10 Mayo 2009
FEROZ ENSEÑANZA. Roberto Canesa, uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes, confesó a LA GACETA Literaria que en las alturas aprendieron a distinguir lo accesorio de lo esencial.
"Dios los perdone", tituló un diario sensacionalista chileno tres días después del rescate. El estigma del canibalismo era el primer gran obstáculo que impuesto por la civilización que había dado por muertos a quienes habían logrado forjar una comunidad a 4.000 metros de altura. La sociedad de la nieve reúne los testimonios de todos los sobrevivientes; a través de 16 voces, que durante más de dos meses fueron una sola en la montaña, reconstruye la epopeya de los Andes y los 36 años que conformaron el epílogo de esa historia.
En la Feria del Libro de Buenos Aires, 12 de los 16 sobrevivientes se reunieron para presentar el libro ante un público que desbordaba la sala y que los siguió devotamente por los pasillos de la exposición, mientras se dirigían al stand de la editorial Sudamericana a firmar ejemplares. ¿Qué es lo que nos atrae tanto de la historia de los Andes?
Todos los que leyeron relatos como los de la Ilíada o la Odisea soñaron con conocer a sus héroes. Pero estaban demasiado lejos en el tiempo y, sobre todo, de la realidad. La de los Andes es una de las historias contemporáneas más arraigadas en el imaginario popular, porque nos podemos identificar con sus protagonistas, podemos encontrarlos en una calle. Su hazaña es una variante potenciada de la del náufrago Robinson Crusoe; en lugar de sobrevivir en una isla, los jóvenes uruguayos lo hicieron donde la vida no es posible. La suya fue una guerra contra la muerte, contra la naturaleza y, particularmente, contra el egoísmo que habita en toda alma humana.
Rousseau creía que el hombre en su estado de naturaleza era bueno y que era la sociedad la que lo corrompía. Hobbes, por el contrario, pensaba que la sociedad controlaba los terribles instintos humanos.
Los sobrevivientes de los Andes, forzados a una convivencia en una situación extrema y con escasísimos recursos, nos devolvieron la fe en Rousseau en el mismo siglo que fue marcado por Auschwitz, por el Gulag soviético y por la codicia desmesurada.
Pero la historia de los muchachos de los Andes no se limita a rescatar nuestra esperanza en el género humano. Va más allá. La tragedia de Sísifo, condenado a un esfuerzo inútil por los dioses, se reciclaba en los Andes cuando un alud o una excursión fallida socavaban el trabajo y el optimismo, y obligaban a empezar de cero, o más atrás todavía. Ese día entendieron que la vida es un avión que se puede caer sucesivamente, que siempre se puede estar peor y que, por lo tanto, hay que aprovechar cada minuto del viaje.
En un libro que se llama, casualmente, El mito de Sísifo, Albert Camus afirma que el suicidio es la pregunta filosófica fundamental porque implica responder si la vida tiene o no sentido. Los sobrevivientes de los Andes respondieron, y siguen respondiendo, que la vida vale la pena. Cualquier pena.
© LA GACETA
En la Feria del Libro de Buenos Aires, 12 de los 16 sobrevivientes se reunieron para presentar el libro ante un público que desbordaba la sala y que los siguió devotamente por los pasillos de la exposición, mientras se dirigían al stand de la editorial Sudamericana a firmar ejemplares. ¿Qué es lo que nos atrae tanto de la historia de los Andes?
Todos los que leyeron relatos como los de la Ilíada o la Odisea soñaron con conocer a sus héroes. Pero estaban demasiado lejos en el tiempo y, sobre todo, de la realidad. La de los Andes es una de las historias contemporáneas más arraigadas en el imaginario popular, porque nos podemos identificar con sus protagonistas, podemos encontrarlos en una calle. Su hazaña es una variante potenciada de la del náufrago Robinson Crusoe; en lugar de sobrevivir en una isla, los jóvenes uruguayos lo hicieron donde la vida no es posible. La suya fue una guerra contra la muerte, contra la naturaleza y, particularmente, contra el egoísmo que habita en toda alma humana.
Rousseau creía que el hombre en su estado de naturaleza era bueno y que era la sociedad la que lo corrompía. Hobbes, por el contrario, pensaba que la sociedad controlaba los terribles instintos humanos.
Los sobrevivientes de los Andes, forzados a una convivencia en una situación extrema y con escasísimos recursos, nos devolvieron la fe en Rousseau en el mismo siglo que fue marcado por Auschwitz, por el Gulag soviético y por la codicia desmesurada.
Pero la historia de los muchachos de los Andes no se limita a rescatar nuestra esperanza en el género humano. Va más allá. La tragedia de Sísifo, condenado a un esfuerzo inútil por los dioses, se reciclaba en los Andes cuando un alud o una excursión fallida socavaban el trabajo y el optimismo, y obligaban a empezar de cero, o más atrás todavía. Ese día entendieron que la vida es un avión que se puede caer sucesivamente, que siempre se puede estar peor y que, por lo tanto, hay que aprovechar cada minuto del viaje.
En un libro que se llama, casualmente, El mito de Sísifo, Albert Camus afirma que el suicidio es la pregunta filosófica fundamental porque implica responder si la vida tiene o no sentido. Los sobrevivientes de los Andes respondieron, y siguen respondiendo, que la vida vale la pena. Cualquier pena.
© LA GACETA
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