18 Febrero 2003
Dentro de la jurisdicción municipal de San Miguel de Tucumán existe un barrio denominado oficialmente "Juan XXIII", al que delimitan las calles Ejército del Norte, Italia, Uruguay y Lucas Córdoba. Pero nadie lo conoce por el nombre del pontífice. Para todos, el barrio se llama "La Bombilla".
La sola mención determina un estremecimiento en quien la escuche. Parece comprobado que en "La Bombilla" se concentra la mayor masa de la delincuencia tucumana, que desde allí opera hacia las zonas aledañas y, en realidad, hacia cualquier otro punto de la ciudad. Allí tienen su refugio los malvivientes, y hacia sus viviendas corren a protegerse cuando se encuentran en riesgo de captura. Rara es la operación delictiva en cuya investigación no salte, en algún momento, el nombre de "La Bombilla".Eso no quiere decir, por supuesto, que la totalidad de los habitantes del barrio se dediquen a actividades en contra de la ley. Pero sí parece evidente que quienes llevan vida normal han debido resignarse a guardar un prudente silencio y a convivir con los marginales, que constituyen una muy importante proporción. Por otro lado, a cada momento, quienes habitan en las inmediaciones del temido barrio hacen oír su queja por las consecuencias derivadas de esa proximidad. Sobre esto dio cuenta nuestra información en varias oportunidades.
Ofrece "La Bombilla" un refugio seguro a los malhechores, porque allí no ingresa así nomás la Policía. Un representante de la ley que se aventurara solo por el barrio, sería considerado directamente un suicida. Para que la Policía acceda a cualquier parte de "La Bombilla", debe organizar una verdadera operación, con varios vehículos y mucho personal armado.El sábado pasado, el mismo jefe de la repartición, cuando entró encabezando una comisión de cinco uniformados para atrapar a un delincuente, fue recibido a tiros y pedradas. Hemos informado, además, sobre los hechos de sangre ocurridos en esa jornada, todos los cuales involucraban al tristemente célebre barrio.
El ciudadano común, entonces, se formula una pregunta obvia. Ella es cómo puede permitirse que, en una ciudad como la nuestra, que tiene una estructura normal de gobierno y de seguridad, habitada por más de medio millón de habitantes, pueda existir una especie de "zona liberada".Es decir, un barrio entero habitado por una gruesa proporción de maleantes que allí encuentran refugio y que están fuera del contralor de la ley, ya que sus representantes, como decimos, sólo se aventuran en ese perímetro cuando no tienen más remedio y por lapsos muy breves, ya que son recibidos a tiros. Pensábamos que tales casos solamente se concebían en la ficción cinematográfica. Pero esto es real, y tiene tantos años ya de vigencia que nos hemos ido acostumbrando, aparentemente, a convivir con semejante fenómeno.
Nos parece que es hora de poner punto final a un estado de cosas como el descripto, que choca frontalmente con los requisitos mínimos de seguridad que deben rodear a una comunidad civilizada. No puede admitirse que en ninguna parte de la ciudad -ni de la provincia- existan áreas donde se refugien cómodamente quienes delinquen, y donde la Policía no pueda ingresar. No puede admitirse que un barrio sea el foco desde donde irradien actividades fascinerosas.
Tiene que terminar de inmediato este curioso y deplorable fenómeno. "La Bombilla" debe transformarse en un barrio como todos, donde el vecindario pueda convivir tranquilamente en la disciplina del trabajo cotidiano y del respeto común a la ley. Es decir, como ocurre en cualquier otra zona de nuestra capital. Esto parece elemental, y por ello deben tomarse las medidas conducentes a que así ocurra.
El poder público tiene los medios para modificar la realidad expuesta, y debe ponerlo en práctica sin dilaciones.
No es posible que se continúe tolerando, repetimos, esta suerte de "zona liberada" de la delincuencia.
La sola mención determina un estremecimiento en quien la escuche. Parece comprobado que en "La Bombilla" se concentra la mayor masa de la delincuencia tucumana, que desde allí opera hacia las zonas aledañas y, en realidad, hacia cualquier otro punto de la ciudad. Allí tienen su refugio los malvivientes, y hacia sus viviendas corren a protegerse cuando se encuentran en riesgo de captura. Rara es la operación delictiva en cuya investigación no salte, en algún momento, el nombre de "La Bombilla".Eso no quiere decir, por supuesto, que la totalidad de los habitantes del barrio se dediquen a actividades en contra de la ley. Pero sí parece evidente que quienes llevan vida normal han debido resignarse a guardar un prudente silencio y a convivir con los marginales, que constituyen una muy importante proporción. Por otro lado, a cada momento, quienes habitan en las inmediaciones del temido barrio hacen oír su queja por las consecuencias derivadas de esa proximidad. Sobre esto dio cuenta nuestra información en varias oportunidades.
Ofrece "La Bombilla" un refugio seguro a los malhechores, porque allí no ingresa así nomás la Policía. Un representante de la ley que se aventurara solo por el barrio, sería considerado directamente un suicida. Para que la Policía acceda a cualquier parte de "La Bombilla", debe organizar una verdadera operación, con varios vehículos y mucho personal armado.El sábado pasado, el mismo jefe de la repartición, cuando entró encabezando una comisión de cinco uniformados para atrapar a un delincuente, fue recibido a tiros y pedradas. Hemos informado, además, sobre los hechos de sangre ocurridos en esa jornada, todos los cuales involucraban al tristemente célebre barrio.
El ciudadano común, entonces, se formula una pregunta obvia. Ella es cómo puede permitirse que, en una ciudad como la nuestra, que tiene una estructura normal de gobierno y de seguridad, habitada por más de medio millón de habitantes, pueda existir una especie de "zona liberada".Es decir, un barrio entero habitado por una gruesa proporción de maleantes que allí encuentran refugio y que están fuera del contralor de la ley, ya que sus representantes, como decimos, sólo se aventuran en ese perímetro cuando no tienen más remedio y por lapsos muy breves, ya que son recibidos a tiros. Pensábamos que tales casos solamente se concebían en la ficción cinematográfica. Pero esto es real, y tiene tantos años ya de vigencia que nos hemos ido acostumbrando, aparentemente, a convivir con semejante fenómeno.
Nos parece que es hora de poner punto final a un estado de cosas como el descripto, que choca frontalmente con los requisitos mínimos de seguridad que deben rodear a una comunidad civilizada. No puede admitirse que en ninguna parte de la ciudad -ni de la provincia- existan áreas donde se refugien cómodamente quienes delinquen, y donde la Policía no pueda ingresar. No puede admitirse que un barrio sea el foco desde donde irradien actividades fascinerosas.
Tiene que terminar de inmediato este curioso y deplorable fenómeno. "La Bombilla" debe transformarse en un barrio como todos, donde el vecindario pueda convivir tranquilamente en la disciplina del trabajo cotidiano y del respeto común a la ley. Es decir, como ocurre en cualquier otra zona de nuestra capital. Esto parece elemental, y por ello deben tomarse las medidas conducentes a que así ocurra.
El poder público tiene los medios para modificar la realidad expuesta, y debe ponerlo en práctica sin dilaciones.
No es posible que se continúe tolerando, repetimos, esta suerte de "zona liberada" de la delincuencia.