaneda, cuando la luz estaba en rojo cruzaron; a mitad de camino, se encontraron con los vehículos que giraban. Las motos los esquivaron casi rozándolos y los autos frenaron. Sólo la mitad del grupo pudo cruzar. Al ver la situación, un varita que observaba desde la vereda de enfrente, intervino. Cruzó hasta la esquina del hospital Centro de Salud y frenó a los vehículos para que los demorados pudieran llegar al otro extremo.
Cambiaron los roles, y los que estaban de acompañantes tomaron las sillas y los bastones. Apenas llevaban cuatro cuadras y ya se sentían agotados. "La gente nos mira raro. Esos chicos se nos rieron", comentó uno de los estudiantes. En el trayecto se encontraron sólo con tres rampas en edificios y sólo una tenía la pendiente adecuada para ser usada.
"Te sentís una inútil", comentó fastidiada una de las chicas. Cuando regresaron al colegio tenían el pelo mojado por la llovizna y "la mente, confundida", dijeron. "Vamos a mandar una carta a la Municipalidad para que mejore las veredas y construya rampas", coincidieron.